EL AUTÉNTICO DEMONIO DE LOS ANDES, DON FRANCISCO DE CARBAJAL. PERCY ZAPATA MENDO
EL
AUTÉNTICO DEMONIO DE LOS ANDES, DON FRANCISCO DE CARBAJAL
Hace
un par de semanas leí con entusiasmo en la sección de espectáculos de un diario
capitalino, sobre el estreno la película peruana “El Demonio de los Andes”, lo
cual me produjo una inmensa alegría, puesto que mis primeros recuerdos sobre el
tema se remontan a mi época escolar, así que apresuradamente asumí que la tónica
de la filmografía sería del orden histórico, más al leer los siguientes subtítulos,
me fui desencantando por los “actores” que participarían en ella; no obstante, resolví
a dar cuenta del texto con paciencia, y a los pocos renglones de haberlo hecho,
dejé de leer, puesto que no era lo que había asumido previamente. La película
en mención no tenía nada que ver con aquel viejo guerrero que participó en las
gestas por la independencia de la Corona Española, en plena época de la
conquista del Perú, don Francisco de Carbajal, viejo maestre de Campo al
servicio de Gonzalo Pizarro, gran estratega, leal como ninguno y por lo cual,
iba sembrando los campos de guerra con la muerte para quienes hayan sido
felones en sus convicciones o siquiera, haber tenido dudas de tomar partido;
para él no había decisiones tibias, o era o no era.
Para
dar mayores luces sobre este soldado, les traigo a colación lo escrito por
Ricardo Palma en sus TRADICIONES PERUANAS, SEXTA SERIE:
“El Demonio de los Andes
A Ricardo Becerra
NOTICIAS HISTÓRICAS SOBRE EL MAESTRE DE
CAMPO FRANCISCO DE CARBAJAL
Arévalo, pequeña ciudad de Castilla la
Vieja, dio cuna al soldado que por su indómita bravura, por sus dotes
militares, por sus hazañas que rayan en lo fantástico, por su rara fortuna en
los combates y por su carácter sarcástico y cruel fue conocido en los primeros
tiempos del coloniaje con el nombre de Demonio de los Andes.
¿Quiénes fueron sus padres? ¿Fue hijo de
ganancia o fruto de honrado matrimonio? La historia guarda sobre estos puntos
profundo silencio, si bien libro hemos leído en que se afirma que fue hijo
natural del terrible César Borgia, duque de Valentinois.
Francisco de Carbajal, después de haber
militado más de treinta años en Europa, servido a las órdenes del Gran Capitán
Gonzalo de Córdova y encontrádose con el grado de alférez en las famosas
batallas de Ravena y Pavía, vino al Perú a prestar con su espada poderoso
auxilio al marqués D. Francisco Pizarro. Grandes mercedes obtuvo de éste, y en
breve se halló el aventurero Carbajal poseedor do pingüe fortuna.
Después del trágico fin que tuvo en Lima
el audaz conquistador del Perú, Carbajal combatió tenazmente la facción del
joven Almagro. En la sangrienta batalla de Chupas y cuando la victoria se
pronunciaba por los almagristas, Francisco de Carbajal, que mandaba un tercio
de la alebronada infantería real, exclamó arrojando el yelmo y la coraza y
adelantándose a sus soldados: «¡Mengua y baldón para el que retroceda! ¡Yo soy
un blanco doble mejor que vosotros para el enemigo!» La tropa siguió
entusiasmada el ejemplo de su corpulento y obeso capitán, y se apoderó de la
artillería de Almagro. Los historiadores convienen en que este acto de heroico
arrojo decidió de la batalla.
Vinieron los días en que el apóstol de
las Indias, Bartolomé de las Casas, alcanzó de Carlos V las tan combatidas
ordenanzas en favor de los indios, y cuya ejecución fue encomendada al hombre
menos a propósito para implantar reformas. Nos referimos al primer virrey del
Perú, Blasco Núñez de Vela. Sabido es que la falta de tino del comisionado
exaltó los intereses que la reforma hería, dando pábulo a la gran rebelión de
Gonzalo Pizarro.
