EL “GUSTITO”… PERCY ZAPATA MENDO.


EL “GUSTITO”…
10  de Setiembre del 2012

Tengo una gran afición por las frituras y debo confesarlo con un sentimiento de culpabilidad, dado que ejerzo la profesión médica…éste es pues, uno de los pecadillos en los que no practico lo que predico – esta cuestión dietética es lo que más prohíbo a mis pacientes, y lo hago de una manera casi fascista y dogmática –. Así que aprovechando que me encontraba por Trujillo, desvié intencionalmente mi ruta hacia un pequeño local del centro de la ciudad en el que preparan unos chicharrones súper exquisitos, acompañados de unas motes tiernas, blandas y jugosas, y una ensalada con el toque justo de picante, sal y limón.
Seleccioné una mesa que estaba cerca al enorme ventanal que daba a la calle, pedí a uno de los mozos por una porción doble de chicharrón con una dotación de gaseosa negra helada y un vaso de vidrio – detesto el uso de sorbete -. Cuando me trajeron el plato en la mesa, el cerdo frito estaba humeante y el aceite bullía en su superficie…se adivinaba crocante y estaba rebosante de maíz y cebolla… ¡Convivium Deorum! (sorry, se me enlatinó la lengua, quise decir: ¡Un manjar de los Dioses!). Limpié concienzudamente el tenedor con una servilleta de papel aséptico que había llevado conmigo, y con la boca salivando a mares, me propuse a degustar el suculento plato.
Elegí un pequeño trozo de cerdo que crujió al trinchar su superficie, me lo estaba llevando a la boca cuando escuché unos golpes apremiantes en la ventana…ante esa acción distractora, volví la mirada y me topé a la vez con el rostro de un orate vagabundo, con la ropa hecha jirones y que dejaban ver la mayor parte de su cuerpo desnudo; con una de sus manos se cogía el pantalón sumamente holgado para evitar que se le cayese, la piel morena y sumamente sucia tenia algunos espacios donde se adivinaba una blancura insólita - pero explicable si uno se convencía que  esta última era la verdadera tonalidad de su piel y que por accidente, se había dejado traslucir probablemente por un chorro accidental de algún líquido - . Una serie de sentimientos se agolparon en mi mente, más de conmiseración que de rechazo, pero que se esfumaron de golpe cuando el trastornado me hizo una serie de ademanes grotescos con la mano libre acompañado de gesticulaciones de su cara la cual pegaba a la luna de la ventana y restregaba su lengua viscosa siguiendo la silueta de mi rostro…no pude evitar tener una sensación de arcadas, deje el tenedor furioso y casi simultáneamente, como leyendo mi mente, aunque creo que más mis intenciones, los empleados del local procedieron a echar al insano.
Apuré unos tragos de la gaseosa…dejé pasar unos segundos para tranquilizarme y nuevamente me dispuse a retomar donde me había quedado. Cogí nuevamente el tenedor, me lo estaba llevando a la boca y sentí un golpe en el hombro con el que sostenía a la presa, con la suficiente fuerza como para casi soltarla…sumamente irritado ante esta acción, me volví hacia el lugar de donde provenía la agresión y me topé con que el autor de ello era un antiguo camarada de aulas universitarias, a quien no veía ya por doce años:
-¡Promoción! ¡Zapatín! ¿Cómo estas brother? ¡Estas igualito! ¿Qué tomas para conservarte así?...
-¡Hola Julito…que agradable sorpresa! (¡Ay mi hombro desgraciado, por un poco más y me lo luxas!), aquí pues amigo, tratando de comer un pequeño desayuno…
-¿Pequeño desayuno? ¡Pucha que comes por dos eh, sí que te han servido bien! ¡Cuida ese hígado promoción!
