LA PÍLDORA DEL DÍA DESPUÉS…PERCY ZAPATA MENDO.
LA PÍLDORA DEL DÍA DESPUÉS…
28 de agosto del 2012
El uso de la píldora
del día después (pdd) sigue concitando controversia en los círculos que
entienden meridianamente su uso, dado que la mayoría de la población lo ha
aceptado como un método anticonceptivo más sin mayores prejuicios, tanto que el
uso del medicamento se ha trastocado en un abuso por parte de sus usuarios, y
esto se ha visto favorecido dado que el Ministerio de Salud lo ha incorporado
dentro de su arsenal terapéutico en el manejo de Salud Reproductiva, sin
siquiera brindar una información pertinente a las usuarias. Tuve por fortuna
que al ingresar a estudiar la profesión médica a principios de los noventa del
siglo pasado, instauraron al curso de Ética Médica y Deontología en la Universidad
Nacional de Trujillo, como disciplina de aprobación obligatoria, lo cual sirvió
como un refuerzo científico y práctico a lo que me fue inculcado en el seno de
mi familia, teniendo como paradigmas a mis padres. Espero que el desarrollo de
la presente contribuya a dar ciertas luces sobre este tema peliagudo y álgido,
donde los que brindan opiniones discordantes y que no siguen lo establecido
como política gubernamental, son llamados descalificadoramente como retrógrados
o fanáticos religiosos…pero permítanme exponer lo que motivo el presente
artículo.
El mecanismo de acción
de la pdd incluye un componente de significado ético fuerte: impide la anidación
y, con ello, el desarrollo del embrión humano. Sabemos que lo hace, pero
ignoramos cuantas veces los hace. En consecuencia, el recetar del médico o el
consumo por parte de la mujer de la pdd, son acciones con fuerte carga de
responsabilidad, en las que juegan un papel muy relevante factores de dos órdenes.
Uno, correspondería al área de la ética biológica; el otro, al de la ética
profesional. El factor etico-biologico consiste en saber qué es lo que ocurre
en el organismo de la mujer cuando ella
hace uso de la pdd: solo sabiéndolo, no daremos bastonazos de ciego y será
posible actuar con conocimiento y racionalidad. El factor ético-profesional
consiste en analizar, a la luz de los principios y normas de la deontología
médica, qué requisitos - de información no sesgada, de respeto por las personas
y sus convicciones morales- habrían de exigirse para que un médico pueda
prescribir la pdd.
MECANISMO DE ACCIÓN EN DISCUSIÓN
¿Que sabemos de la pdd?
Aquí, la pregunta no se refiere primariamente a su eficacia y seguridad, o a
sus interacciones: de eso sabemos suficiente. Se refiere a su mecanismo de acción,
del que necesitamos saber y hablar más.
Es casi rutinario decir
que la pdd ejerce un efecto diverso y multifactorial, que depende de la relación
temporal que se dé entre el momento de la ingestión del producto y el día del
ciclo menstrual o el tiempo transcurrido desde la relación coital. En la
versión oficial de los hechos, se dice que la pdd puede inhibir la ovulación o,
a través de sutiles perturbaciones de la función del eje hipotálamo-hipófisis-ovario,
retrasarla; que puede modificar la textura del moco cervical y volverlo
impracticable para los espermatozoides; que puede enlentecer la motilidad
tubarica y con ella el transporte de los gametos; que puede debilitar la
vitalidad de los espermatozoides y del ovocito y mermar su capacidad de
fecundarse; o que, en fin, puede alterar el endometrio y hacerlo refractario o
menos receptivo a la implantación del huevo fecundado. Es decir, unos cambios
son contraceptivos porque inhiben a la fecundación; otros, en cambio, operan después
de esta y han de ser tenidos como interceptivos o abortivos muy precoces.
Que parte juega cada
uno de esos factores, y particularmente ese último y decisivo efecto
antinidatorio de la pdd, es el que me he propuesto dilucidarlo. La cosa,
importante como es, permanece envuelta en una tenaz nube de ignorancia.
