LA BATALLA DE WATERLOO

LA BATALLA DE WATERLOO

Guardia Imperial marchando
El emperador francés Napoleón Bonaparte, con sus 124.000 hombres, pretendía derrotar al ejército inglés, alemán y holandés compuesto por 93.000 hombres y dirigido por el duque de Wellington, además al ejército prusiano formado por 120.000 hombres que estaban comandados por el Mariscal Blücher, atacándolos apartadamente antes de que pudieran unir sus fuerzas.

La primera embestida del emperador franco fue realizada en Charleroi (Batalla de Quatre Bras), donde los ejércitos aliados independientes se encontraban desparramados a través de 100 millas en lo que ahora es Bélgica. El corso contaba con una retirada de los enemigos: Wellington a Ostende (Bélgica) y Blücher de regreso a Alemania, que separaría a las fuerzas aliadas.

«Napoleón me ha embaucado: se me ha adelantado en veinte horas de marcha». (Duque de Wellington)

Fue un empate técnico porque ninguno de los bandos llegó a controlar definitivamente el cruce de Quatre Bras y, por tanto, no se pudieron enviar refuerzos a los ejércitos que luchaban en Ligny. El ejército anglo-aliado de Wellington, aprendida la lección de la derrota prusiana, fue forzado a retirarse hacia el norte, aunque de forma paralela a la retirada prusiana. Napoleón escogió seguir a Wellington con el grueso de sus fuerzas

 El 16 de julio de 1815, Napoleón venció al mariscal Blücher en Ligny, sin poderle aniquilar, y continuó en su marcha contra Wellington, quien se encontraba parapetado en las colinas de Mont-Saint-Jean, junto a Waterloo y cerca de Bruselas.

El emperador suponía que Blücher acudiría a marchas forzadas en ayuda de su aliado inglés, y sabía que para lograr la victoria final era necesario vencer a Wellington antes de la llegada de Blücher.

En la mañana del 18 de junio, Napoleón revistó sus tropas, que le saludaron con una clamorosa ovación, y al mediodía ordenó el ataque. Pero cuando Blücher llegó al campo de batalla, Napoleón no había podido aún ahuyentar a Wellington y a sus casacas coloradas, y los ingleses habían rechazado una tras otra las cargas de la caballería francesa.

Enfrentar a las legiones de Napoleón, aun en medio de miles de soldados, era una experiencia aterradora. La artillería, que disparaba a menos de un kilómetro de distancia, acababa con regimientos enteros en una sola serie de disparos. Las armas de la defensa respondían, pero su infantería, con mosquetes que eran poco efectivos, no podía hacer otra cosa que esperar el avance de las columnas; el lento tambor que marcaba el paso de las tropas ofensivas ponía el énfasis en la amenaza.

En la vanguardia estaban siempre los veteranos de la Guardia Imperial: todos suboficiales que habían aprendido el oficio en una docena de batallas. Cuando las líneas se acercaban, la artillería de ambos bandos resonaba y la caballería irrumpía, en busca de una brecha para formar una cuña. Cuando las filas estaban a unos 60 m, los mosquetes disparaban por primera vez hacia las densas columnas enemigas. Cargar, cebar, apuntar, disparar: un buen soldado podía producir tres descargas por minuto, aproximadamente el tiempo que tenía antes de que las bayonetas de los atacantes se cruzaran con las de la defensa.

