Los duendes del Cuzco
Los duendes del Cuzco
Habitaba a mediados del siglo XVIII
en la ciudad de Cuzco, el almirante Don Cristóbal de Castillo Espinoza y Luyo, quien
había heredado de su padre no sólo el título nobiliario, sino una sólida
fortuna y una soberbia desmedida.
En el patio de su casa
ostentábase una magnífica fuente de piedra, a la cual acudía todo el vecindario
a proveerse de agua. Pero un día el almirante se levantó de muy mal humor y dio
la orden a sus criados para que moliesen a palos a todo los que fueran por agua
a su fuente. Y la primera víctima fue una anciana, lo que produjo un escándalo
en toda la ciudad por el abuso cometido.
La anciana era madre de un joven
clérigo que servía en la parroquia de San Jerónimo. El joven eclesiástico ante
el penoso suceso, se apersonó a la casa del almirante esperando una explicación
y disculpa, pero el hombre de los pergaminos nobiliarios no sólo le insultó de
la manera más soez posible, sino que le arrimó una soberana paliza dejándole
derrengado en el suelo.
El pueblo entero apenas de enteró
del brutal suceso amenazó con tomar por asalto la hacienda y linchar al
almirante. Las autoridades no se atrevieron a amonestar a todo un Señor Noble,
pero ante la amenaza de una revuelta popular, optaron por enviar soldados para
proteger al “ilustre” y sus propiedades. La Iglesia no se anduvo con miramiento
y dentro de sus potestades fulminó con la máxima pena: Decretó excomunión al
hacendado.
El afrentado y apaleado clérigo,
a las pocas horas del agravio, se dirigió a la Catedral del Cuzco y se puso de
rodillas a orar frente a la imagen del Cristo, obsequio del emperador Carlos V
de España. Terminada la oración, puso a los pies del crucificado un memorial
exponiendo su queja y demandando justicia divina, puesto que estaba convencido
que no la obtendría de los hombres. Al día siguiente volvió por al templo y recogió
la querella, en la que figuraba al final un escrito grabado con trazos hechos
al rojo vivo sobre el pergamino:
“Como se pide, se hará justicia en tres meses”.
A los tres meses, apareció frente
a la casa del almirante una horca y pendiente de ella el cadáver del excomulgado,
sin que nadie alcanzara a descubrir a los autores del crimen. Las sospechas
recayeron sobre el clérigo, pero éste pudo demostrar su coartada.
Dos mujeres vecinas del
almirante, dijeron bajo juramento haber visto por la madrugada, a un grupo de
hombres viejos, pequeños y cabezones, martilleando y aserrando afanosos la
madera para montar la horca, y una vez acabada ésta, sacaron al noble de su
casa, éste caminaba rígido, su rostro imperturbable, se había colocado sus mejores prendas como si
fuera a una fiesta, los duendecillos le rodearon y le escoltaron hacia el
patíbulo, colocaron el lazo alrededor de su cuello y sin más preámbulo le
suspendieron de la ene de palo.
Las pesquisas del alcalde y los
alguaciles quedaron en nada. Recurrieron a la justicia del Virrey en Lima, don
Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache y conde de Mayalde, quien
despachó gente de su entera confianza para llegar con la verdad en el asesinato
del noble, pero los resultados fueron lo mismo. El virrey dando por cerrado el
caso, concluyó diciendo lo siguiente:
“Lo hecho, hecho está, y mejor andaría el mundo si, en casos dados, no
fuesen leguleyos trapisondistas y demás cuervos de la ley, sino duendes los que
administrasen justicia”.
Glosario:
·
Excomunión: Significa
excluir
a un individuo del uso de los sacramentos y de la comunión de los creyentes.
·
Trapisondistas: Persona que embrolla o
enreda aún más una situación.
Fuente: “Tradiciones Peruanas”, de Ricardo Palma.
Comentarios
Publicar un comentario