- Tienes razón Julito, tienes razón, llegando a casa me tomaré unas tabletas para bajar el colesterol o los triglicéridos…mientras… ¿no deseas acompañarme? Invito…
- No amigo, estoy de pasada…
Y a la par que me estaba hablando, mi querido colega cogía una de las carnes y se las llevaba a la boca masticando con los labios abiertos, mientras seguía contándome sobre que se había recibido no sé en qué especialidad, que había visto al decano de no sé dónde en una reunión tal, o que se había codeado con un alcalde diminuto en tamaño pero con más aspiraciones que el gigante de las habichuelas, y mientras, seguía llevándose ahora unas motes … yo le miraba absorto, no sé qué cara habré puesto, pero lo que yo sentía era una rabia infinita contra este pechugón, deseos de dejar clavados en la mesa a esa garra ladrona trincada con el tenedor o el cuchillo de mesa…y él seguía riéndose a mandíbula batiente narrando feliz sus sosas historias para impresionar, como si me importara un pepino a quién había visto o por si fuera de mi incumbencia lo que iba a dictar clases en la universidad del alcaldezuelo retaco y enamorador, ¡Diantres! mis pensamientos y estómago estaban puestos en un solo objetivo: tomar mi desayuno y punto, pero mi colega pareciera que se había propuesto a medir mi paciencia, y proseguía con sus risotadas de hiena y las palmadas a mi espalda , tal vez limpiando sus grasosos dedos sobre mi camisa de limpieza impoluta que con tanto amor me lavó y planchó mi madre el día anterior.
Después de unos minutos se despidió no sin antes atacar nuevamente mi plato y hurtarse otras tres presas de una sola pinzada entre sus dedos. Cuando baje la mirada hacia mi plato, vi con desolación el espectáculo final, los trozos de puerco estaban entremezclados con las escasas motes, parte de la ensalada estaba regada en la mesa…pero ¡No!, ¡No me iba a quedar a regresar a mi tierra sin haberme dado el gusto de haber probado uno de mis platos favoritos! …pedí otra porción - esta vez una ración normal, pues la billetera no estaba preparada para un gasto extra- e hice que llevaran la anterior vajilla con los rezagos desperdigados de carnes, maíz cocido y cebolla.
Al serme puesto nuevamente la nueva ración, esta vez cogí mi servicio y me fui al fondo del local, que estaba medio oscuro por carecer de un ventanal y de iluminación artificial, puesto que la hora no era aún propicia para ello. Elegí otra vez una presa jugosa, tierna al contacto con el cuatridente…abrí la boca y en mi desesperación para evitar que algún otro suceso me impidiera concretar el degustarlo, cerré mis mandíbulas de manera brusca… ¡Dios! ¡Porqué hice esto! ¡La bendita o maldita presa, tenía un pequeño hueso en medio y al morderlo, quebró mi incisivo superior derecho haciéndolo saltar en su mitad por los aires, acompañado de una imprecación mía de dolor! Las miradas de la gente alarmada se volcaron hacia mi persona mientras que la bella y escultural dueña del local, presurosa se avino a mi mesa interesándose por el motivo del grito. Al informarle, me dijo que uno de sus empleados me conduciría a una clínica dental de confianza cercana, así que adolorido y cubriéndome la boca, fui siguiendo al mozo del local.
Caminé un par de cuadras, llegué a un vetusto edificio de tres pisos, en el último de ellos, se encontraba el Odontólogo recomendado. Una puerta con la mitad superior de vidrio tenía grabado su nombre sobriamente en unas letras que fueron rojas antaño, y que ahora lucían ocres, algunas de ellas estaban medio despintadas por algunos bordes. Me adentré al consultorio y una voluminosa secretaria y a la vez, asistente de enfermera, estaba repantigada en un sofá de doble cuerpo leyendo una revista de farándula internacional, en la portada se veía nuestro galán nacional catalogado internacionalmente como portador de un mal aliento.