Carbajal, que presentía el desarrollo de
los sucesos, se apresuró a realizar su fortuna para regresar a España. La
fatalidad hizo que por entonces no hubiese lista nave alguna capaz de emprender
tan arriesgada como larga travesía. Las cualidades dominantes en el alma de
nuestro héroe eran la gratitud y la lealtad. Muchos vínculos lo unían a los
Pizarros, y ellos lo forzaron a representar el segundo papel en las filas
rebeldes.
Gonzalo Pizarro, que estimó siempre en
mucho el valor y la experiencia del veterano, lo hizo en el acto reconocer del
ejército en el carácter de maestre de campo.
Carbajal, que no era tan sólo un soldado
valeroso, sino hombre conocedor de la política, dio por entonces a Gonzalo el
consejo más oportuno para su comprometida situación: «Pues las cosas os suceden
prósperamente -le escribió-, apoderaos una vez del gobierno y después se hará
lo que convenga. No habiéndonos dado Dios la facultad de adivinar, el verdadero
modo de acertar es hacer buen corazón y aparejarse para lo que suceda; que las
cosas grandes no se emprenden sin gran peligro. Lo mejor es fiar vuestra
justificación a las lanzas y arcabuces, pues habéis ido demasiado lejos para
esperar favor de la corona». Pero la educación de Gonzalo y sus hábitos de
respeto al soberano ponían coto a su ambición, y nunca osó presentarse en
abierta rebeldía contra el rey. Le asustaba el atrevido consejo de Carbajal. El
maestre de campo era, políticamente hablando, un hombre que se anticipaba a su
época y que presentía aquel evangelio del siglo XIX: «a una revolución vencida
se la llama motín; a un motín triunfante se le llama revolución: el éxito dicta
el nombre».
No es nuestro propósito historiar esa
larga y fatigosa campaña que con la muerte del virrey en la batalla de Iñaquito
el 18 de enero de 1546, entregó el país, aunque por poco tiempo, al dominio del
muy magnífico Sr. D. Gonzalo Pizarro. Los grandes servicios de Carbajal en esa
campaña los compendiamos en las siguientes líneas de un historiador:
«El octogenario guerrero exterminó o
aterró a los realistas del Sur. A la edad en que pocos hombres conservan el
fuego de las pasiones y el vigor de los órganos, pasó sin descanso seis veces
los Andes. De Quito a San Miguel, de Lima a Guamanga, de Guamanga a Lima, de
Lucanas al Cuzco, del Callao a Arequipa y de Arequipa a Charcas. Comiendo y
durmiendo sobre el caballo, fue insensible a los hielos de la puna, a la
ardiente reverberación del sol en los arenales y a las privaciones y fatigas de
las marchas forzadas. El vulgo supersticioso decía que Carbajal y su caballo
andaban por los aires. Sólo así podían explicarse tan prodigiosa actividad».
Después de la victoria de Iñaquito, el
poder de Gonzalo parecía indestructible. Todo conspiraba para que el victorioso
gobernador independizase el Perú. Su tentador Demonio de los Andes lo escribía
desde Andahuaylas, excitándolo a coronarse: «Debéis declararos rey de esta
tierra conquistada por vuestras armas y las de vuestros hermanos. Harto mejores
son vuestros títulos que el de los reyes de España. ¿En qué cláusula de su
testamento les legó Adán el imperio de los incas? No os intimidéis porque
hablillas vulgares os acusen de deslealtad. Ninguno que llegó a ser rey tuvo
jamás el nombre de traidor. Los gobiernos que creó la fuerza, el tiempo los
hace legítimos. Reinad y seréis honrados. De cualquier modo, rey sois de hecho
y debéis morir reinando. Francia y Roma os ampararán si tenéis voluntad y maña
para saber captaros su protección. Contad conmigo en vida y en muerte; y cuando
todo turbio corra, tan buen palmo de pescuezo tengo yo para la horca como
cualquier otro hijo de vecino».