Sorprende que una cosa así ocurra en el tiempo de la medicina basada en
pruebas, tiempo en que, en farmacología clínica, se hila muy fino y no están
bien vistas ni la ignorancia ni la indeterminación. Disponemos solo de
estimaciones indirectas, aunque relativamente fiables, que permiten concluir
que, aun dada a tiempo, la pdd no inhibe la ovulación siempre; y que, a pesar
de los cambios que induce en el moco cervical, la pdd no impide que los espermatozoides
pasen en cantidad disminuida, pero suficiente, a la trompa; y que el efecto
antinidatorio endometrial juega un papel, decisivo aunque no cuantificado, en
la eficacia del tratamiento.
LUCES Y SOMBRAS
Una situación así
obliga a actuar en la duda, con menos datos de los necesarios, lo cual crea
conflictos. Con razón, quienes profesan un respeto profundo a todos los seres
humanos sin excepción, estiman que jamás uno de ellos puede ser expuesto al
riesgo próximo de ser destruido, aunque ese riesgo no este cuantificado. Basta
con que la pdd sea de hecho capaz de privar de la oportunidad de vivir al embrión
humano para que la pdd sea condenable. Quienes no profesan aquel respeto
prefieren negar el problema ético valiéndose de ciertos cambios del lenguaje.
Para ellos, mudar el nombre de las acciones transmuta su moralidad. Afirma un
editorial del New England Journal of Medicine: "…aun
cuando la contracepción de emergencia actuara exclusivamente impidiendo la implantación
del zigoto, no sería abortiva". Pero no se atreven a catalogarla qué es.
Quebrar la vida de un ser humano, por minúscula que sea la víctima, es algo que
merece ser llamado de alguna manera. Impedir la implantación del embrión humano
es un hecho de notable importancia ética que no se puede volatilizar por el fácil
expediente de dejarlo sin nombre. Su sustancia moral no desaparece aunque se
recurra a la redefinición de gestación y concepción que hace años pactaron la
OMS, la American College of Obstetrician and Gynecologists (ACOG), la International
Federation and Gynecology and Obstetrics (FIGO) y las multinacionales del control de la
natalidad. Pero la tal redefinición no es de recibo: a ella se vienen
resistiendo año tras año, con una tenacidad sensata, muchos hombres y mujeres
de buena voluntad, las sucesivas ediciones de los diccionarios generales y médicos,
y los libros de embriología humana.
De todas formas, aun en
medio del ocultamiento y la indeterminación, no faltan quienes, superado todo escrúpulo
ético ante el aborto y la contracepción dura, se manifiestan con sincera
franqueza. Un par de muestras: en la versión española, pero curiosamente no en
la inglesa, de la página del Population Council en Internet, se lee: "lo
que hacen las píldoras anticonceptivas de emergencia y las mini píldoras de
emergencia es, principalmente, modificar el endometrio (la capa de mucosa que
recubre el útero), para así inhibir la implantación de un huevo fecundado".
Y Emile Etienne Baulieu acuñó el concepto de contragestivos para agrupar junto
a la RU-486, la píldora abortiva que el había diseñado, los métodos de control
de la fertilidad que son abortivos muy precoces, entre los que incluye los
dispositivos intrauterinos, la contracepción hormonal a base de gestagenos y la
contracepción postcoital. "De hecho –afirmó en su
discurso al recibir la Medalla Lasker- la interrupción posterior a la fecundación,
que tendría que ser considerada como abortiva, es algo que está a la orden del día
[…] Por esa razón, hemos propuesto el término
"contragestion", una contracción de "contra-gestación",
para incluir en él la mayoría de los métodos de control de la fertilidad".
Eso es hablar claro y
sin tapujos. La evolución histórica de la contracepción ha seguido una
trayectoria bien definida: de la anovulación a la intercepción, del ovario al
endometrio, de antes de la fecundación a después de ella. El modo, lugar y
tiempo de su actuación han ido cambiando a lo largo de los últimos 45 años.
