¿QUIÉN FUE JESUCRISTO?. PERCY ZAPATA MENDO.
¿QUIÉN FUE JESUCRISTO?
Jesucristo (entre el 8 y el 4 a.C. y el
29 d.C.), figura principal del cristianismo, nació en Belén, Judea. Desde el
siglo VI se considera que la era cristiana comienza el año de su nacimiento,
pero en la actualidad se cifra un error de cuatro a ocho años. Para los
cristianos, Jesús fue el Hijo de Dios encarnado y concebido por María, la mujer
de José, un carpintero de Nazaret. El nombre de Jesús se deriva de la palabra
hebrea Joshua, que completa es Yehoshuah (‘Yahvé es salvación’); y el título de
Cristo, de la palabra griega christos, a su vez una traducción del hebreo
mashiaj (‘el ungido’), o Mesías. Los primeros cristianos emplearon Cristo por
considerarle el libertador prometido de Israel; más adelante, la Iglesia lo
incorporó a su nombre para designarle como redentor de toda la humanidad.
Las principales fuentes de información
sobre su vida se encuentran en los Evangelios, escritos en la segunda mitad del
siglo I para facilitar la difusión del cristianismo por todo el mundo antiguo.
Las epístolas de san Pablo y el libro de los Hechos de los Apóstoles también
aportan datos interesantes. La escasez de material adicional de otras fuentes y
la naturaleza teológica de los relatos bíblicos provocaron que algunos exegetas
bíblicos del siglo XIX dudaran de su existencia histórica. Otros, interpretando
de diferente manera las fuentes disponibles, escribieron biografías
naturalistas de Jesús. En la actualidad, los eruditos consideran auténtica su
existencia, para lo que se basan en la obra de los escritores cristianos y en
la de varios historiadores romanos y judíos.
NACIMIENTO E INFANCIA
Los evangelios de san Mateo y san Lucas
recogen datos sobre el nacimiento e infancia de Jesús, e incluyen su
genealogía, que se remonta hasta Abraham y David (Mt. 1,1-17; Lc. 3,23-38). Se
supone que la descripción de su genealogía se hizo para probar el mesianismo de
Jesús. Según Mateo (1,18-25) y Lucas (1,1-2,20), Jesús fue concebido por su
madre, que “aunque desposada con José, se encontró encinta por obra del Espíritu
Santo” (Mt. 1, 18). Nació en Belén, donde José y María habían acudido para
cumplir con el edicto romano que obligaba a inscribirse en el censo. Mateo es
el único que describe (2,13-23) el viaje a Egipto, cuando José y María se
llevaron al niño lejos del alcance del rey Herodes el Grande. Sólo Lucas relata
el cumplimiento de José y María con la ley judía que requiere la circuncisión y
presentación en el templo de todos los recién nacidos de Jerusalén (2,21-24);
el mismo evangelista también describe su siguiente viaje (2,41-51) con el joven
Jesús al templo para la fiesta de la Pascua. Los Evangelios omiten la vida de
Jesús desde que tuvo 12 años hasta que empezó su ministerio público, unos 18
años después.
COMIENZOS DE SU VIDA PÚBLICA
Todos los Evangelios sinópticos (los
tres primeros, llamados así porque, en general, presentan una visión similar de
la vida de Cristo) relatan que el ministerio público de Jesús comienza tras el
encarcelamiento de Juan Bautista y se prolonga casi un año. El Evangelio según san
Juan describe su labor, que comienza con la elección de sus primeros discípulos
(1,40-51) y se prolonga quizá unos tres años.
El relato del ministerio público y los
acontecimientos que le precedieron es similar en los Evangelios sinópticos. Los
tres describen el bautismo de Jesús en el río Jordán por Juan Bautista y su
retiro durante 40 días de ayuno y meditación al borde del desierto, que algunos
exegetas consideran como un tiempo de preparación ritual, donde el demonio (o
Satán) trató de tentarle. Mateo (4,3-9) y Lucas (4,3-12) añaden la descripción
de las tentaciones.
Después del bautismo y el retiro en el
desierto, Jesús volvió a Galilea y visitó su hogar en Nazaret (Lc. 4,16-30). Se
trasladó a Cafarnaum y comenzó a predicar. Según los sinópticos, fue entonces
cuando nombró a sus primeros discípulos, “Simón, que se llama Pedro, y su
hermano Andrés” (Mt. 4,21) y “Santiago el de Zebedeo y Juan, su hermano” (Mt.
4,21). Más adelante, cuando el número de sus seguidores creció, escogió a doce
discípulos para que le ayudaran.