Entre los cuadros que hasta 1860
adornaban las paredes del Museo Nacional, y que posteriormente fueron
trasladados al palacio de la Exposición, recordamos haber visto un retrato del
Demonio de los Andes, en el cual se leían estos que diz que son versos:
«Del Perú la suprema independencia
Carbajal ha tres siglos quería,
Y quererlo costole la existencia»
Pero estaba escrito que no era Pizarro
el escogido por Dios para crear la nacionalidad peruana. Coronándose, habría
creado intereses especiales en el país, y los hombres habrían hecho su destino
solidario con el del monarca. Por eso, al arribo del licenciado Gasca con
amplios poderes de Felipe II para proceder en las cosas de América y prodigar
indultos, honores y mercedes, empezó la traición a dar amarguísimos frutos en
las filas de Gonzalo. Sus amigos se desbandaban para engrosar el campo del
licenciado. Sólo la severidad de Carbajal podía mantener a raya a los
traidores. Tan grande era el terror que inspiraba el nombre del veterano, que
en cierta ocasión dijo Pizarro a Pedro Paniagua, emisario de Gasca:
-Esperad a que venga el maestre de
campo, Carbajal y le veréis y conoceréis.
-Eso es, señor, lo que no quiero esperar
-contestó el emisario-; que al maestre yo le doy por visto y conocido.
En Lima estaba en ebullición la rebeldía
contra Pizarro. El pueblo que en Cabildo abierto lo había aclamado libertador,
que lo llamó el muy magnífico y que lo obligó a continuar en el cargo de
gobernador, ya que él desdeñaba el trono con que le brindaran, ese mismo pueblo
le negaba un año después el contingente de sus simpatías. ¡Triste, tristísima
cosa es el amor popular!
Forzado se vio Gonzalo, para no sucumbir
en Lima, a retirarse al Sur y presentar la batalla de Huarina. No excedía de
quinientos el número de leales que lo acompañaban. Diego Centeno, al mando de
mil doscientos hombres, atacó la reducida hueste revolucionaria; más la
habilidad estratégica y el heroico valor del anciano maestre de campo
alcanzaron para tan desesperada causa la última de sus victorias.
La gran figura del vencedor de Huarina
tiene su lado horriblemente sombrío: la crueldad. Difícilmente daba cuartel a
los rendidos, y más de trescientas ejecuciones realizaron con los desertores o
sospechosos de traición.
Cuéntase que en el Cuzco, doña María
Calderón, esposa de un capitán de las tropas de Centeno, se permitía con
mujeril indiscreción tratar a Gonzalo de tirano, y repetía en público que el
rey no tardaría en triunfar de los rebeldes.
-Comadrita -le dijo Carbajal en tres
distintas ocasiones-, tráguese usted las palabras; porque si no contiene su
maldita sin-hueso, la hago matar, como hay Dios, sin que la valga el parentesco
espiritual que conmigo tiene.
Luego que vio la inutilidad de la
tercera monición, se presentó el maestre en casa de la señora, diciéndola:
-Sepa usted, señora comadre, que vengo a
darla garrote; -y después de haber expuesto el cadáver en una ventana, exclamó:
«¡Cuerpo de tal, comadre cotorrita, que si usted no escarmienta de ésta, yo no
sé lo que me haga!»
Por fin, el 9 de abril de 1548 se empeñó
la batalla de Saxsahuamán. Pizarro, temiendo que la impetuosidad de Carbajal le
fuese funesta, dio el segundo lugar al infame Cepeda, resignándose el maestre a
pelear como simple soldado. Apenas rotos los fuegos, se pasaron al campo de
Gasca el segundo jefe Cepeda y el capitán Garcilaso de la Vega, padre del
historiador. La traición fue contagiosa, y el licenciado Gasca, sin más armas
que su breviario y su consejo de capellanes, conquistó en Saxsahuamán laureles
baratos y sin sangre. No fueron el valor ni la ciencia militar, sino la
ingratitud y la felonía, los que vencieron al generoso hermano del marqués
Pizarro.
Cuando vio Carbajal la traidora
deserción de sus compañeros, puso una pierna sobre el arzón, y empezó a cantar
el villancico que tan popular se ha hecho después:
«Los mis cabellicos, maire,
Uno a uno se los llevó el aire.
¡Ay pobrecicos
Los mis cabellicos!»
Caído el caballo que montaba, se halló
el maestre rodeado de enemigos resueltos a darle muerte; mas lo salvó la
oportuna intervención de Centeno. Algunos historiadores dicen que el prisionero
le preguntó:
-¿Quién es vuesa merced que tanta gracia
me hace?