Pero se sigue hablando de contracepción, como si nada hubiese ocurrido.
El médico que profesa
un profundo respeto a la vida y que no ignora el efecto antinidatorio de la pdd
rehusara prescribirla, para lo que no necesita, a la vista de los términos que
constan en la reciente autorización del levonorgestrel, recurrir a la objeción
de conciencia, al igual que lo hace ante el aborto de embriones y fetos de
mayor edad.
Aunque es altamente
cuestionable que la píldora del día después (pdd) pueda considerarse como un
medicamento convencional, de momento, en Perú ha de prescribirse y dispensarse
como si de un medicamento genuino se tratara. El farmacéutico solo podrá
dispensarla cuando la haya recetado un médico.
Conviene, pues,
preguntarse qué normas deontológicas son especialmente pertinentes al caso. Son
dos los artículos del vigente Código de Ética y Deontología Medica que, a mi
parecer, las contienen.
TITULO II, CAPITULO 2.- DEL RESPETO DE LOS DERECHOS DEL PACIENTE,
ART. 63, INC. p).
Este articulo dice que
"Ser oportuna y debidamente informado sobre las medidas y prácticas
concernientes a la protección de su salud reproductiva".
El Código de Ética del
Colegio Médico del Perú declara que la información sobre la reproducción humana
es un área privilegiada, especial. En nuestro caso, impone al médico, en
especial al ginecólogo y al médico general, el deber de informar sobre la pdd,
no de modo rutinario, sino cualificadamente, pues la información que dan a
quienes le preguntan ha de servirles a estos para tomar decisiones con
conocimiento suficiente y con suficiente responsabilidad. Tal información ha de
ser objetiva, inteligible, adecuada.
Con datos parciales,
oscuros o sesgados no puede llegarse a decisiones responsables. Es criterio
general que el consentimiento del paciente no sería genuino, esto es, ni libre
ni informado, si el médico le ocultara información que el paciente tuviera por éticamente
significativa. Con respecto a la pdd, quien ha de juzgar es la propia mujer.
Este artículo reconoce
la especial e intransferible responsabilidad de cada uno en materia de reproducción
humana, que, en el pluralismo ético de hoy, admite diferentes versiones: para
unos, se trata de ejercer una maravillosa cooperación con el poder creador de
Dios; para otros, se trata de expresar la centralidad que la reproducción
humana ocupa en su plan de vida personal; para otros, finalmente, se trata de
ejercer el derecho de transmitir al hijo, a través del material genético, la
imagen de la propia identidad.
El medico ha de
reconocer que quienes creen que la vida del ser humano comienza con la fecundación
actúan con plena racionalidad cuando rechazan un tratamiento que pueda destruir
una vida humana naciente, aun cuando la frecuencia absoluta de tal evento fuera
baja. Es cierto que, en el proceso de consentimiento informado, el medico no está
obligado a referir riesgos muy raros, pero esa norma decae cuando se tengan
indicios razonables de que esa rara posibilidad es tenida por el paciente como importante,
muy importante. Esos indicios se obtienen informando y preguntando. No hacerlo equivaldría
a viciar el consentimiento, que ya no sería informado. Se sabe que se dan
efectos psicológicos negativos —sentimientos de engaño,
culpabilidad o tristeza, reacciones de rabia o depresión—
en mujeres que creen que la vida humana comienza con la fecundación y que más
tarde se enteran de que la pdd pudo haber eliminado una de esas vidas, sin que
se les hubiera informado y dado oportunidad de expresar su voluntad. La falta
de consentimiento en un caso así puede exponer al médico a enojosas
consecuencias deontológicas y judiciales.
TITULO II, CAPITULO 2.- DEL RESPETO DE LOS DERECHOS DEL PACIENTE,
ART. 63º.
