LOS DÍAS EN QUE CHILE ESTUVO A PUNTO DE SER INVADIDO POR EL PERÚ. PERCY ZAPATA MENDO.
LOS DÍAS EN QUE CHILE ESTUVO
A PUNTO DE SER INVADIDO POR EL PERÚ
En
medio de la noche, una fila de jeeps con las luces apagadas se desliza fuera
del regimiento. Silenciosamente, miles de hombres toman senderos y huellas para
ocupar sus posiciones. En las trincheras les esperan armas y municiones. Y
mientras la enorme masa camuflada ocupa los desérticos terrenos que rodean
Arica, en las calles de la ciudad algunos contingentes se ubican en puntos
estratégicos. La población de Arica duerme tranquila, sin saber lo que está
pasando. Pero en medio de la noche, algunas luces revelan que hay civiles
trabajando. El alcalde de la ciudad revisa los últimos detalles; es él quien
dirigirá la batalla en las calles. Ya su plan está listo, y todos, incluyendo
los universitarios, van a jugar un papel en la defensa de la ciudad.
Es julio de 1975.
Y Arica, con una población de 90.000 personas, está en pie de guerra. El
Ejército chileno se ha plegado —listo para el enfrentamiento— en la más grave
crisis militar de las últimas décadas. Al otro lado del límite las tropas
peruanas se levantan en una gigantesca movilización sobre la frontera con
Chile. Desde Lima, el gobierno de Juan Velasco Alvarado vuelve a alistar su
poderosa maquinaria militar.
No es la primera
noche y tampoco será la última en que los soldados ocupen trincheras y
arenales, y en la que se teme que, finalmente, Chile y Perú se enfrenten en una
sangrienta guerra. Durante meses de larga tensión, una y otra vez se repetirán
los hechos. Una y otra vez Arica se aprontará a defenderse en esa larga espera
que, desde hace más de un año y medio, vive el norte chileno.
El comandante del
regimiento chileno de Arica, coronel Jorge Dowling teme lo que pueda suceder
ese invierno de 1975. Si hay guerra, dos alternativas se conjugan en su mente: "O Perú ve una resistencia tan feroz
que no insiste en la agresión, o vivimos la historia de 'La Concepción' en
grande". Como hace casi un siglo, en la sierra peruana, los soldados
de Arica se aprestan a morir sitiados.
Durante 1974 y
1975 la tensión prebélica ha subido y bajado en Chile, como un tobogán. Desde
que el general Juan Velasco Alvarado iniciara en el Perú el mayor rearme de su
historia, el gobierno del general Pinochet se prepara para enfrentar un posible
ataque peruano. Y aunque pocas declaraciones bélicas se han cruzado, en Chile
persiste la certeza de que, si puede, Velasco va a intentar recuperar la zona
de Arica, perdida en la Guerra del Pacífico.
Por lo mismo, en
los puertos chilenos se instalan redes y sistemas de detección de submarinos.
Dos veces la escuadra ha tenido encuentros con submarinos desconocidos en los
mares del norte. Y ni al llegar a puerto baja la guardia de los barcos: radares
y armas antiaéreas se mantienen siempre mirando al cielo, por el peligro de
los ataques. Todas las Fuerzas Armadas chilenas se han volcado al norte, aunque
en Santiago nada de la tensión que se vive se filtrará a la prensa.
"Nuestra orientación en 1974 y 1975 era de preparación para
el conflicto", evoca el almirante (r) Luis de los
Ríos, en ese entonces jefe del Estado Mayor de la escuadra chilena. "Estimábamos en un 60 a 70% las
posibilidades de que nos viéramos envueltos en una guerra". Y como
comandante del único regimiento de Arica —el Rancagua— el general (r) Adlanier
Mena, también recuerda: "No una,
sino muchas veces pensé que por una impredecible circunstancia íbamos al
enfrentamiento".