AUMENTO DE LOS SEGUIDORES DE JESÚS
En compañía de sus discípulos, Jesús
estableció su base en Cafarnaum y viajó a los pueblos y aldeas cercanas para
proclamar la llegada del Reino de Dios, como hicieron muchos profetas hebreos
antes que él. Cuando los enfermos de cuerpo o espíritu se acercaron a él en
busca de ayuda, los curó con la fuerza de la fe. Insistió en el amor infinito
de Dios por los más débiles y desvalidos, y prometió el perdón y la vida eterna
en el cielo a los pecadores siempre que su arrepentimiento fuera sincero. La
esencia de estas enseñanzas se encuentra en el sermón de la montaña (Mt.
5,1-7), que contiene las bienaventuranzas (5,3-12) y la oración del
Padrenuestro (6,9-13). El énfasis de Jesús en la sinceridad moral más que en la
observancia estricta del ritual judío provocó la enemistad de los fariseos, que
temían que sus enseñanzas pudieran incitar a los judíos a rechazar la autoridad
de la Ley, o Torá. Otros judíos se mostraron recelosos ante las actividades de
Jesús y sus seguidores porque podrían predisponer a las autoridades romanas
contra una eventual restauración de la monarquía.
A pesar de esta creciente oposición, la
fama de Jesús se extendió sobre todo entre los marginados y los oprimidos, y el
entusiasmo de sus seguidores les llevó a tratar de “arrebatarle y hacerle rey”
(Jn. 6,15), pero Jesús lo impidió cuando escapó con sus discípulos por el mar
de Galilea (lago Tiberíades) a Cafarnaum (Jn. 6,15-21), donde pronunció un
sermón en el que se proclamó “pan de la vida” (Jn. 6,35). Este sermón, que hace
hincapié en la comunión espiritual con Dios, desconcertó a muchos de los que le
escucharon, pensando que se trataba de “duras palabras” (Jn. 6,60), y desde
entonces “muchos se retiraban y ya no le seguían” (Jn. 6,66).
Posteriormente, Jesús repartió su tiempo
entre viajar a las ciudades dentro y fuera de la provincia de Galilea, enseñar
a sus discípulos y retirarse en Betania (Mc. 11,11-12) y Efrem (Jn. 11,54), dos
ciudades próximas a Jerusalén. Según los Evangelios sinópticos pasó la mayor
parte del tiempo en Galilea, pero Juan centra el ministerio público de Jesús en
la provincia de Judea y relata sus numerosas visitas a Jerusalén. Los sermones
que pronunció y los milagros que realizó en esta época, en particular la
resurrección de Lázaro en Betania (Jn. 11,1-44), hicieron que muchos creyeran
en él (Jn. 11,45); pero el momento más importante de su vida pública ocurre en
Cesarea de Filipo cuando Simón (después Pedro) comprobó que Jesús era Cristo
(Mt. 16,16; Mc. 8,29; Lc. 9,20), a pesar de que Jesús nunca se lo había
revelado (según los Evangelios sinópticos), ni a él ni a los demás discípulos.
Esta revelación, además de la posterior predicción de su muerte y su
resurrección, las condiciones que debían cumplir sus discípulos en su misión, y
su transfiguración (momento en que se oyó una voz del cielo proclamándole hijo
de Dios y confirmando así la revelación) constituyen la base principal de la
misión histórica de la Iglesia cristiana (autorización explícita de Jesús
recogida en Mt. 16,17-19).
SUS ÚLTIMOS DÍAS
Cerca de la Pascua, Jesús viajó a
Jerusalén por última vez (Juan menciona numerosos viajes a Jerusalén y más de
una Pascua, mientras que los sinópticos dividen el ministerio público en las
provincias de Galilea y Judea, y mencionan sólo una Pascua después de que Jesús
abandonara Galilea para ir a Judea y Jerusalén) y el domingo de víspera entró
triunfante en la ciudad donde le recibió una gran muchedumbre que le aclamó.
Allí (el lunes y el martes, según los sinópticos), expulsó del templo a los
mercaderes y cambistas que, según una vieja costumbre estaban autorizados a
realizar sus transacciones en el patio exterior (Mc. 11,15-19) y discutió con
los sacerdotes, los escribas, los fariseos y los saduceos, que le hicieron
preguntas sobre su autoridad, tributos del César, y la resurrección. El martes,
Jesús reveló a sus discípulos los signos que acompañarían a la parusía, o su
segunda venida.
El miércoles Jesús fue ungido en Betania
por María, que anticipaba la unción de la sepultura (Mt. 26,6-13; Mc. 14,3-9).
Mientras tanto, en Jerusalén, los sacerdotes y los escribas, preocupados porque
las actividades de Jesús iban a poner a los romanos en su contra (Jn. 11,48),
conspiraron con uno de sus discípulos, Judas Iscariote, para arrestar a Jesús
de manera furtiva, “porque temían al pueblo” (Lc. 22,2). Juan 11,47-53 sitúa la
conspiración antes de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. El jueves, Jesús
celebró la cena de Pascua con sus discípulos y les habló de su inminente
traición y muerte como sacrificio por los pecados de la humanidad. Durante la
cena bendijo el pan ácimo y el vino, llamó al pan su cuerpo y al vino su
“sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los
pecados” (Mt. 26,27), y pidió que lo repartieran entre todos. Desde entonces,
los cristianos recuerdan este ritual, la eucaristía, en oficios de culto que
constituyen el principal sacramento de la Iglesia.