Este articulo dice que
"El médico debe respetar y buscar los medios más apropiados para asegurar
los derechos del paciente, o su restablecimiento en caso que éstos hayan sido
vulnerados". Respetar a las personas es respetar sus convicciones. Como es
lógico, las convicciones que el médico no puede imponer no son solo las políticas,
ideológicas o religiosas. Son también las técnicas y científicas. El medico ha
de manifestar sus opiniones y recomendaciones que hagan al caso, pero ha de
hacerlo sin abusar de su posición de poder. Si piensa el medico que el embrión
humano es respetable solo después de haberse implantado o incluso más tarde,
esa es su opinión, pero no puede imponerla a quien tiene a la fecundación por
comienzo de la existencia humana. No puede olvidar el medico que, para mucha
gente, son inaceptables aquellas formas de regulación de la reproducción que
permiten la fecundación y provocan luego la pérdida del embrión.
En su relación con el
paciente singular, el medico no puede aplicar los criterios asignados, por las
encuestas sociológicas, a las mayorías. Los sondeos de opinión pueden decir que
la opinión prevalente es que el embarazo indeseado o inesperado tiene su
destino más apropiado en el aborto, o que la pdd es la opción que ha de ofrecerse
sin más averiguación a quien solicita contracepción urgente. Pero ese bien puede
no ser la opinión de muchos otros. Incluso puede estar en contradicción con otras
estadísticas. Así, por ejemplo, entre las adolescentes, que constituyen al
respecto el grupo más vulnerable, las circunstancias (sociales, culturales,
religiosas, familiares) que intervienen en la decisión de abortar o de
continuar el embarazo son muy complejas e impredecibles, y obligan a prestar al
asunto una atención individual y libre de prejuicios. En todo caso, el más
justificado seria el prejuicio a favor de la vida. En efecto, los datos
relativos al millón aproximado de adolescentes que anualmente quedan
embarazadas en los Estados Unidos suelen mostrar con notable constancia que
deciden abortar solo un tercio de ellas (35%), mientras que los otros dos
tercios (65%) lo continúan, aunque una séptima parte del total (14%) terminan
en un aborto espontaneo.
El médico no puede
prejuzgar que la persona que tiene delante participa de las mismas convicciones
éticas que él. Y, menos todavía, puede dar por supuesto que esa persona prefiere
ignorar o no dar importancia a las implicaciones morales o religiosas del uso de
la pdd. Y, dado que hay pruebas que sostienen que la pdd ejerce un efecto antinidatorio
y siendo imposible que el medico sepa de antemano si la mujer que le consulta
objetara o no a su empleo, no se puede sostener que sea buena práctica médica
privar a la mujer de la información imprescindible para que ella preste su autorización.
No dar esa información seria a la vez un engaño y un abuso, que expropiaría a
la mujer de su autonomía.
La situación definida
como contracepción de urgencia no exime de ese dialogo singular y libre de
prejuicios entre el médico y la mujer. No pertenece la prescripción de pdd al pequeño
número de situaciones de urgencia extremada en las que puede prescindirse del
consentimiento informado. En el caso de la presunta prescripción de la pdd no puede
prescindirse de entablar con la mujer una relación inteligente, informativa, éticamente
respetuosa, que tenga en cuenta sus creencias y valores.
La autorización para
comercializar la pdd trae a primer plano esos dos aspectos básicos de la ética
profesional de la medicina: el respeto a las convicciones del paciente y la comunicación
de la verdad. Queden los que no han sido tratados aquí para otra ocasión.
DEL SILENCIO CÓMPLICE O EL CARGAMONTÓN PROFESIONAL
Hace poco más de dos
años, publiqué una monografía en mi blog sobre la píldora del día después
(pdd), convencido de que iban a provocar un debate necesario y, así lo deseaba,
clarificador. Pero ese debate no se ha producido: han ido pasando los días y nadie
del campo profesional ha dicho en las páginas esta boca es mía, más bien, he
recibido comentarios como “tú que eres un profesional médico, se supone que
eres leído y entendido en lo concerniente en materia reproductiva y no puedes
estar argumentando contrariamente a lo que está hartamente probado respecto a
la ppd”, sin embargo, no me señalan las citas bibliográficas contundentes que
me ayuden a cambiar de postura mediante la argumentación palmaria.
