TITANOMAQUIA O LA BATALLA DE LOS DIOSES CONTRA LOS TITANES

TITANOMAQUIA O LA BATALLA DE LOS DIOSES CONTRA LOS TITANES

ZEUS LUCHANDO CONTRA TIFON
Tras su visita a Egipto en el siglo V a.C, Heródoto se convenció de que los griegos habían obtenido de los egipcios sus nociones y sus creencias acerca de los dioses. Para hacérselo comprender a sus compatriotas, empleó los nombres de los dioses griegos con el fin dar detalles de sus correspondientes deidades egipcias.

La convicción de Heródoto de que la teología griega tenía sus orígenes en la egipcia no provenía sólo de la similitud en los atributos y en los significados de los nombres de los dioses, sino también (y principalmente) de las similaridades de las leyendas que se les atribuían.

De éstas, hay un extraño paralelismo que no debió pasarle desapercibido: el relato de la castración de un dios por otro en su lucha por la supremacía.

Afortunadamente, las fuentes griegas de las que debió obtener sus datos Heródoto aún están disponibles: diversas obras literarias, como La Ilíada de Homero; las Odas de Píndaro de Tebas, escritas y bien conocidas justo antes de la época de Heródoto; y, por encima de todas, la Teogonía («Genealogía Divina») de Hesíodo, natural de Askara, en el centro de Grecia, que escribió esta obra y otra (Los Trabajos y los Días) en el siglo VIII a.C.

Siendo poeta, Hesíodo decidió atribuir la autoría de la Teogonía a las Musas, diosas de la música, la literatura y el arte, que, según él, le animaron «a celebrar con un canto» las historias «de la reverenciada raza de los dioses, desde el principio... y cantar después a la raza e los hombres y de los fuertes gigantes; y así regocijar el corazón de Zeus en el Olimpo».

Todo esto sucedió un día, cuando estaba «pasteando sus corderos» cerca de la Montaña Sagrada que les servía de morada a los dioses.

A pesar de su pastoral introducción, el relato de los dioses, tal como se le reveló a Hesíodo, era en su mayor parte un relato de pasiones, revueltas, astucias y mutilaciones, así como de enfrentamientos y guerras globales. A pesar de toda la glorificación hímnica de Zeus, no parece que se intente tapar el reguero de violencia sangrienta que llevó a su supremacía. Cantaran lo que cantaran las Musas, Hesíodo lo escribía; y, «estas cosas cantaban las Musas, nueve hijas engendradas por Zeus»:

Ciertamente, en un principio vino a ser el Caos, y después el amplio seno de Gea...
Y el sombrío Tártaro, en las profundidades de la anchurosa Tierra, y Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales...

Del Caos salió Erebo y la negra Nix;
Y de Nix nacieron Éter y Hémera.
Este primer grupo de dioses celestes se completó cuando Gea («Tierra») engendró a Urano («Cielo Estrellado»), para casarse después con su propio primogénito, con el fin de ser incluida en la Primera Dinastía de dioses. Además de Urano, y poco después de nacer éste, Gea dio a luz a una hija, Urea, y a «Ponto, la infructuosa Profundidad con su furioso oleaje».

Después nació la siguiente generación de dioses, descendientes de Gea y Urano:
Después ella yació con Urano,
Y dio a luz a Océano, el de los profundos remolinos;
Ceo, Crío, Hiperión y Jápeto;
Tía y Rea, Temis y Mnemosine;
Y Febe, la de la corona de oro, y la adorable Tetis.

Después de ellos nació Crono, el astuto,
El más joven y el más terrible de sus hijos.

A pesar del hecho de que estos doce eran descendientes del apareamiento de un hijo con su propia madre, los hijos -seis varones y seis hembras- eran dignos de sus divinos orígenes. Pero, dado que Urano era cada vez más rijoso, los descendientes que siguieron, aunque formidables en poder, desarrollaron diversas deformidades.

Los primeros «monstruos» en nacer fueron los tres Cíclopes, Brontes («El Atronador»), Estéropes («El Hacedor de Relámpagos») y Arges («El Que Hace Rayos»):

«En todo eran como los dioses, pero sólo tenían un ojo en medio de la frente; y se les llamó «cíclopes» («círculo» + «vista»), porque tenían en la frente un ojo esférico».

