¿QUIÉN FUE BARRABÁS?. PERCY ZAPATA MENDO.

¿QUIÉN FUE BARRABÁS?

Estamos a pocos días de celebrar Semana Santa, y es tradicional que los canales televisivos programen para esas fechas las consabidas películas alusivas al sacrificio de Jesucristo por todos nosotros – para los que se ufanan de ser ateos o agnósticos, omitir esta última frase escrita -, y es inevitable presenciar las escenas donde el Procurador Poncio Pilatos, en cumplimiento de una tradición, le dé a elegir al populacho que acudió a la Torre Antonia a quién liberar: Si a Jesús de Nazaret, o a un delincuente que ha sido interpretado siempre por un actor caracterizado como un personaje torvo y siniestro, que responde al nombre de Barrabás.
Hasta el día de hoy, la figura de Barrabás sigue siendo un misterio. Para unos era un revolucionario político, del grupo de los zelotas, que conspiraba contra el gobierno de Roma. Para otros, era un asesino. Tampoco los Evangelios se ponen de acuerdo sobre su identificación. Para San Mateo, era “un preso famoso” (Mt 27,16). Para San Marcos y San Lucas, era uno de los “sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato” (Mc 15,7; Lc 23,19). Para San Juan, era “un ladrón” (Jn 18,40). Y para el libro de Los Hechos de los Apóstoles era “un homicida” (3,14). Por lo tanto, del retrato que obtenemos del Nuevo Testamento, Barrabás era tres cosas: un sedicioso político, un ladrón, y un asesino.
La creencia más generalizada sobre Barrabás es que se trataba de un sedicioso, es decir, una especie de guerrillero o subversivo que luchaba contra el poder de Roma en Palestina. Pero de ser así, ¿cómo se explica que Poncio Pilato le soltara tan fácilmente? Ningún gobernador romano, según lo que conocemos de la historia, habría devuelto jamás la libertad a un preso que estuviera acusado de hostilidad contra el Imperio.
Por eso otros prefieren la segunda alternativa, de que Barrabás era un simple asesino, que con algunos compañeros habría matado a una persona en el ámbito privado, sin connotaciones políticas ni revolucionarias. Pero, ¿por qué entonces Mateo, al hablar de él, dice que era un preso “famoso”, en el sentido de “ilustre”, “célebre”? No se trata sólo de alguien “muy conocido”, sino también “admirado” y “respetado”. San Pablo usa esta misma palabra griega cuando, al hablar de Andrónico y Junia en Rm 16,7, dice que eran “ilustres” entre los apóstoles. ¿Cómo un ladrón puede ser venerado y tener el reconocimiento popular?
La tercera hipótesis ve en Barrabás a un ladrón, un delincuente común. Pero Marcos cuenta que la multitud, al enterarse del arresto de Barrabás, fue a pedir a Pilato que lo liberara, antes de que a Pilato se le ocurriera la posibilidad de que la gente optara entre su liberación o la de Jesús (Mc 15,6-7). ¿Cómo un ladrón y delincuente como Barrabás podía despertar espontáneamente en la gente tanto fervor y entusiasmo, a tal punto de que fueron a solicitar su perdón?
Frente a tantos impedimentos insalvables que encuentran todas estas explicaciones, muchos exegetas han propuesto una cuarta solución: que Barrabás no existió. Que es una figura simbólica, imaginaria, creada por la tradición cristiana para dar mayor dramatismo y significado a la muerte de Jesucristo. Que el único acusado de carne y hueso que estuvo presente aquél día frente a la multitud fue Jesús de Nazaret.
Pero si estudiamos con más cuidado los datos del Nuevo Testamento quizás podamos encontrar otra respuesta menos pesimista a este problema. Ante todo, llama la atención que Marcos, el primer evangelista en escribir, cuando habla del incidente por el que arrestaron a Barrabás, se refiere a él como “el motín” (en griego, stásis) (15,7). Resulta curioso que a un motín (o alzamiento político) se lo llame “el” motín, con artículo determinado, sin que en ninguna otra parte se aclare a cuál motín se refiere. Lo único que sabemos es que sucedió en el contexto de la Pascua. Pero, ¿cuál es este motín, ocurrido en tiempo de Pascua, y tan conocido, que no hacía falta más aclaraciones para recordarlo?