En el Estado
Mayor de la Defensa, corazón de la estrategia chilena, se estudia y planifica a
todo vapor. Pero junto al acelerado rearme nacional, otro tema ocupa la mente
de los militares. Una fina estrategia global ha ido cobrando cuerpo. Los
generales chilenos estiman que la única forma de detener a Velasco Alvarado es
demostrarle que no le será posible lanzar una ofensiva aplastante y rápida que
le permita quedarse con los territorios reivindicados. Para esto, Chile se
vuelca a construir un escenario que le hará saber a Perú que si va a la guerra,
ésta será larga y revelará la debilidad estratégica vecina. Si bien Perú tiene una
gran fuerza ofensiva, no posee, según los generales chilenos, la capacidad logística
—o de organización— como para sostener un conflicto prolongado. "En términos gráficos, el poderío
peruano era como un gran puño, pero con un brazo delgado", sostiene el
político mapocho Emilio Meneses. En los escasos 20 kilómetros que separan a Arica
de la frontera, los soldados trabajan día y noche. Con retroexcavadoras, y todo
tipo de maquinaria, los regimientos pasan los días y los meses en lo que el
general (r) Jorge Dowling llamaría "nuestra
agricultura". Se excavan trinchera en eternos kilómetros, se levantan
camellones y se instala una fábrica de tetrápodos, enormes figuras de cemento
destinadas a formar diques para la contención de tanques.
Detrás de esa
primera línea, se siembran 20 mil minas (que en 1981 llegarían a ser 60 mil).
En cuadriculadas áreas, éstas son instaladas con un registro —del cual sólo
existen tres copias— que revela dónde se encuentran las mortíferas cargas.
Pequeños senderos, llamados brechas, permiten que los guías circulen sin
riesgo. Pero si el conflicto bélico estalla, rápidamente se rellenarán las
brechas con minas, y toda el área quedará intransitable.
Hacer la guerra
larga no sólo significa interponer los mayores obstáculos entre la ciudad y la
frontera. También hay que profundizar el territorio de batalla. Y si en 1974
existe en Arica un solo gran regimiento —el Rancagua— que cubre toda la
frontera, en 1975 se crea el Regimiento Granaderos en Putre, con escuadrones de
caballería, donde sólo existían instalaciones menores. Al año siguiente, nace
el regimiento "Garra y Filo" en Alto Pacoyo, y así se continuará,
hasta que en la década del '80 habrá seis regimientos en Arica, quedando en
Iquique sólo cuatro, los de apoyo de mando. En un crecimiento orgánico, no sólo
se desplaza gran parte de las fuerzas de Iquique hacía el norte. También hay un
despliegue de los regimientos frente a la frontera, de tal forma que tanto en
Arica como en alta montaña -léase Putre- se encuentran fuerzas de infantería y
artillería.
El crecimiento se
inicia en 1974 en las más precarias condiciones. Los hombres inicialmente van a
acampar a los desiertos y áreas cercanas. La enorme marea humana convierte a la
zona en un solo y gigantesco cuartel. "Vivimos
enormes dificultades de alojamiento, alimentación y recreación para miles de
hombres", recuerda un alto militar del norte. Similar proceso vive
también en esos años la Fuerza Aérea y la Armada. Apresuradamente, ante el
peligro de guerra, crea un teatro de acuerdo a la amenaza. En el caso de la
Fuerza Aérea, después de la construcción de la base de Chucumata, nuevas pistas
de redespliegue surgen en medio del desierto.
La adquisición de
armamento también se orienta a demostrarle a Perú la larga guerra que se viene.
Se triplica la cantidad de armas anti blindajes, que enfrentará a los tanques
desde el suelo, con hombres escondidos en los camellones. Y se adquirieron
aviones F-5, así como los norteamericanos A 37: éstos volarán delante de las
fuerzas de tierra, destruyendo tanques. La única ventaja de Chile en ese
entonces —que vive una profunda crisis económica agudizada por la baja del
precio del cobre y el shock petrolero mundial— es que las armas defensivas son
sustancialmente más baratas que las ofensivas, que requiere y compra Perú.
En la acelerada
preparación, todo vale. Y desde 1974 en adelante los uniformados chilenos harán
uso, también, del ingenio militar. En Arica se crean variadísimos elementos
defensivos "made in Chile",
como los tetrápodos, que irán a obstaculizar el paso de los tanques. Se
estudian las posibles zonas de llegada de paracaidistas, para diseminar allí
gigantescas púas de acero. Y mientras en el día se trabajé en trincheras y
camellones, por las noches el comandante Odlanier Mena, del Regimiento
Rancagua, lee “Oh Jerusalem” —relato
de la lucha judío-árabe— donde toma ideas de defensa 'casera'.