«Y tres hijos más nacieron de Gea y Urano, grandes y valientes donde los haya: Coto, Briareo y Giges, hijos audaces».

De gigantesca estatura, a estos tres se les llamó Hecatonquiros («Los de los Cien Brazos»):

«De sus hombros salían 100 brazos, para que nadie se acercara, y cada uno tenía cincuenta cabezas sobre sus hombros».

«Y Crono odiaba a su lujurioso progenitor», dice Hesíodo; pero «Urano se regocijaba en sus maldades».
Entonces, Gea, «hizo una gran hoz y les contó sus planes a sus queridos hijos», planes por los cuales su «pecador padre» sería castigado por sus «viles ultrajes»: cortarle los genitales a Urano y poner fin así a sus desvaríos sexuales. Pero «el temor se apoderó de todos», y sólo «el gran Crono, el astuto, reunió coraje».

Y así, Gea le dio a Crono la hoz que había hecho de sílex gris y lo ocultó «en un escondite», en su residencia, que estaba junto al Mediterráneo.
Y Urano llegó por la noche, anhelando amor;
Y se acostó con Gea, echándose sobre ella.

Entonces, el hijo, desde su escondite,
Sacó la mano izquierda para agarrar;
Y en la mano derecha sostenía
La gran hoz dentada.

Rápidamente, cortó los genitales de su padre,
Y los arrojó detrás de él...
En el encrespado mar.

Ya estaba hecho, pero la castración de Urano no iba a terminar del todo con su descendencia. Algunas gotas de la sangre que derramó fecundaron a Gea, que concibió y dio a luz a, «las fuertes Erinias» (Furias femeninas de la venganza) «y a los grandes Gigantes de reluciente armadura, con largas lanzas en las manos; y a las Ninfas a las que llaman Melíades ['las Ninfas de los fresnos']».

De los genitales cercenados, que dejaron un reguero de espuma mientras el mar encrespado los llevaba a la isla de Chipre, «surgió una diosa terrible y adorable... dioses y hombres le llamaron Afrodita ['La de la Espuma']».

El incapacitado Urano llamó a los dioses-monstruos clamando venganza. Sus propios hijos, gritaba, se han convertido en Titanes, «forzado y llevado a cabo con presunción la espantosa acción»; y ahora los otros dioses tenían que asegurarse de «que la venganza por ello no les viniera más adelante». El asustado Crono encarceló entonces a los Cíclopes y a los demás gigantes monstruosos, para que ninguno pudiera responder a la llamada de Urano.

A todo esto, mientras Urano estaba ocupado teniendo su propia descendencia, los otros dioses también habían estado proliferando; sus hijos llevaban nombres que indicaban sus atributos, por lo general benévolos. Pero, tras la horrenda acción, la diosa Nix respondió a su llamada haciendo surgir a las deidades del mal:
«Dio a luz a las Moiras y a las despiadadas Parcas vengadoras: Cloto ['La Hilandera'], Láque-sis ['La Dispensadora de Suertes'] y Atropo ['Inevitable']... Dio a luz a Perdición, a Negro Destino y Muerte... a Culpa y a Doloroso Pesar... Hambre y Penas».
Y también trajo al mundo a, «Engaño y Discordia-como también a Lucha, Batallas, Asesinatos, Peleas, Mentiras, Disputas, Ilegalidad y Ruina».

Por último, de Nix nació Némesis («Castigo»). La llamada de Urano había sido respondida: la lucha, las batallas y la guerra entraron en el mundo de los dioses.

En este peligroso mundo fue donde los Titanes engendraron a la tercera generación de dioses. Temerosos del castigo, se mantuvieron unidos. Cinco de los seis hermanos se casaron con cinco de las seis hermanas. De estas parejas divinas de hermanos y hermanas, la más importante fue la de Crono y Rea, pues, debido a su audaz acción, fue Crono el que asumió el liderazgo entre los dioses. De esta unión, Rea dio a luz a tres hijas y tres hijos: Hestia, Deméter y Hera; Hades, Poseidón y Zeus.

Pero, en cuanto acababan de nacer cada uno de estos hijos, «El gran Crono se los tragaba... con el propósito de que ningún otro de los orgullosos Hijos del Cielo pudiera hacerse con la soberanía entre los dioses inmortales».