En griego, la palabra stásis significa, en efecto, enfrentamiento, pelea, lucha, disputa, pero no siempre alude a un enfrentamiento subversivo o político. Por ejemplo, en Hch 15,2 stásis significa “enfrentamiento o debate doctrinal”, es decir, de ideas, sobre el tema de la circuncisión. En Hch 23,7.10 es un enfrentamiento sobre la resurrección de los muertos. En Hch 24,5 es la lucha entre judíos por las diferentes interpretaciones de la Ley. Por lo tanto, “el” stásis de Marcos (con artículo determinado) podría traducirse también por “el enfrentamiento”, “la disputa”, o “la lucha” de carácter intelectual, incluso artística, o un certamen o concurso lúdico, que coincidiese con las fiestas de Pascua.
Ahora bien, ¿cuál enfrentamiento o pugna sobresalía en aquél tiempo de tal manera que hubiera podido adquirir popularmente el apelativo absoluto de “el” enfrentamiento?
Gracias al escritor judío Flavio Josefo, sabemos que el rey Herodes había construido en Jerusalén un grandioso anfiteatro o hipódromo en el valle del Tiropeón, la zona baja de la ciudad, en el que se celebraban carreras de carros y de jinetes, dotadas de importantes premios. O sea que stásis podría significar también una competición hípica, en especial una carrera de carros. Más aún, si a alguna stásis o certamen deportivo le convenía el nombre eminente de “la” competición, era desde luego la carrera de carros, sobre todo en el ambiente de Roma, donde ésta era la máxima atracción popular, y donde se encontraban los lectores de Marcos.
Ahora hay que aclarar quiénes eran los sediciosos (en griego, stasiastés) que habían cometido el asesinato, y por el que había terminado preso Barrabás (Mc 15,7). Para esto debemos analizar esta segunda palabra. Normalmente stasiastés se traduce como sedicioso, faccioso, o revolucionario político. Sin embargo la palabra puede traducirse también por perturbador, molesto, es decir, cualquier antisocial privado (como aparece en muchos textos griegos antiguos), y no necesariamente un rebelde de carácter político. De modo que aquellos stasiastái encarcelados con Barrabás podrían perfectamente haber sido unos simples alborotadores del orden público, y no unos activistas subversivos contra Roma.
Podemos concluir, pues: a) que la stásis de Marcos no es necesariamente un choque guerrillero, sino que podría referirse a una competición deportiva, a alguno de aquellos espectáculos que presenciaban los contemporáneos de Jesús en el hipódromo de Jerusalén; b) que los revoltosos que acompañaban en la cárcel a Barrabás no eran unos sublevados contra Roma, sino que podían ser unos simples espectadores excitados, provocadores, y pendencieros.
Por lo tanto, no estaríamos muy errados si dijéramos que Barrabás podría haber sido un auriga (es decir, un conductor de carros de carrera), al que el pueblo admiraba y cuya liberación querían a toda costa. Y que los que estaban en prisión con él eran unos espectadores revoltosos que, por ejemplo, podían haber empujado hacia los caballos o las ruedas del carro de Barrabás a un infeliz aficionado, tal vez hostil a su ídolo, y haberle provocado la muerte, de modo que Barrabás terminó también accidentalmente implicado en el crimen. Si esto es así, entonces se aclaran muchos de los detalles borrosos que aparecen en los Evangelios.
Ø Primero, se comprende la distinción que Marcos hace entre Barrabás y sus compañeros de prisión. Sólo a éstos los llama “revoltosos”, y sólo a éstos los presenta como autores del homicidio, mientras que de Barrabás no dice nada.
