LA VIEJECITA Y SUS PAJARILLOS
LA VIEJECITA Y SUS PAJARILLOS
(Un cuento corto escrito por mi madre, Rita Mendo Chávez de Zapata)
En lo profundo de la serranía de
nuestro territorio, existía un pequeño pueblito minero como muchos; allí vivían
en una sencilla pero muy limpia casita, una viejecita con sus cuatro hijos,
todos estos eran unos muy esforzados mozalbetes que trabajaban en las profundidades
de los socavones extrayendo minerales de las entrañas del cerro.
Muy temprano ellos se alistaban para ir al trabajo, mientras
que la viejecita se les había adelantado en madrugar para prepararles su
almuerzo, pues para ella sus hijos eran el mejor tesoro que Dios le había
regalado.
Cuando los chicos salían rumbo a sus labores, se paraban en
la puertecita hecha de toscos maderos y le pedían:
“Madre, su bendición”
Y ella les respondía:
“Que Dios les cuide a todos, mis lindos pajaritos”
Y con mucho cariño iba depositando un beso en la frente de
cada uno de ellos.
Pero la felicidad no duró mucho en el tranquilo hogar, pues mientras
la viejecita preparaba la cena, escuchó una fortísima explosión, salió afuera y
vio que las gentes gritaban y corrían desesperados en dirección a la mina, pero
ella se quedó estática por un momento de la fuerte impresión, al poco rato recobró
el sentido de la realidad y apoyándose en las paredes, pues sentía que las
fuerzas le abandonaban, se dirigió a la cocina a sentarse a esperar a sus hijos
para darles su comida…más las horas transcurrían y ellos no aparecieron.
Entrada muy la noche, sus vecinos se acercaron en grupo a su
casa y le dijeron que sus hijos ya no regresarían más, la viejecita estrujó su
mandilón de cocina con una de sus manos mientras que con la otra se cogió
fuertemente su pecho, para calmar el profundo dolor que allí sentía; no se
percató en qué momento la dejaron sola ni el tiempo que había pasado de ello,
la puerta estaba semi abierta y el frío de las punas ingresaba congelando la
pequeña casita y la comida en la olla. La viejecita se levantó de la silla en
que estaba, se enjugó las lágrimas que corrían sin parar por sus mejillas, y
juntando las pocas fuerzas que le quedaban, se dirigió a la ventanita y mirando
al cielo exclamó:
“¡Señor!, cuida a mis lindos pajaritos, cuídales Dios mío, te
los encargo para su protección hasta cuando pueda ir a la búsqueda de ellos”.
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