Lo curioso es que se
trata de un silencio selectivo, intraprofesional. En la calle, los medios de comunicación,
con la colaboración de muchos médicos, no cesan de hablar sobre la pdd con ocasión
de los diferentes pasos de su camino hacia las farmacias.
¿Que podrá significar
ese silencio dentro de la profesión? Podría, en principio, ser expresión de
varias actitudes: del aburrimiento de unos por un asunto mil veces tratado y
del que decir algo nuevo parece imposible; del desinterés de otros por un problema
moral que juzgan superado; del desdén de muchos ante la naturaleza insoluble de
un conflicto ético más; de la fatiga de los que empiezan a cansarse de pugnar
por unos valores que ya no son compartidos. Pero la cosa no se puede quedar ahí.
Es necesario traerla de nuevo a colación: no es bueno que los médicos respondamos
con el silencio o la indiferencia a una cuestión que tanto interesa a la gente
y que nos implica de lleno.
JUEGO DE PALABRAS
Quiero tratar aquí de
un punto que está en el fondo del problema y que deje solo esbozado en mi blog
al que hice referencia: me refiero al cambio léxico que permite a los
promotores de la pdd afirmar que esta no es abortiva. Porque no se trata solo
de un cambio léxico: viene a ser la imposición de una ideología.
Refería, que se había
recurrido a cambiar el significado de algunas palabras para hacer más
convincente la idea de que la pdd no es abortiva.
Creo que es
clarificador conocer la historia y la intención de esos cambios. La transición
a una sociedad dominada por el ethos contraceptivo exigía un cambio de pensamiento
y de actitudes sobre lo que haya de entenderse por concepción: solo cambiando
el sentido de la palabra podrían cambiar las costumbres sociales. La cosa resulto
bastante sencilla: consistió en disociar concepción de fecundación, e
identificar concepción con implantación terminada.
Veámoslo con algo de
detalle. Concepción, en su acepción original, genuina, de uso general no
manipulado, es y ha sido siempre equivalente de fecundación: la concepción es
la unión del espermatozoide y el ovulo, es el comienzo del nuevo ser, marca el
inicio del embarazo. Eso es lo que en mayoría masiva dicen los diccionarios generales
de las diferentes lenguas y lo que repiten en mayoría masiva los diccionarios médicos.
Pero en el nuevo orden
de cosas, las cosas son distintas. En el nuevo lenguaje, concepción ya no es ni
fecundación ni comienzo del nuevo ser, sino, como antes, el inicio del
embarazo, pero marcado por la culminación de la implantación del blastocito en
el endometrio. El cambio no es un mero ejercicio de precisión académica: supone
una revolución ideológica.
Los libros de embriología
y los diccionarios se han resistido al cambio. Es un ejercicio, a la vez
absorbente y divertido, examinar lo que unos y otros dicen de concepción y fecundación,
de embrión y pre-embrión, de cigoto y mórula, de blastocito y gástrula, de
embarazo y aborto, de contraceptivo y abortifaciente. La incorporación de la
nueva ideología ha sido parcial y errática: se adaptan unos conceptos, pero se
dejan sin enmendar otros. Todo parece artificial y fabricado. Baste un botón de
muestra: el autoritativo diccionario médico Dorland’s,
en la entrada "concepción", sigue la redefinición moderna: "concepción,
el comienzo del embarazo, marcado por la implantación del blastocito en el
endometrio". Pero, curiosamente los revisores se olvidaron de modificar la
entrada "embarazo", que sigue anclada en la vieja tradición:
"embarazo, la condición de tener en el cuerpo un embrión o feto en desarrollo,
después de la unión de un oocito y un espermatozoide". Unas veces, el comienzo
del embarazo es la implantación, otras veces la fecundación. ¡Fascinante!