Ø Segundo, que a Barrabás se lo conociera por su apodo. En efecto, Marcos escribe: “Había uno, el llamado Barrabás”. Generalmente la expresión “llamado” alude a un sobrenombre. Así, por ejemplo: “De María nació Jesús, llamado Cristo” (Mt 1,16); “Vio a Simón, llamado Pedro” (Mt 4,18); “Dijo Tomás, llamado Mellizo” (Jn 11,16). De modo que Barrabás no era su nombre, sino su sobrenombre deportivo.
Ø Tercero, que Mateo pudiera decir de él que era un detenido “célebre” (Mt 27,16).
Ø Cuarto, que Barrabás tuviera tantos partidarios o adeptos de su actividad deportiva, que pidieran espontáneamente su liberación.
Ø Quinto, que Pilato no tuviera mayor inconveniente en concedérsela, puesto que, en definitiva, Barrabás no era propiamente culpable.
Esta interpretación tropieza, sin embargo, con un obstáculo. Y es que el Evangelio de Juan define a Barrabás como un “ladrón” (18,40). De hecho este calificativo es el que más ha influido, desde la antigüedad, para identificar a Barrabás. Al llamarlo así, ¿pensaba Juan que Barrabás era verdaderamente un delincuente que robaba y hurtaba?
Podemos hallar una respuesta a esto, si tenemos en cuenta que Juan es el Evangelio más simbólico de todos, y que muchas veces su lenguaje y sus palabras esconden un sentido más profundo y alegórico de lo que a simple vista puede aparecer. Por lo tanto, tendríamos que preguntarnos: ¿qué significa “ladrón” para el Evangelio de Juan? La respuesta aparece en la parábola del Buen Pastor (Jn 10,1-18). Allí Jesús dice: “El que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, ése es un salteador y un ladrón” (v.1). En cambio “el que entra por la puerta, ése es el Pastor de las ovejas” (v.2). “Todos los que han venido son salteadores y ladrones” (v.8). “El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (v.10).
Para San Juan, pues, Jesús es el Pastor de las ovejas. Y todo aquél que no entra por la puerta, es decir, quien no cree en Jesús, viene a quitar la vida a las ovejas y en consecuencia, es un ladrón. Entre estos ladrones, según el agudo lenguaje de Juan, está Barrabás. Porque este gimnasta, más o menos brillante, que seducía y fascinaba al pueblo con sus proezas, embotó las mentes de la multitud al hacer que pidieran la muerte de un inocente. Cuando el pueblo clamó por la libertad del hábil deportista, olvidándose de Jesús, desconoció al verdadero Pastor, desoyó su voz, y se fue tras un ladrón.
La dramática confrontación, pues, que había tenido lugar ante Pilato entre Jesús y Barrabás, llevó genialmente al evangelista a representar, en ambas figuras, a los personajes de la parábola contada por Jesús.
Que Juan da al término “ladrón” un sentido especial, y no el de un ladrón común, se ve más claro en su relato de la crucifixión. Allí, cuando habla de los dos malhechores crucificados con Jesús, no dice que eran “ladrones”, como lo hacen Mateo (27,38) y Marcos (15,27). Juan dice solamente: “Y crucificaron con Él a otros dos, uno a cada lado” (19,18). No emplea la palabra “ladrones”, a pesar de que lo eran, porque Juan quiso reservar esta palabra, que había empleado sólo con Barrabás, para aquél sentido especial y sutil, tomado del discurso del buen Pastor.
Pero la interpretación de que Barrabás podría haber sido un auriga, al que encarcelaron por el crimen cometido por un grupo de fanáticos simpatizantes, parece no encajar con la versión del libro de Los Hechos. En efecto, con el Evangelio de Lucas no hay problemas, porque allí el evangelista no culpa a Barrabás del crimen por el que está preso (como tampoco lo habían hecho Marcos, Mateo y Juan). Simplemente dice que: “éste había sido encarcelado por una disputa (la stásis) que hubo en la ciudad, y por asesinato” (Lc 23,19). Pero en Los Hechos, Lucas modifica su versión anterior y llama a Barrabás “hombre homicida”. ¿Por qué cambió de opinión? ¿Por qué se aparta de toda la tradición evangélica? Ante todo, fijémonos que esta afirmación se encuentra en un discurso que pronuncia San Pedro ante los judíos en el Templo, luego de curar a un paralítico. Allí les dice: “Ustedes han pedido que se les entregara a un asesino, mientras que han hecho morir al Jefe que lleva a la vida” (Hch 3,14-15).