-¿No me conoce vuesa merced? -contestó
el otro con afabilidad-. Soy Diego Centeno.
-¡Por mi santo patrón! -replicó el
veterano, aludiendo a la retirada de Charcas y a la batalla de Huarina-, como
siempre vi a vuesa merced de espaldas, no le conocí viéndole la cara.
Gonzalo Pizarro y Francisco de Carbajal
fueron inmediatamente juzgados y puestos en capilla. Sobre el gobernador, en su
condición de caballero, recayó la pena de decapitación. El maestre, que era
plebeyo, debía ser arrastrado y descuartizado. Al leerle la sentencia contestó:
«Basta con matarme».
Acercósele entonces un capitán, al que
en una ocasión quiso D. Francisco hacer ahorcar por sospecharlo traidor:
-Aunque vuesa merced pretendió hacerme
finado, holgareme hoy con servirle en lo que ofrecérsele pudiera.
-Cuando le quiso ahorcar podía hacerlo,
y si no lo ahorqué fue porque nunca gusté de matar hombres tan ruines.
Un soldado que había sido asistente del
maestre, pero que se había pasado al enemigo, le dijo llorando:
-¡Mi capitán! ¡Plugiera a Dios que
dejasen a vuesa merced con vida y me mataran a mí! Si vuesa merced se huyera
cuando yo me huí, no se viera hoy como se ve.
-Hermano Pedro de Tapia -le contestó
Carbajal con su acostumbrado sarcasmo-, pues que éramos tan grandes amigos,
¿por qué pecasteis contra la amistad y no me disteis aviso para que nos
huyéramos juntos?
Un mercader, que se quejaba de haber
sido arruinado por D. Francisco, empezó a insultarlo:
-¿Y de qué suma le soy deudor?
- Bien montará a veinte mil ducados.
Carbajal se desciñó con toda flema la
vaina de la espada (pues la hoja la había entregado a Pedro Valdivia al
rendírsele prisionero), y alargándola al mercader le dijo:
-Pues, hermanito, tome a cuenta esta
vaina, y no me vengan con más cobranzas: que yo no recuerdo en mi ánima tener
otra deuda que cinco maravedises a una bruja bodegonera de Sevilla, y si no se
los pagué fue porque cristianaba el vino y me expuso a un ataque de cólicos y cámaras.
Cuando lo colocaron en un cesto
arrastrado por dos mulas para sacarlo al suplicio, soltó una carcajada y se
puso a cantar:
«¡Qué fortuna! ¡Niño en cuna, viejo en
una!; ¡Qué fortuna!»
Durante el trayecto, la muchedumbre
quería arrebatar al condenado y hacerlo pedazos. Carbajal, haciendo ostentación
de valor y sangre fría, dijo:
-¡Ea, señores, paso franco! No hay que
arremolinarse y dejen hacer justicia.
Y en el momento en que el verdugo Juan
Enríquez se preparaba a despachar a la víctima, ésta le dijo sonriendo:
-Hermano Juan, trátame como de sastre a
sastre.
Carbajal fue ajusticiado en el mismo
campo de batalla el 10 de abril, a la edad de ochenta y cuatro años. Al día
siguiente hizo su entrada triunfal en el Cuzco.
He aquí el retrato moral que un
historiador hace del infortunado maestro:
«Entre los soldados del Nuevo Mundo,
Carbajal fue sin duda el que poseyó más dotes militares. Estricto para mantener
la disciplina, activo y perseverante, no conocía el peligro ni la fatiga, y
eran tales la sagacidad y recursos que desplegaba en las expediciones, que el
vulgo creía tuviese algún diablo familiar. Con carácter tan extraordinario, con
fuerzas que le duraron mucho más de lo que comúnmente duran en los hombres, y
con la fortuna de no haber asistido a más derrota, que a la de Saxsahuamán en
sesenta y cinco años que en Europa y América vivió llevando vida militar, no es
extraño que se hayan referido de él cosas fabulosas, ni que sus soldados,
considerándole como a un ser sobrenatural, lo llamasen el Demonio de los Andes.