Sin embargo, los
ojos de la Defensa chilena no sólo están puestos en hacerle cada vez más
costosa la guerra a Perú. Quizá la imagen más dantesca de esta guerra que no
sucedió hubiera sido el escenario de Arica. En caso de enfrentamiento, el
objetivo peruano sería conquistar Arica. "Era
la carne de cañón, como cualquier ciudad fronteriza del mundo",
recuerda un militar. Los ejércitos peruanos se encontraban demasiado cerca, y
después de agredir con dos divisiones de tanques, vendría la batalla en las
calles de la ciudad. Fuerzas peruanas aerotransportadas caerían sobre Arica
después de los bombardeos y la poderosa brigada paracaidista peruana —entre 1,200
y 1,500 hombres— aparecería sorpresivamente. Los paracaidistas peruanos caerían
más al sur de la ciudad, en lugares estratégicos que les permitieran cortar y
aislar la zona norte del resto del país. Y otras fuerzas de infantería peruana
buscarían el mismo objetivo, penetrando por el lado de Putre para bajar hacia
el sur y hacer un envolvimiento hacia la costa. Así dejarían a Arica como un
bastión sitiado.
Desde la frontera
con Perú hasta las quebradas de Camarones y Vitar —límite natural, y límite también
de la supuesta ambición peruana— sería entonces el campo de batalla. Un
territorio fácil de aislar para los peruanos, si se bombardean las escasas
carreteras de la zona. Y Chile, con pocas posibilidades de llevar la lucha
terrestre hacia territorio vecino —por la densidad de las fuerzas peruanas en
la frontera, corría serios riesgos de quedar con un pedazo del país
completamente aislado y acosado.
Las continuas
visitas del general Pinochet a Arica estaban destinadas a asegurarse que la
ciudad resistiría hasta la llegada de refuerzos. Con la misma frecuencia
viajaban altos mandos de la Marina —pieza clave en la defensa— y el general
Gustavo Leigh también se haría presente en 1974. Cada vez, y a cada uno, en el
regimiento Rancagua "les
asegurábamos que resistiríamos hasta la llegada de ayuda", evoca el
general (r) Mena.
Desde el
escenario norte, era el general Carlos Forestier, comandante de la VI División,
con asiento en Iquique, quien orquestaba y coordinaba las fuerzas que tendrían
que ir en el refuerzo.
Apodado el 'zorro
del desierto' —en clara alusión al mariscal alemán Eric Rommel—, Forestier era
un duro militar, admirado y temido entre la tropa, que manejaba con mano de
hierro sus divisiones, alistándolas para la guerra. Amante de los comandos especiales,
o gurkas, era muy conocido entre los militares peruanos por su vehemencia.
El alto mando ya
tenía previsto que si Arica caía, la reconquista estaría en manos de los
hombres de la Armada. En una operación anfibia, y con bombardeo naval, los
infantes de marina serían cabeza de playa, para después permitir desembarcar a
las tropas del ejército.
El 18 de
setiembre de 1974 el coronel Odlanier Mena, comandante del regimiento Rancagua,
único de Arica, tenía un problema muy especial. Como era tradición, para ese
día se esperaba la visita de un destacamento del ejército peruano que, desde
Tacna, iba todos los 18 de setiembre a saludar a los chilenos. Pero en la mente
del comandante persistía una duda: que esta vez, además del destacamento de
saludo, llegarán miles de 'visitantes' para iniciar la agresión.
Siendo amigo
personal del general peruano a cargo de Tacna, Artemio García, Mena decidió
entonces invitarlo a pasar el día a Putre. "Si
algo pretendían, yo tendría cautivo y en mis manos a su general", evoca
Mena. Entonces en el regimiento de Putre se viviría una inédita celebración del
día patrio: con gran parte de sus armas e instalaciones camufladas se recibió
al general peruano. Lo único que no alcanzaría a modificarse sería el discurso
preparado, cuyo orador tuvo que saltarse párrafos enteros, que hablaban de los
encendidos valores nacionales, cuando se estaba a las puertas de una agresión
peruana.
Conscientes de la
tensión, en la población civil de Arica se vivía día a día los preparativos
militares de ambos lados. La ciudadanía sabía claramente el peligro que corría,
aunque, nunca llegaron a enterarse de que las tropas chilenas estaban
desplegadas. En 1974 los estudiantes secundarios habían sido organizados en
brigadas, donde recibían instrucción premilitar para aprender a disparar. Las
jovencitas, por su parte, vestidas con uniformes de la Guerra del Pacífico,
eran entrenadas en primeros auxilios. Y es que, llegado el caso, todos serían
indispensables en la aislada ciudad.