A continuación, seguía un enfrentamiento más directo: acuchillar y disparar entre los gritos de los heridos, en medio del penetrante hedor del humo de pólvora. Luego, casi por inercia, las columnas de batallones cruzaban la línea enemiga hasta alcanzar a la retaguardia, que era masacrada. Las tácticas de asestar un solo golpe y realizar maniobras veloces dieron a la armada napoleónica las victorias de Marengo y Austerlitz, Jena y Wagram…pero en esta ocasión la táctica no les dio la victoria, pues una serie de errores de estrategia por parte de Napoleón probablemente debidos a sus problemas de salud, le hicieron confiar en los momentos más cruciales de la batalla en el Mariscal Ney, un bravo pero impaciente militar que ensoberbecido por una victoria rápida, usó al total de la caballería en un terreno estrecho y sin el apoyo de la infantería. Cuando Napoleón usó para resarcirse de ese daño táctico a su temida Guardia Imperial, entre ellos a la Vieja Guardia, la Guardia que jamás había retrocedido aún en los peores ataques, la que siempre siguió avanzando aún frente al fuego de cañones y la rociada de metrallas, ya era demasiado tarde.

Pocas batallas fueron tan encarnizadas e inciertas, y en ésta, el factor decisivo fue el agotamiento francés ante la tenaz resistencia británica. Con la llegada de Blücher hubo bastante.

Al caer la noche, el ejército francés comenzaba a desintegrarse; el mariscal Ney cerró el paso a los fugitivos y les exhortó a reagruparse de nuevo, mientras el emperador se retiraba con su Guardia Imperial, con el rostro sombrío, silencioso. Su último ejército quedaba deshecho, dispersado y perdida la artillería... Era el final.

Como triste corolario, la Guardia Vieja cubrió la retirada de Napoleón al que se le disuadió de huir, pues su deseo era morir con sus “niños”. El último de los generales al mando de dicha unidad fue Pierre Cambronne, quien fue conminado a rendirse por tropas británicas, contestó:

"La garde meurt mais ne se rend pas" ("la Guardia muere, pero no se rinde").

 Posteriormente, y ante la insistencia de los ingleses habría añadido lo que hoy se conoce como "la palabra de Cambronne", es decir:

 “¡Merde!” ("¡Mierda!").

Los muertos y heridos permanecieron en el campo de batalla cerca de una semana. Wellington perdió 15.000 soldados y los prusianos 7.000. De los 74.000 traídos por Napoleón a Waterloo, más de 25.000 fueron víctimas, más otros 8.000 capturados.

Las tres millas cuadradas de terreno ondulante fueron cubiertas por casi 50.000 caídos. Si se suman las 40.000 bajas de Ligny y Quatre-Bras, los dos días alcanzan casi 90.000 bajas en la soldadesca. En la semana siguiente, venían visitantes desde Bruselas para merendar entre tanta carnicería, limpiando a los cadáveres de cualquier cosa de valor y matando a los heridos que se aún se resistían a dejar este mundo.

Irónicamente, Grouchy —cuya inexperiencia en el campo de batalla privó a Napoleón de la utilización de otros 33.000 hombres, lo que hubiera tornado la lucha a su favor— obtuvo una inútil victoria sobre la retaguardia prusiana, a la que finalmente había alcanzado. Pero su triunfo llegó muy tarde, después del triunfo de Wellington.

El 22 de junio, Napoleón firmaba en París su segunda abdicación. Había vivido un imperio de "Cien Días". Se retiró al Palacio de la Malmaison, donde transcurrieron sus mejores años con Josefina, fallecida hacía precisamente un año. Se despidió de sus últimos amigos y de Francia. Se dirigió hacia la costa atlántica donde confiaba embarcar rumbo a América, pero los navíos de la Royal Navy le cerraron el paso.

Napoleón decidió entregarse a los ingleses, a quienes creía magnánimos; confiaba en que quizá le permitieran acabar sus días como un noble campesino, bajo seudónimo, en cualquier lugar de Inglaterra...

A finales de junio de 1815, Napoleón se ponía a disposición de la Gran Bretaña y, a primeros de agosto, el buque de línea Northumberland navegaba rumbo a Santa Elena, llevando a bordo al antiguo emperador de los franceses. No contaba aún cuarenta y seis años de edad.

Fuente:
http://www.portalplanetasedna.com.ar/waterloo.htm
http://www.batallasdeguerra.com/2011/10/la-batalla-de-waterloo.html

Wikipedia

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