¿Qué quiso decir Lucas? Para entenderlo, hay que tener presente que se trata de una manera de hablar muy común entre los judíos, y muy empleada en la Biblia. Es un juego de palabras llamado “quiasmo”, y consiste en cruzar conceptos y contraponer palabras para resaltar mejor la idea que se quiere expresar. Es decir, Lucas aprovechó que en la historia de Barrabás se mencionaba un homicidio (no cometido por Barrabás sino por sus partidarios), para emplearlo en comparación con el homicidio contra Jesús. Y así, cruzando las frases, formó la idea: “Han dado la vida / a un asesino, / y han asesinado / al que da la Vida”.
En esta expresión, el único asesinato que realmente interesa es el cometido contra Jesús. Y sólo para resaltar al máximo la injusticia perpetrada contra Él, se alude a que el liberado era un asesino. Barrabás, pues, ha quedado “convertido” en homicida sólo por una necesidad literaria, pero no porque se trate de un episodio histórico. Ésa es la razón por la que Lucas cambió la versión que había dado antes en su Evangelio.
Falta aclarar un último problema. Barrabás no debió de haber sido un judío, sino un extranjero. En efecto, resulta difícil imaginar que en el poco tiempo que llevaba funcionando el hipódromo de Jerusalén, algún judío hubiera podido alcanzar el nivel y la capacidad de un buen deportista como para competir en las carreras de carros. Además, los jóvenes israelitas no eran proclives a este tipo de entrenamientos. Por eso el rey Herodes, dice Flavio Josefo, hacía traer de afuera a los jinetes y aurigas. Sin embargo, el sobrenombre “Barrabás” es de origen judío, y significa en arameo “el hijo (bar) de su padre (abba)”. ¿Cómo es posible que a un extranjero se lo conociera con un apodo judío?
Hay varias maneras de explicar esto. Quizás este extranjero recibió en Jerusalén un apelativo en arameo que fuera la traducción del que traía de afuera. En su patria podían haberlo conocido como “el hijo de su padre” (si su padre, por ejemplo, hubiera sido también un hábil corredor ecuestre), y entonces los jerosolimitanos podrían haber traducido su apodo al arameo por “Barrabás”. Pero también se puede pensar que Barrabás no fuera una palabra judía sino extranjera. Podría estar formada por “bar” (sílaba inicial de “bárbaros” = extranjero), y “Abas” (nombre de un centauro), o sea, que significaría “el centauro extranjero”, apodo apropiado para un jinete o auriga. También podría venir de “bárbaks” (= “halcón”), o de alguna otra expresión parecida.
De cualquier manera, no es difícil entender que a un extranjero se lo conociera en Jerusalén con el sobrenombre de Barrabás, sea éste de origen judío o foráneo.
Barrabás no era un subversivo, ni un ladrón, ni un asesino. Probablemente era un auriga, llegado de afuera para las competencias ecuestres en el hipódromo de Jerusalén con motivo de las fiestas, y famoso en la ciudad tal vez por haber venido otras veces a exhibir sus dotes de deportista. Y los revoltosos que lo acompañaban en la cárcel no eran unos sublevados contra Roma, ni unos bandoleros, sino quizás unos espectadores fanáticos y excitados, que provocaron una muerte en la que accidentalmente quedó implicado también Barrabás.

Sea como fuere, lo cierto es que Barrabás se vio envuelto en un incidente que casi le cuesta la vida. Pero gracias a Jesús de Nazaret, que afortunadamente se encontraba allí, pudo salvarse. No es que por culpa de la liberación de Barrabás fue condenado Jesús, sino que gracias a la condena de Jesús se salvó Barrabás.

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