LA DONCELLA Y EL CÓNDOR
LA DONCELLA Y EL CÓNDOR
En un pequeño pueblo del altiplano del
Perú, habitaba un hombre que profesaba un gran amor por su hija, la cual le
acompañaba en sus tareas diarias, sobre todo cuando iba a alimentar a los
animales de su establo. Como es habitual desde tiempos pretéritos, la muchacha se
convirtió en una hermosa doncella, por lo que comenzó a recibir las visitas de
un apuesto joven, quien siempre vestía camisa blanca, traje negro y sombrero del
mismo color, y con el tiempo se hicieron buenos amigos.
Un día, mientras los animales pastaban
plácidamente por el campo, el muchacho que se había convertido en su asiduo
acompañante, le pidió a la joven que lo levantase y lo lanzase al aire, y que
luego sería él quien la lanzase a ella. Ante la sorpresa de la muchacha, cuando
le tocó el turno a ella de ser lanzada al aire, ésta consiguió remontar el
vuelo, oportunidad que el extraño joven aprovechó para llevarla a su nido, ya
que el muchacho no era tal, sino un cóndor que había conseguido disfrazarse de
humano. Allí vivió la joven durante dos meses, alimentada con carne, hasta
que finalmente ambos se convirtieron en
pareja, llegando incluso a tener un hijo.
Pero la añoranza de la muchacha por su
padre y sus animales se hacía cada día más insoportable, así que trató de
convencer a su pareja para que le permitiese volver a casa, a lo que el cóndor
se negó rotundamente. Desesperada, la muchacha vio un día a un picaflor que
buscaba néctar cerca del nido del cóndor, y le pidió ayuda para escapar. El
picaflor le dijo que no se preocupara, que esa misma noche iría a ver a su
padre y le diría dónde estaba, para que éste pudiese venir y rescatarlas a ella
y a su hijo. A cambio de tal favor, el picaflor podría quedarse todas las
flores del jardín que la joven tenía en casa.
Durante esa noche, el picaflor cumplió
su palabra, y tras contar al anciano sobre el paradero y la situación de su
hija, ambos emprendieron el camino hacia el barranco donde estaba el nido del
cóndor. Durante el viaje, el picaflor explicó al anciano que necesitarían de un
burro viejo y dos sapos, si querían recuperar a la joven.
En primer lugar, depositaron al pobre
burro en el fondo del barranco y esperaron a que el cóndor se acercase a comer.
Una vez que el cóndor estuvo distraído con su cena, el anciano y el picaflor
bajaron a la muchacha y a su hijo, dejando en su lugar los dos sapos que habían
traído, antes de escapar silenciosamente.
Entonces el picaflor volvió junto al
cóndor y usando su mejor interpretación le dijo con voz de asombro que su mujer
y su hijo habían sido transformados en sapos, por algún tipo de extraño
maleficio. El cóndor emprendió veloz el regreso a su nido, donde encontró a las
dos verdes criaturas, y tan afectado quedó por el dolor y la sorpresa que
decidió vivir como cazador solitario el resto de sus días.
Mientras tanto, el picaflor obtuvo la
bendición para tomar del jardín familiar todo el néctar que quisiera, en
agradecimiento a su ayuda.
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