Los noctámbulos


Los noctámbulos

Se menciona que las apariciones y fantasmas que antaño aterraron a las personas aún hasta los de la generación de los 70, han ido progresivamente desapareciendo del escenario ante el empuje avasallador de la tecnología, la multiplicación del alumbrado público y el espíritu de la razón; ¡finish!, ¡listo!, ¡se acabó!, los duendes, monstruos, demonios y brujas fueron disueltos de las conversaciones cotidianas como los superhéroes de Marvel ante el poder del guantelete de Thanos, dejándolos como meras anécdotas del recuerdo que son pocas y vagamente citadas.

No obstante, permítanme contarle un suceso acaecido hace poco.

Como insomne impenitente que soy, he adoptado la costumbre de salir a la calle a eso de las 3:15 de la madrugada y disfrutar de la soledad y vista del nuevo parque recreativo a esas horas, aunque valgan las verdades, no es un espectáculo acogedor que digamos, dado que buena parte de los visitantes, después de haber hecho uso de los juegos durante el día, dejan el gramado artificial en un estado de tal suciedad, que hasta los puercos protestarían y rehusarían revolcarse en él.

Les decía que había acogido la madrugadora costumbre de sentarme en las afueras de mi casa, y siempre acompañado de mi amiga, una pequeña e inquieta perra de raza Shih tzu, que lo que le falta en talla lo compensa con carácter, es una David canina que no teme enfrentarse a las peores situaciones con tal de defender a sus seres queridos.

Después de habernos cubierto por el rocío madrugador, nos disponíamos a ingresar a la casa, cuando “Niña”, que así se llama mi mascota, se incorporó súbitamente de mis muslos donde estaba echada, levantó sus orejas y comenzó a otear y olisquear en dirección de una de las esquinas oscuras de la Plazoleta, cercana a una paradita de mercaderes, carente de luz.

A poco de esa reacción, vi que el motivo de su curiosidad y alarma eran dos hombres que estaban a una distancia de unos 40 metros y que se acercaban lentamente, juntos, en silencio. Dada la ausencia de personas a esas horas, traté a guisa de entretenimiento de adivinar si eran trabajadores del campo, rezagados de alguna fiesta u otros tipos de noctámbulos. Avanzaron unos tres pasos y se volatilizaron abruptamente en el aire. “Niña” pegó un respingo y yo me quedé alelado. Pasaron dos segundos y volvieron a reaparecer, esta vez, a unos 30 metros, pude vislumbrar en ellos que llevaban puestos unos amplios overoles, sombreros de ala ancha empotrados hasta las cejas según parecía y con los alerones que le cubrían casi toda la parte superior del rostro, en sus hombros llevaban algún tipo de herramienta larga, quizás una palana, quizás un pico, no lo sé, no podría precisarlo, pues mis ojos se movían vertiginosamente tratando de revisar el todo en sus formas corpóreas.

Y ¡zas!, volvieron a desaparecer después de otros tres pasos dados. “Niña” erizó el lomo, colocó su cola entre las piernas y empezó a respirar frenéticamente, mientras que yo estaba bloqueado tratando de buscar aceleradamente alguna explicación del porqué de esas súbitas evaporaciones en el aire.

A los tres segundos volvieron a materializarse (¿o no eran materia?), “Niña” se lanzó al suelo en una actitud defensiva, como queriendo protegerme con su cuerpecito de una potencial amenaza, su mandíbula comenzó a temblar y un rugido quedó ahogado en su garganta. Comencé a sentir un frío que recorría mi espalda y erizaba los cabellos de mi nuca, la garganta se me resecó, las palpitaciones en mis sienes sentían que estaban a más de cien por minuto, un vacío en el estómago amenazó con transformarse en arcadas, traté de dominar mis instintos primigenios, quise re modular y racionalizar explicaciones, pero éstas no acudieron. A tan sólo 20 metros de distancia, pude ver con horror que dichas personas caminaban hacia mí, hacia nosotros, pero no pude verles las piernas, caminaban, pero sus extremidades inferiores se difuminaban en la nada a la mitad de sus pantorrillas, y de los pies, ¡nada!

Instintivamente cogí a mi perra y la aplasté contra mi pecho, ella emitió un corto quejido y metió su cabecita en mi axila, cerré los párpados con fuerza y me abstuve incluso de respirar…No sé cuántos segundos habrán pasado, hasta que, impelido por la necesidad de rellenar mis pulmones, abrí los ojos e inhalé dejando escapar un ruido como si fuera una ballena arponeada.

Y de las personas, ni sus sombras, por así decirlo. El silencio seguía enseñoreándose de la plazoleta, las envolturas de galletas y vasos de plástico comenzaron a mecerse al vaivén de un airecito frio y retozón.

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