Los planes de
abastecimiento, agua y luz fueron coordinados con las autoridades civiles para
el caso de conflicto. La " evacuación de mujeres y niños hacia áreas más
protegidas se realizaría en la fase 'peligro de guerra', es decir sólo en el
momento en que el conflicto resultara inminente. El Plan de Defensa de Arica,
que dirigiría el alcalde de la ciudad, ya tenía organizado la labor de los
bomberos, Cruz Roja y universitarios, todos ellos distribuidos por barrios y
calles.
Mientras Arica
velaba, esperando la hora de la guerra, en Santiago nuevas iniciativas del
gobierno, más una serie de circunstancias externas, irían paulatinamente
haciendo más difícil la agresión peruana. "El
tiempo empezó a correr en contra de Perú", sostiene el político Emilio
Meneses. "Aunque Persistía el riesgo
de que se precipitara en una ofensiva, ya en 1975 el panorama comienza a
complicársele a Velasco Alvarado", agrega.
Por una parte,
Chile responde a gran velocidad al desafió militar, diluyendo la posibilidad de
un ataque vecino rápido y certero. Por otra, la situación económica de Perú
comienza a deteriorarse con la misma rapidez con que empieza a sentir el
peligro en su frontera norte. Los altos precios del petróleo le permite a
Ecuador, que siempre ha reivindicado territorios peruanos, enriquecerse y
armarse aceleradamente: a lo largo de los años 70 aumentará once veces su
dotación militar, obligando a Velasco Alvarado a poner atención en esa
frontera.
La Cancillería
chilena irá desplegando, por su parte, una labor, cuyos hilos movidos
orquestadamente con la Defensa también rendirán frutos. Desde Santiago se crea
una serie de comisiones mixtas entre ambos países que logran el objetivo de
acercar y apaciguar. Pero la más importante acción diplomática, sería el
'Abrazo de Charaña' del general Pinochet con el presidente de Bolivia, Hugo
Banzer, en febrero de 1975.
Paralelamente,
otra labor diplomática se desarrolla esos años, la que será Ilevada a cabo por
los mismos comandantes chilenos que de noche despliegan las tropas en la
frontera. Primero el comandante Odlanier Mena, y después el comandante Jorge
Dowling —desde el regimiento Rancagua-- establecen estrechas relaciones con el
mando militar de Tacna, a cargo del general Artemio García. Tratando de
apaciguar la llamada 'zona caliente', la gran amistad que surge ayudaría en más
de una ocasión a aquietar el polvorín fronterizo. Y permite situaciones tan
anecdóticas como que en el invierno de 1975, cuando los alumnos de la Academia
de Guerra santiaguina visitan Arica, encuentran sentado en la pérgola de la
casa del comandante Dowling a todo el cuartel general peruano del regimiento de
Tacna cantando el himno del `Rancagua'.
Y es que, según
los actores chilenos del norte, la actitud de los militares peruanos revelaba
que en Lima había unas cuantas 'cabezas calientes' envueltas en la idea de
guerra. "El propio general García,
de Tacna, consideraba que era un locura entrar en conflicto y así me lo
dijo", evoca el general (r) Dowling.
Enmarcado en este
mismo ambiente, en noviembre de 1974 se realiza en la línea fronteriza de Perú
y Chile la ceremonia del Abrazo de la Concordia. Sin embargo, cuando ésta
estaba en etapa de organización, el comandante Mena recibió una propuesta que
lo dejaba en bastante mal pie.
"Hagamos un desfile —sugirió el general peruano García— donde
nosotros pasamos con dos escuadrones de tanques, y ustedes con otros dos".
El comandante chileno no supo qué responderle". "¿De dónde sacaba dos
escuadrones, si ni en todo Chile no los conseguía?", revela
hoy. Afortunadamente, los militares peruanos aceptaron la contraposición de
Mena de realizar un desfile simbólico, con banda instrumental y una treintena
de hombres. El temor chileno ya no era sólo una agresión ordenada desde Palacio
de Lima, sino también que "por
cualquier estupidez" explotara un conflicto fronterizo y éste se
generalizara.
Sin embargo, el
tiempo se encargaría de que la larga profecía bélica no se cumpliera. Aún hoy
—30 años después— circulan innumerables versiones de por qué el Presidente
peruano nunca dio la orden de iniciar el ataque.