La razón para eliminar a sus propios descendientes tragándoselos estribaba en una profecía que decía que, «por fuerte que fuera, estaba destinado a ser vencido por su propio hijo»: el Destino iba a repetir en Crono lo que él le había hecho a su padre. Y el Destino no se podía evitar.

Estando al tanto de los engaños de Crono, Rea ocultó a su último hijo, Zeus, en la isla de Creta. Y a Crono le dio, en lugar del niño, «una gran piedra envuelta en pañales». Sin darse cuenta del engaño, Crono se tragó la piedra, pensando que se trataba del bebé Zeus, y poco después se puso a vomitar, regurgitando uno a uno a todos los hijos que se había tragado con anterioridad.

«Con el paso de los años, la fortaleza y los gloriosos miembros del príncipe [Zeus] crecieron con rapidez».

A ratos, como digno nieto del rijoso Urano, Zeus perseguía a las encantadoras diosas, entrando a menudo en conflicto con otros dioses. Pero luego volvía a centrarse en los asuntos de estado. Durante diez años había estado rugiendo la guerra entre los antiguos Titanes, «los altivos Titanes del alto Monte Otris» (que era su morada), y los jóvenes dioses «que Rea, la de hermoso cabello, había tenido con Crono» y que se habían instalado en el Monte Olimpo.

«Con amarga furia habían estado peleando constantemente unos con otros durante diez años, y el arduo conflicto no hallaba su conclusión por ningún bando, y el resultado de la guerra estaba igualmente equilibrado».

¿Sería esta lucha no más que la culminación de las deterioradas relaciones entre colonias divinas vecinas, una oleada de rivalidad entre desleales dioses y diosas entremezclados (donde las madres se acostaban con sus hijos, y los tíos embarazaban a las sobrinas)? ¿O sería el primer ejemplo de la eterna rebelión de los jóvenes contra los viejos?

La Teogonía no nos da una respuesta clara, pero las posteriores leyendas y obras griegas sugieren que todos estos motivos se combinaron para crear una prolongada y «terca guerra» entre los dioses jóvenes y los viejos.

Y Zeus vio en esta guerra la ocasión para hacerse con el liderazgo de los dioses y, de este modo, con conocimiento de causa o sin él, cumplir con la profecía para la que estaba destinado Crono, deponiéndolo.

Como primer paso, Zeus «liberó de sus mortales ataduras a los hermanos de su padre, hijos de Urano, a los cuales aquél, en su necedad, había encadenado». Agradecidos, los tres Cíclopes le dieron las armas divinas que Gea había ocultado de Urano:

«El Trueno, el Rayo y el Relámpago».

También le dieron a Hades un casco mágico, que hacía invisible al que lo portaba; y Poseidón recibió un tridente mágico, que podía hacer temblar la tierra y el mar.

Para remozar a los Hecatonquiros tras su larga cautividad, y para devolverles el vigor perdido, Zeus les dio «néctar y ambrosía, lo mismo que comían los dioses»; y, después, dirigiéndose a ellos, dijo:

Escuchadme,
Oh brillantes hijos de Urano y Gea,
Que digan mis labios lo que mi corazón me pide. Hace mucho que,
Los que nacimos de Crono y los Titanes,
Luchamos unos con otros cada día,
Para lograr la victoria y prevalecer.

¿Mostraríais ahora vuestro gran poder y fortaleza
Y os enfrentaríais a los Titanes en la amarga contienda?
Y Coto, uno de los de los Cien Brazos, le respondió diciendo:

«Divino, tú hablas de lo que conocemos bien... gracias a tus planes, hemos vuelto de la lúgubre penumbra y nos hemos liberado de nuestras inmisericordes cadenas. Y así, ahora, con ánimo resuelto y deliberado, te ayudaremos en la terrible contienda, y lucharemos contra los Titanes en ardua batalla».

Así, «Todos los que habían nacido de Crono, junto con los poderosos de fuerza abrumadora que Zeus había traído a la luz... todos ellos, hombres y mujeres, entablaron la odiada batalla aquel día».

Frente a estos olímpicos estaban los viejos Titanes, que también «fortalecían sus filas con entusiasmo». Cuando chocaron los dos bandos, la batalla se extendió a toda la Tierra y los cielos:

El ilimitado mar resonó terriblemente,
Y en la tierra se oyó un sonoro estruendo; El ancho cielo se sacudió y gimió,
Y el alto Olimpo se tambaleó en sus cimientos
Bajo la carga de los dioses inmortales.

