LAS DOLENCIAS DE HITLER EN 1944. PERCY ZAPATA MENDO.
LAS DOLENCIAS DE HITLER EN 1944
Hitler y Morell |
A
finales del año 1944 la salud de Hitler se deterioró mucho. Después del
atentado, Hitler comentó bromeando con sus secretarias:
-
"Antes de la bomba, me temblaba la pierna izquierda; después de la
bomba, me tiembla la mano derecha. Menos mal que el temblor no me ha llegado
aún a la cabeza. ¡Mal día será aquel en que no pueda dejar de hacer movimientos
afirmativos con la cabeza!"
Para
colmo, su peluquero le había contagiado un resfriado y un dolor derivado de la
sinusitis que le provocó, le impedía conciliar el sueño, tenía la sensación que
la cabeza fuera a explotarle. Entonces
los médicos de Hitler se pusieron a investigar. Morell, el médico personal de
Hitler, le suministraba una sulfamida llamada Ultraseptil en vez de darle
sulfamida Tibatin (Irving, pág. 561). Como consecuencia de ese tratamiento,
Hitler quedó aquejado por los dolores de estómago y apenas si podía dormir. La
pugna entre médicos no fue precisamente buena para Hitler.
El
doctor Von Eicken visitó al Führer y le recomendó un tratamiento diferente. Sin
embargo Morell se negó tajantemente a seguir las recomendaciones de su colega.
Paralelamente el médico del ejército Giesing probó los medicamentos de Morell y
comenzó a sufrir los mismos efectos que Hitler. Morell entonces empezó a
suministrar a Hitler cocaína para calmar los dolores de la sinusitis. Sin embargo, el Führer tuvo mareos y en una
ocasión estuvo noventa segundos apoyado en una mesa para no caerse, el
desconfiado Giesing sospechó que la cocaína le había producido estas nuevas
molestias, lo cual le hizo desconfiar más de las terapias dadas por su colega
Morell.
Sin
embargo, Hitler quiso seguir su tratamiento con cocaína, no obstante, tenía
temor de hacerse adicto. También observó que además, estaba perdiendo la
memoria. "¿Qué importa mi salud
cuando la existencia de la nación entera está en juego?", solía
repetir.
El
19 de septiembre de 1944 Hitler se trasladó a un hospital militar para que le
efectuaran radiografías de la cabeza. En ese hospital aún había heridos por el
atentado de julio. Hitler quiso visitarlos y estrechar la mano de ellos para
elevarles la moral. Allí se encontró también con su ayudante Schmundt, que se
encontraba gravemente enfermo. Esto le impactó mucho a Hitler, al punto de que
se echó a llorar. Cuando después Schmundt falleció, Hitler lloró inconsolablemente.
En este detalle podemos observar claramente la sensibilidad de Hitler, a la
viuda de su ayudante le dijo:
-Es usted quien debe consolarme a mí,
porque mi pérdida ha sido todavía mayor.
El
médico Giesing continuó investigando las pastillas que Morell suministraba a
Hitler y quedó perplejo cuando descubrió que el Führer estaba ingiriendo dos
venenos, estricnina y atropina. Pensó que eso explicaba los síntomas de Hitler:
irritabilidad, ronquedad y el extraño tono de su piel. Hitler continuaba
sufriendo dolores y llegó un momento en que no pudo levantarse de la cama. Todo
el mundo estaba muy alarmado. Se negaba a ver nadie y no probaba bocado. Todo
le resultaba indiferente. Después de años de presión, un ambiente absolutamente
insano, muchas medicinas y noticias desastrosas, Hitler se encontraba al límite
de sus fuerzas. Giesing aconsejó a Hitler dejar el tratamiento con cocaína. "No, mi querido doctor, creo que mi
debilidad física de los últimos días se debe al mal funcionamiento de los
intestinos y a los cólicos".