¡Maravilloso! ¡Hasta parece que hubieran encargado la modificación de estas
acepciones a los prestidigitadores de las leyes, entiéndanse abogados, para que
modifiquen y den una nueva interpretación de lo que era obvio hace unos lustros
atrás, pero con la consiguiente erratas por no manejar el léxico médico.
Las cosas no casan ni
pueden casar, cuando el lenguaje es torturado y se vuelve loco. Los genetistas
que colaboran con los embriologos clínicos han desarrollado técnicas de diagnóstico
genético preconcepcional y preimplantatorio, que le dan la espalda a la nueva
nomenclatura. Y se la dan en la práctica profesional también los mismos ginecólogos:
en un estudio hecho en 1998, en Estados Unidos, en que se les preguntaba en relación
con la información que dan a las mujeres en el proceso de obtener el
consentimiento informado, el 73% respondieron que concepción es sinónimo de fecundación
y solo el 24% indicaron que concepción era sinónimo de implantación.
¿ABORTOS EN APARIENCIA?
Con la nueva definición
de concepción, una cosa queda asegurada: la contracepción no es solo impedir la
concepción, no abarca solo el conjunto clásico de procedimientos, dispositivos,
o sustancias que impiden la reunión del espermatozoide y el oocito y su fertilización.
Incluye ahora, y trata de cobijar bajo la calificación ética de contracepción,
los procedimientos, dispositivos, o sustancias que impiden el desarrollo del embrión
en el tiempo que va de la fecundación al final de la implantación. Lo que hasta
ahora era abortivo precoz, conforme al nuevo lenguaje, ya no lo es. Solo merecen
el nombre de abortivos o abortifacientes los procedimientos o sustancias que impiden
el desarrollo del embrión ya implantado. Antes de terminada la implantación no
se puede hablar de aborto, es incorrecto referirse a una interrupción del
embarazo, porque, por la magia de la nueva palabra, el embarazo solo puede ser
interrumpido una vez que ha empezado, y ahora no empieza el día 1, sino un par
de semanas más tarde. En el nuevo lenguaje, hablar de abortos de embriones de
menos de 14 días es un contrasentido. Eso es lo que nos están diciendo acerca
de la pdd algunos representantes de la industria farmacéutica, ciertos agentes
sociales (entiéndanse Organizaciones No Gubernamentales Defensoras de los
Derechos de la Mujer) y del gobierno, y un sector de médicos.
Pero todos sabemos que
no estamos ante un juego de palabras, sino ante la cuestión, infinitamente más
seria, de nuestras relaciones con los seres humanos más pequeños. Estos, en su
inocencia, son destruidos por la pdd. La manipulación léxica nos dice que no
hablemos entonces de abortos, pero no nos dice que hemos de hablar. De algún modo
habrá que llamar al hecho de privar de la vida a los embriones a los que se impide
implantarse en el útero. Los neologismos técnicos de contracepción endometrial,
de intercepción postcoital, de efecto antinidatorio solo describen una parte de
la realidad. Ocultan el hecho de que, en muchas ocasiones, según sea el momento
del ciclo en que la mujer haya realizado el acto sexual, se impide la supervivencia
de un número considerable de embriones humanos.
Eso es lo relevante.
Llamarle o no aborto es, en cierta medida, indiferente para la realidad ética
subyacente, pero con alguna palabra hay que denominar la acción de eliminar
vidas humanas inocentes. Ofuscar a las mujeres diciéndoles que con la pdd nunca
pasa nada, en lo biológico y lo ético, es un condenable paternalismo, es
tenerlas por incapaces de asumir la responsabilidad de sus acciones,
escamotearles la oportunidad de escoger. Deben saber que por efecto de la pdd
una vida humana puede ser cercenada, un destino humano cancelado, la promesa de
una vida personal anulada. Y esa es una tragedia que no es justo trivializar
con juegos de palabras por sugerentes que sean, por inteligentes que parezcan,
aunque hayan recibido las bendiciones del ACOG y la FIGO, la OMS, etc.
