¿QUÉ UTILIDAD TIENEN LOS MACHOS?
¿QUÉ UTILIDAD TIENEN LOS MACHOS?
Aunque parezca mentira, uno de los misterios de la Biología
aún no completamente elucidado es para qué sirve el sexo, esa actividad por la que
muchos, e incluso muchas, preferirían perder una mano antes de no poder
disfrutarla. Creámoslo o no, los biólogos aún debaten la razón de su
existencia.
El sexo como mecanismo para perpetuar la especie, no es muy
eficaz a pesar de lo divertido que es practicarlo. El sexo permite generar
descendencia solo a la mitad de la población. En el caso humano (también en el
de casi todas las especies animales), solo las mujeres pueden dar a luz, lo que
deja a los hombres como meros depósitos de material genético para uso de estas
en la importantísima tarea del mantenimiento de la especie. Más eficaz sería si
todos, machos o hembras, hombres o mujeres, pudiéramos generar descendencia de
manera independiente, sin tener que mezclar nuestras células y genes con otro
individuo. Sin embargo, lo que los biólogos no dudan hoy, es que si la
reproducción sexual ha sido seleccionada durante miles de millones de años de
evolución, es porque este modo de reproducirse es el que permite la adaptación
al entorno y la supervivencia de las especies. Pero ¿por qué?
Se han considerado varias hipótesis para intentar explicar
este hecho incontrovertible. La más plausible de ellas es que la reproducción
sexual es un mecanismo de limpieza de mutaciones perniciosas que, de no
llevarse a cabo, generaría una acumulación de estas que conduciría a la
extinción de las especies. Es cierto que si nos reprodujéramos por gemación
–por ejemplo generando nuevos seres humanos a partir de los dedos de las manos,
que se irían desprendiendo, una vez convertidos en diminutos bebés, y serían
luego reemplazados por nuevos dedos que se convertirían en más bebés–, las
mutaciones que se fueran produciendo en nuestro genoma a medida que las células
se reprodujeran se irían acumulando a lo largo de las generaciones. Finalmente,
no habría individuo en la población sin un conjunto de mutaciones que le
impidiera reproducirse, o simplemente sobrevivir, lo que aseguraría la
extinción.
La reproducción sexual dificultaría esta acumulación de
mutaciones perniciosas en la población por varios mecanismos, uno de los cuales
es la selección sexual. En general, uno de los sexos (normalmente el macho)
compite por el acceso al otro sexo, y este segundo (normalmente la hembra)
selecciona a los ganadores de la anterior competición. Esta selección sexual,
unida a la mezcla de los genomas de dos individuos que conlleva la reproducción
sexual, y que genera nueva diversidad genética, favorece la reproducción de
solo los genéticamente más sanos, y se cree que elimina de la población las
mutaciones más perniciosas, cuya acumulación podría conducir a la extinción de
la especie.
Hasta hoy, esto no dejaba de ser una hipótesis que solo
contaba con el apoyo de consideraciones teóricas y de simulaciones por
ordenador. Por ello, un grupo de investigadores se propusieron realizar un
experimento evolutivo con seres vivos para intentar confirmar o refutar esta
hipótesis en la compleja realidad de la vida. En 2005, comenzaron a criar en el
laboratorio al pequeño Tibolium castaneum, más conocido como el escarabajo rojo
de la harina que, en ocasiones, podemos degustar cocinado al horno dentro de
algún trozo de pan.
Los investigadores mantuvieron durante siete años a cuatro
poblaciones diferentes de estos escarabajos. La primera población estuvo
sometida a una fuerte selección sexual por el simple método de colocar a machos
y hembras en una relación de nueve a uno, respectivamente. En estas
condiciones, el acceso a las hembras estaba limitado solo a los “mejores” machos.
En otra población, el sesgo fue en sentido contrario, con un macho por cada
nueve hembras, una proporción, en lo que a mi concierne, mucho más divertida.
Aún otra población de escarabajos se mantuvo en la proporción de una hembra por
cada cinco machos. Finalmente la cuarta población se mantuvo en estado de
monogamia obligada, con un macho por cada hembra. Estas poblaciones se
reprodujeron por alrededor de cincuenta generaciones, lo que para nosotros los
humanos hubiera supuesto alrededor de mil años.
Tras este periodo de diferente presión selectiva sexual, los
investigadores determinaron el número de mutaciones perniciosas que se habían
acumulado en las diferentes poblaciones de escarabajos mediante el
procedimiento de dejar reproducirse a hermanos y hermanas, es decir, de generar
una situación de endogamia, el tipo de reproducción sexual más parecida a la
reproducción por gemación. Como es bien sabido, la endogamia genera individuos
que han heredado prácticamente las mismas variantes génicas de ambos
progenitores, lo que en el caso de estos escarabajos rebelará la proporción de
mutaciones perniciosas acumuladas en los diferentes regímenes reproductores. Si
la selección sexual sirve para limpiar los genes de la población de este tipo
de mutaciones, es de esperar que los escarabajos reproducidos bajo fuerte
selección sexual tengan una menor proporción de las mismas en su genoma.
Y esto fue precisamente lo que se observó. Los escarabajos
reproducidos en proporción de nueve machos por cada hembra resistieron hasta
veinte generaciones en régimen de endogamia antes de extinguirse. Por el
contrario, la población mantenida bajo el régimen de menor selección sexual
(nueve hembras por cada macho) se extinguió solo al cabo de diez generaciones
en endogamia. Estos resultados, publicados en la revista Nature, parecen
indicar que los pobres y vilipendiados machos finalmente sí servimos para algo:
nada menos que para evitar la extinción de las especies…ni más, ni menos.
Referencia:
Sexual
selection protects against extinction. Alyson J. Lumley et al. Nature (2015).
www.nature.com/doifinder/10.1038/nature14419
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