Una de ellas —de
origen peruano—relata que, cuando Lima se aprontaba a lanzar su ataque sobre
Chile, los satélites norteamericanos registraron los movimientos de la tropa, y
la Casa Blanca fue quien detuvo a Velasco Alvarado. Para Estados Unidos, los
vínculos peruanos con la URSS eran un fuerte argumento para impedir la
agresión, además de que a Washington jamás le ha interesado un conflicto
militar en Sudamérica por las consecuencias que podría acarrear en esta área de
su influencia.
Otra versión
—recogida por la Marina chilena— apunta a que fue la fuerza naval peruana el
gran freno para una incursión bélica. Siendo la marina la rama más derechista
de las Fuerzas Armadas vecinas, y con difíciles relaciones con Velasco durante
todo su gobierno, los altos mandos habrían declarado no estar listos en 1975, ya
que —efectivamente— su rearme había sido el más lento de todos, y su poder de
fuego se consolidaría sólo unos años después.
Sin embargo, más
allá de las conjeturas, lo que puso punto final al peligro de guerra fue el
derrocamiento del general Velasco Alvarado, en la madrugada del 29 de agosto de
1975. Paradójicamente, el hombre que lo sacaría de Palacio de Lima sería el
mismo a quien el propio Velasco había señalado como su sucesor, el comandante
en jefe del Ejército, general Francisco Morales Bermúdez, y uno de los
conspiradores del golpe de 1968.
Esa madrugada y
poco antes de que Morales concretara el golpe, dos llamadas telefónicas
cruzarían hasta Chile. En una, el general peruano Artemio García, comandante en
Tacna, despertaría a las 05:00 horas al comandante chileno Dowling en Arica
para informarle que el general Morales Bermúdez sería el nuevo Presidente de
Perú. Tras colgar, García se comunicó con la casa del coronel Odlanier Mena en
Santiago, quien después de haber servido en Arica, había sido destinado a la
Dirección de Inteligencia del Ejército. García repetiría textual la información
entregada a Dowling, pero el propio general Morales Bermúdez tomaría el
teléfono para confirmarle que el grupo de conjurados tenía todo listo para
actuar.
Una de las
razones que motivó el golpe de Morales Bermúdez, de acuerdo a versiones que
circulan tanto en Chile como en Perú, fue evitar la guerra. Morales era un
militar mucho más moderado que Velasco, y según una versión recogida por la
embajada chilena en Lima, hubo un hecho preciso que lo habría impulsado a
derrocar rápidamente a Velasco. En una visita a La Habana, Fidel Castro habría
invitado a Morales a visitar unas instalaciones militares, donde había
infinidad de tanques. "Tengo todo
preparado, los tanques, y 12 mil hombres para caer sobre Arica junto con
ustedes", le habría dicho Fidel. Morales, atemorizado de que esa loca
idea pudiera convertirse en realidad, acortó su visita a Cuba, volvió a Lima y
aceleró su conspiración. Poco tiempo después, en la embajada chilena se
subrayarían con rojo los despachos de prensa que informaban que 12 mil soldados
cubanos habían partido para Angola.
En Chile, la
tranquilidad volvería a las filas militares apenas Francisco Morales Bermúdez
se cruzó la banda presidencial en el pecho. Había terminado la más grave crisis
militar del siglo con Perú. "La
amenaza fue real, y el esfuerzo que se hizo para evitar la guerra fue
enorme", concluye el político Emilio Meneses. Pero tres años después,
el espectro de la guerra volvería a cernirse en el norte. Se trataba de algo
aún más grave. Por causa del inminente conflicto del canal del Beagle con
Argentina, parecía hacerse realidad la peor pesadilla que siempre rondó a los
estrategas militares: una agresión simultánea de sus tres vecinos.
DATO A RECORDAR.
El golpe de
Estado perpetrado por el general Augusto Pinochet, comandante general del
Ejército de esa nación, el 11 de setiembre de 1973 que acabó con el experimento
socialista de Allende, ocurrió siete meses después de que en el Perú el general
Juan Velasco Alvarado, jefe del movimiento revolucionario que asumió el poder
el 3 de octubre de 1968, tras derrocar al presidente constitucional Fernando
Belaunde Terry. En realidad no fue un derrocamiento que merecía un Presidente,
más bien fue un asesinato y masacre cometido por las fuerzas del posteriormente
dictador Pinochet.
muy bien
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