OTRA VERSIÓN DE LOS HECHO A CONSIDERAR
Creo que el mayor
progreso que nos ha traído la ética médica en los últimos años ha sido la elevación
del paciente a la dignidad de agente moral, al rango de persona a la que no se
puede engañar, ni ofuscar, ni sustituir a la hora de tomar decisiones. Al contrario,
el medico ha de informarle y contestar a sus preguntas; ha de dejarle tiempo para
pensar y para que libremente decida.
Por eso sufro cuando
veo que muchas informaciones que se dan sobre la píldora del día siguiente no
informan, están sesgadas, y ocultan partes significativas de la realidad. En
concreto, se proclama que la píldora no es abortiva: "la Organización
Mundial de la Salud asegura que no tiene efectos abortivos". Es correcto,
pero, para poder decirlo, la OMS ha tenido antes que torturar las palabras y
hacerle confesar lo que no querían decir. Hace casi 30 años, encargó la OMS a
un grupo de expertos que cambiara la definición de concepción. La cosa era necesaria
para poder dejar el campo libre a la anticoncepción. Se sabía, y sobre todo se veía
venir, que muchos anticonceptivos impiden la anidación de los embriones y, con ello,
acababan con la vida de seres humanos ya concebidos. Los expertos hicieron un cambio
muy sutil: dijeron que, en el futuro, concepción no sería ya lo mismo que
fecundación, sino que el día primero de la existencia se retrasaba al momento
de la implantación del blastocito en el endometrio. Con el arreglillo, la vida
y, con ella, el comienzo del embarazo se retrasaban del día 1 al 14. Y, como el
aborto es la interrupción del embarazo, ya no podía haber abortos antes del día
14. Sería incorrecto, a partir de entonces, llamar aborto a la destrucción de
embriones de menos de 14 días de edad. Unos hicieron caso, otros nos negamos a
dejarnos engañar.
Y en esas andamos. En
el nuevo lenguaje de la OMS no hay nombre "oficial" para designar la eliminación
de los inocentes seres humanos de menos de 14 días. Eso es tabú. Para quienes
el embrión humano carece de valor, la habilidad léxica de la OMS puede que les
traiga sin cuidado. Pero para quienes consideramos, porque así se inició
nuestra propia vida, que los seres humanos, por pequeños que sean, son desde el
día 1 un bien inapreciable, el escamoteo de las palabras, aunque lo patrocine
la OMS, tiene un poco de fraude. Nadie se cree que la distancia de la Hacienda
Casa Grande a Trujillo cambie porque unos bromistas le añadan un cero a las
cifras kilométricas que figuran en los mapas.
Cambiarle el nombre o
dejar sin nombre a una acción no le cambia la sustancia.
Estos días se ha
hablado, con lenguaje muy técnico por cierto, de contracepción endometrial, de intercepción
postcoital, de efecto antinidatorio, pero se ha ocultado que, detrás de esas
expresiones tan científicas, se esconde muchas veces, la eliminación
intencionada de seres humanos. Eso es lo éticamente relevante. Hablar o no de
aborto es, en cierta medida, indiferente para la realidad ética subyacente.
Ofuscar a las mujeres diciéndoles
que con la nueva píldora nunca pasa nada, en lo biológico y en lo ético, porque
es inocua y no es abortiva, es una acción condenable, duramente paternalista.
Es agraviar a las mujeres teniéndolas por incapaces de comprender lo que hacen
y de asumir la responsabilidad de sus acciones. Para evitarles que se planteen
y resuelvan un problema, que es solo de ellas, se les limita su libertad, no se
les da oportunidad de escoger. No es correcto ignorar que, en un tanto por
ciento de ocasiones, por efecto de la píldora del día siguiente una vida humana
puede ser cercenada, un destino humano cancelado, la promesa de una vida
personal anulada. Esa es una situación seria, que no es justo trivializar con
juegos de palabras por sugerentes que sean o por prestigiosos que parezcan.
Comentarios
Publicar un comentario