Le pregunté por el doctor, me dijo que podía pasar, así lo hice…¡Que espectáculo!¡parecía que había ingresado a un museo de la historia de la odontología!...estantes de madera repletos de frascos de cerámica aporcelanada con contenidos misteriosos, frascos translucidos con líquidos multicolores, y lo que era la joya del recinto: un equipo de torno odontológico que funcionaba a manivela o con pedestal, todo el cubierto de cables enmohecidos, el cromado desconchado en varias partes, en otras cubiertos de óxido, y para colmo, el Doctor en ese momento estaba aceitándolo y moviendo el taladro con el movimiento del pié, y al movimiento transmitido por cables y poleas, la pequeña broca o taladro producía un ruido infernal… parecía que había regresado al pasado al momento de haber cruzado la puerta y me encontraba en la sala de máquinas del Titanic… sentí como si un millón de voltios recorriera mi médula espinal y me instaba a huir a la carrera…pero ni bien volteé aprovechando que el médico se encontraba de espaldas, me topé cara a cara con la enfermera, quien se había puesto unos protectores oculares gruesos y de color ámbar, como si fuera a una herrería o a practicar unos puntos con soldadura autógena…el grito de espanto ante la sorpresa de verla a unos centímetros de mi cara se ahogó en mi garganta, su voz aguardentosa instándome a sentarme al sillón desvencijado alertó al médico, quien me sonrió mostrando una amplia sonrisa amarillenta, producto tal vez de la nicotina a la que estaba seguro, era aficionado… y más bien, intuí que me sonrió, o tal vez esbozó una sonrisa draculezca por tener a un incauto en su silla, pues sus labios estaban casi cubiertos por unos mostachos de dugón o de un elefante marino,  parecía que un charro de los que tocan algún instrumento musical con Juan Gabriel se había jubilado y ahora ejercía clandestinamente de saca muelas… se caló unos lentes parecidos a la base de una botella de pisco, así de gruesos eran. Me pidió abriera la boca lo máximo que pudiera, lo cual me produjo cierto dolor, puesto que aun mi mandíbula inferior se resiente de ello debido a una fractura que tuve hace algunos años atrás producto de un asalto.
Seguramente como no podía ver bien, el médico acercó su foco amarillento a mi rostro, y arrimó todo lo que pudo su cara a la mía...pude ver sus ojos gigantescos, agrandados por el grueso lente, como si fueran dos lunas llenas y acuosas, y su frente, tenía arrugas en las arrugas, pude sentir su aliento tabáquico, y quiso el infortunio que en ese momento se le escapara un eructo bestial que me dió de lleno en mis ya ofendidas fosas nasales…un olor a fritanguita mezclado con migadito con mondongo agriados, se aposentaron de mi pobre olfato. Una arcada casi me hace arrojas bilis, pues no tenía nada en el estómago – recuerden que no pude cumplir mi objetivo de comer mi plato con chicharrones - , pero todo quedó en la sensaciones, pues una mano gruesa como guantes de box, cogió mi rostro, mientras que con sus dedos, cortos y rechonchos como plátanos guineos hurgaron y tantearon mi cavidad bucal… ¡Me sentí violado! ¡Esos apéndices no eran dedos! ¡Dios! ¿En qué lugar vine a parar?¿Estás poniéndome a prueba?¿Si es así…por lo menos que retire esos tentáculos de jibia de mi boca por favor!
Pasado el examen que duró para mí una eternidad, con las comisuras labiales desgarradas, con mi pudor echo leña, y con la garganta reseca por haber mantenido abierta mi boca por largo tiempo, el médico o herrero del siglo XVIII se propuso a realizar su trabajo, que era restaurar el diente delantero, para lo cual fue inútil todo ese vejamen oral estando la lesión dental frente a sus narices. Le pidió a su secretaria por el color de resinas. La obesa matrona que estoy ahora casi seguro, era descendiente de alguna guardiana de cárceles alemanas de exterminio de judíos, trajo una serie de tarjetas con colores claros y variados. El muelólogo empezó a buscar el color de mis dientes comparando con sus tarjetas como si se tratara de pintar la fachada de una casa, se decidió por uno…y empezó mi tortura reconstructiva y reparadora…para qué narrarles la odisea que pasé en esos noventa y tres minutos de tortura.
Al salir de allí, acudí a una tienda cercana, me acerque a un espejo sin disimulo para ver la obra de ese “perito” en la odontología…y el muy miope o daltónico, o tal vez ambos, me había puesto una resina en la mitad inferior de un color distinto al esmalte natural de la superior…¡mis dientes parecían a los bigotes de Charlie García, de dos colores!.
Han pasado ya unos meses desde que concurrí a una competente estomatóloga, mi diente pareciera que no tuvo ningún desperfecto, y ahora, estoy listo para ir a degustar mi plato de chicharrones…

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