Después de la Última Cena, Jesús y sus
discípulos fueron al monte de los Olivos, donde según Mateo (26,30-32) y Marcos
(14,26-28), les aseguró que resucitaría (de la muerte). Al presentir que la
hora de su muerte estaba cerca, se retiró al huerto de Getsemaní, donde, “lleno
de angustia” (Lc. 22,44), meditó y oró. Una muchedumbre enviada por los
sacerdotes y los ancianos judíos, conducida por Judas Iscariote, le arrestó en
Getsemaní.
JUICIO Y CRUCIFIXIÓN
Según Juan (18,13-24), primero le
condujeron ante Anás, suegro del máximo sacerdote Caifás, para un
interrogatorio preliminar. Los sinópticos no mencionan este incidente, sólo
relatan que Jesús fue conducido al consejo supremo de los judíos, el Sanedrín,
donde Caifás pidió a Jesús que declarase si era “el Mesías, el hijo de Dios”
(Mt. 26,63). Por esta afirmación (Mc. 14,62), el consejo le condenó a muerte
por blasfemia, pero como sólo el procurador romano tenía poder para imponer la
pena capital, el viernes por la mañana condujeron a Jesús ante Poncio Pilatos
para sentenciarle. Antes del juicio, Pilatos le preguntó si era el rey de los
judíos, Jesús contestó: “Tú lo has dicho” (Mc. 15,2). Pilatos intentó varios
recursos para salvarle antes de dejar la decisión final en manos de la
muchedumbre. Cuando el populacho insistió en su muerte, Pilatos (Mt. 27,24)
ordenó su ejecución. El papel real de Pilatos ha sido muy debatido por los
historiadores. La Iglesia antigua tendió a culpar más a los judíos y a juzgar
con menos severidad al gobernador romano.
Jesús fue llevado al Gólgota y
crucificado, que era la pena romana para los criminales y los delincuentes
políticos. Dos ladrones fueron también crucificados con él, uno a cada lado. En
la cruz, sobre la cabeza de Jesús escribieron su acusación: “este es Jesús, el rey
de los judíos” (Mt. 27,37). Al caer el día, su cuerpo fue descendido, y como
estaba cerca el shabat (día festivo de los judíos), tiempo durante el cual no
estaba permitido el enterramiento, fue rápidamente depositado en una tumba
cercana por José de Arimatea (Jn. 19,39-42 relata que Nicodemo ayudó a José).
LA RESURRECCIÓN
El domingo siguiente, al amanecer,
“María Magdalena, y María la madre de Santiago” (Mac. 16,1) fueron al sepulcro
para ungir el cuerpo de Jesús antes de enterrarlo, y lo encontraron vacío. En
Mt. 28,2 se recoge que después de un terremoto apareció un ángel y apartó la
piedra de la entrada. En el interior de la tumba, “un joven” (Mc. 16,5) vestido
de blanco les anunció que Jesús había resucitado (esta noticia es anunciada por
el ángel en Mateo 28,5-6 y por dos hombres “con vestiduras deslumbrantes” en
Lucas 24,4. Según Juan 21, 11-18, María Magdalena vio dos ángeles y después a
Cristo resucitado). Más tarde, el mismo día (según Lucas, Juan y Marcos) Jesús
se apareció a las mujeres y a otros discípulos en varios lugares en Jerusalén y
sus proximidades. La mayoría de los discípulos no dudaron en que habían visto y
escuchado de nuevo al maestro que conocían y habían seguido durante el tiempo
de su predicación en Galilea y Judea. Pero hubo discípulos que dudaron en un
primer momento (Mt. 28,17), como Tomás, que no presenció las primeras
apariciones (Jn. 20,24-29). Según recoge el Nuevo Testamento, la resurrección
de Jesús se convirtió en una de las doctrinas esenciales de la cristiandad, pues
al resucitar de la muerte dio esperanzas a la humanidad de una vida después de
la muerte en el reino de los cielos.
Todos los Evangelios señalan que después
de su resurrección Jesús siguió enseñando a sus discípulos sobre asuntos
relativos al Reino de Dios. También les encomendó una misión: “Id, pues...
haced discípulos de todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, y
del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28,19). Lucas (24,50-51) también relata
que, en Betania, Jesús fue visto ascender a los cielos por sus discípulos. Los
Hechos de los Apóstoles 1, 212 recogen que la ascensión ocurrió cuarenta días
después de la resurrección. Todas las doctrinas de su ministerio fueron
desarrolladas en los principios fundamentales de la teología cristiana.
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