En
una ocasión, el doctor Giesing se las arregló para tener una entrevista con
Hitler. Para su sorpresa, Hitler no se mostró preocupado por los medicamentos
que tomaba y le dijo:
- Son las preocupaciones y problemas
constantes los que no me dejan descansar; y no puedo hacer otra cosa que
trabajar y preocuparme por el pueblo alemán día y noche. Le dio usted un gran
susto a Morell. Se lo ve muy pálido y preocupado y se reprocha constantemente a
sí mismo. Pero yo le he tranquilizado. Siempre creí que eran simples píldoras
para absorber los gases intestinales, y siempre me he sentido muy bien después
de tomarlas.
El
doctor le explico que esa sensación podría ser ilusoria.
- Probablemente tenga razón -contestó
Hitler- pero eso no me ha hecho ningún daño. He sufrido esos cólicos
intestinales debido a la tensión nerviosa continua del último mes. Y después de
todo lo que pasó el 20 de Julio, era inevitable que me afectase en algún
momento. Hasta ahora he tenido la fuerza de voluntad suficiente para no dejar
traslucir nada, pero ahora ha salido todo a la luz.
El
médico le dijo que Hitler seguramente padecía ictericia. En el libro de Irving,
nos dice que Hitler perdió mucho peso y que le hicieron unos análisis de sangre
y orina que indican varias causas de ictericia.
En
octubre de 1944 Hitler recibió una buena noticia: el cuarto ejército del
general Hossbach reconquistó Gumbinnen, en el frente del este. Lo que los soldados
alemanes encontraron fue una estela de muerte y torturas que los rusos dejaban
tras de sí. Estos hechos impresionaron mucho a Hitler y ordenó que se tomaran
fotografías para que constituyeran una prueba. Su buen humor desapareció a
causa de esas torturas. Las fotografías le impresionaron tanto que tuvo que
hacer un gran esfuerzo para apartarlas de su mente. Se trataba de fotografías
de mujeres violadas, niños y hombres asesinados. Hitler juró vengarlos:
- No son humanos. Son las bestias de las
estepas asiáticas. La guerra que libro contra ellos es una lucha en defensa de
la dignidad del hombre europeo. A cualquier precio hay que obtener la victoria.
Debemos ser implacables y luchar con cuantos medios tengamos a nuestra
disposición.
Finalmente,
Hitler regresó a Berlín, abandonando para siempre el cuartel general llamado La
Guarida del Lobo (Wolfsschanze). Ese viaje fue especialmente triste para
Hitler. En el fondo, sabía que no regresaría. No obstante, se mantuvo optimista
con sus colaboradores. Incluso permitió que continuaran las obras de
reconstrucción de ese cuartel general. Para entonces (noviembre de 1944) Hitler
apenas podía hablar. Su voz era un susurro. Tenía un pólipo que había que
extirpar con urgencia. El profesor Van Eicken le operaría de nuevo de la
garganta. Existía el problema de que Hitler perdiera la voz. El pólipo que el
doctor le extirpó a Hitler era del tamaño de una semilla de alpiste, pero era
benigno. La anestesia que se empleó resultó tan excesiva que el Führer quedó
inconsciente durante casi ocho horas. El médico no tuvo en cuenta que Hitler
era abstemio y no fumaba, con lo que el efecto de la anestesia fue mucho mayor
en él.
A
principios de diciembre, Hitler aún hablaba en susurros. La secretaria Junge
nos relata su estado:
- El Führer solo podía hablar muy bajo.
Durante una semana no pudo hablar en voz alta. Al poco tiempo de comenzar la
conversación, todos nos pusimos a hablar en voz baja, hasta que Hitler dijo que
su oído estaba bien y que no había que protegerlo. Nos echamos a reír y Hitler
se sumó a la risa.
Una
vez que Hitler se recuperó, viajó esta vez hacia el Nido del Águila, en el
frente del Oeste. Estaba a punto de comenzar su última ofensiva: la batalla de
las Ardenas.
Bibliografía
La
Guerra de Hitler (David Irving),
Adolf
Hitler (John Toland)
Hasta
el último momento (Traudl Junge)
Comentarios
Publicar un comentario