Tenía vena, si así puede llamarse, y daba suelta a su locuacidad en cualquiera
ocasión. Miraba la vida como una comedia, aunque más de una vez hizo de ella
una tragedia. Su ferocidad era proverbial; pero aun sus enemigos lo reconocían
una gran virtud: la fidelidad. Por eso no fue tolerante con la perfidia de los
demás; por eso nunca manifestó compasión con los traidores. Esta constante
lealtad, donde semejante virtud era tan rara, rodea de respeto la gran figura
del maestre de campo Francisco de Carbajal».
Pero no con el suplicio concluyó para
Carbajal la venganza del poder real.
Su solar, o casa en Lima, lo formaba el
ángulo de las calles conocidas hoy bajo los nombres de la Pelota y de los
Gallos. El terreno fue sembrado de sal, demolidas las paredes interiores, y en
la esquina de la última se colocó una lápida de bronce con una inscripción de
infamia para la memoria del propietario. A la calle se le dio el nombre de
calle del Mármol de Carbajal.
Mas entre la soldadesca había dejado el
maestre de campo muchos entusiastas apasionados, y tan luego como el licenciado
Gasca regresó a España, quitaron una noche el ignominioso mármol. La audiencia
verificó algunas prisiones, aunque sin éxito, pues no alcanzó a descubrir a los
ladrones.
Poco después aconteció en el Cuzco la
famosa rebeldía del capitán D. Francisco Girón, quien, proclamando la misma
causa vencida en Saxsahuamán, puso en peligro durante trece meses el poder de
la Real Audiencia.
Derrotado Girón, fue conducido
prisionero a Lima y colocada su sangrienta cabeza en la plaza Mayor, en medio
de dos postes en que estaban las de Gonzalo Pizarro y Francisco de Carbajal.
Cerca de sesenta años habían
transcurrido desde el horrible drama de Saxsahuamán. Un descendiente de San
Francisco de Borja, duque de Gandía, el virrey poeta-príncipe de Esquilache,
gobernaba el Perú en nombre de Felipe III. No sabemos si cumpliendo órdenes
regias o bien por rodear de terroroso prestigio el principio monárquico, hizo
que el 1º de enero de 1617, y con gran ceremonial, se colocase en el solar del
maestre de campo la siguiente lápida:
REYNANDO LA MAG DE PHILIPO III N. S. AÑO
D 1617 EL EXMO. SEÑOR D. FRANCISCO D BORJA PRÍNCIPE D ESQVILACHE VIREY D ESTOS
REYNOS MANDÓ REEDIFICAR ESTE MÁRMOL QVE ES LA MEMORIA DEL CASTIGO QVE SE DIO A
FRANCISCO DE CARBAJAL MAESSE DE CAMPO DE GONZALO PIZARRO EN CVYA COMPAÑÍA FVE
ALEVE Y TRAIDOR A SV REY Y SEÑOR NATVRAL CVYAS CASSAS SE DERRIBARON Y SEMBRARON
DE SAL. AÑO DE 1538. Y ESTE ES SV SOLAR.
Esta lápida, que nuestros lectores
pueden examinar para convencerse de que, al copiarla, hemos cuidado de
conservar hasta las extravagancias ortográficas, se encuentra hoy incrustada en
una de las paredes del salón de la Biblioteca Nacional. Pero algunos años
después, un deudo de Carbajal la hizo desaparecer de la esquina de los Gallos,
hasta que un siglo más tarde, en 1645, fue restaurada por el virrey marqués de
Mancera, como lo prueban las siguientes líneas que completan la del salón de la
Biblioteca:
DESPUÉS REYNANDO LA MAG. DE PHILIPO
IIII. N. S. EL EXMO. S. D. PEDRO DE TOLEDO Y LEYVA MARQUÉS D MANCERA VIRREY DE
ESTOS RREYNOS GENTIL HOMBRE DE SV CÁMARA Y D SV CONSEJO DE GUERRA ESTANDO ESTE
MÁRMOL OTRA VES PERDIDO LE MANDÓ RRENOVAR. AÑO D 1645.
Cuando el Perú conquistó su
independencia, perdió su nombre la calle del Mármol de Carbajal. Los hijos de
la República no podíamos, sin mengua, ser copartícipes de un ensañamiento que
no se detuvo ante la santidad de la tumba”.
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