Del intenso sonido de los pies de los dioses,
Y el pavoroso ataque de sus duros proyectiles,
Los fuertes temblores llegaron hasta el Tártaro.

En un versículo, que nos evoca los textos de los Manuscritos del Mar Muerto, la Teogonía rememora los gritos de guerra de los dioses en la batalla:

Así pues, se lanzaron sus graves
Rayos unos a otros; Y el griterío de los dos ejércitos
Alcanzó el estrellado
Cuando chocaron con un gran grito de batalla.

El mismo Zeus estaba combatiendo con todo su poder, utilizando sus Armas Divinas al máximo.

«Desde los cielos, frente al Monte Olimpo, llegó con rapidez, arrojando sus relámpagos. Los rayos salían con fuerza y con rapidez de su fuerte mano, truenos y relámpagos juntos, arremolinándose en una llama impresionante. La fértil tierra crepitó bajo el incendio, y el bosque inmenso crujió con fuerza entre el fuego. Toda la tierra hirvió, lo mismo que las corrientes de agua dulce y el mar salado».

Después, Zeus lanzó una Piedra-Trueno contra el Monte Otris; en realidad, fue una auténtica explosión atómica:

El vapor caliente envolvió a los Titanes,
De Gea nacidos;
Una llama inexpresable se elevó brillante en el aire superior.

El destello centelleante de la Piedra-Trueno,
Su relámpago, cegó sus ojos-
Tan fuerte era.

Un asombroso calor se hizo con el Caos...
Era como si la Tierra y el ancho Cielo por encima de ella
Se hubieran juntado; Un potente estruendo,
Como si la Tierra hubiera caído en ruinas.

«Hubo un gran estruendo mientras los dioses chocaban en la contienda».

Además del pavoroso sonido, del destello cegador y del calor extremo, la Piedra-Trueno creó también una gigantesca tormenta de viento:

También trajo vientos que retumbaban,
Un seísmo y una tormenta de polvo,
Truenos y relámpagos.

Todo esto es lo que provocó la Piedra-Trueno del gran Zeus. Y cuando los dos bandos contendientes escucharon y vieron lo que había sucedido, un horrible alboroto de terrorífica contienda se elevó; grandes hazañas se vieron, y la batalla se decantó».

La lucha amainó, pues los dioses llevaban ventaja sobre los Titanes.

«Insaciables de guerra», los tres Cíclopes se impusieron a los Titanes, venciéndoles con proyectiles ligeros. «Los ataron con amargas cadenas», y los arrojaron cautivos al lejano Tártaro.

«Allí, por consejo de Zeus que cabalga las nubes, los dioses Titanes están ocultos bajo una brumosa penumbra, en un lugar insalubre de los confines de la enorme Tierra».

Los tres Cíclopes se quedaron también allí, como «carceleros de confianza de Zeus», para vigilar a los Titanes encarcelados.

Pero cuando Zeus estaba a punto de reclamar «la égida», la soberanía sobre todos los dioses, apareció en escena un nuevo pretendiente a ésta. Pues, «Cuando Zeus logró arrojar a los Titanes del cielo, la gran Gea dio a luz a su hijo menor, Tifeo, del amor de Tártaro, con la ayuda de la dorada Afrodita».

Tifeo («Tifón») era un verdadero monstruo.

«En todo lo que hacía, tenía fuerza en sus manos, y sus pies eran incansables. De sus hombros surgían las cien cabezas de una serpiente, un terrorífico dragón de oscuras y venenosas lenguas. Desde debajo de los arcos de sus ojos, en sus maravillosas cabezas, centelleaba el fuego; y fuego también ardía en sus cabezas cuando miraba con furia. Y había voces en todas sus espantosas cabezas, que emitían sonidos increíbles»,
...el sonido de un hombre que habla, el sonido de un toro, el de un león y el sonido de un cachorro. (Según Píndaro y Esquilo, Tifón era de una estatura gigantesca, «y su cabeza llegaba a las estrellas».)

«Ciertamente, algo más que ayuda hubiera hecho falta aquel día», le dijeron las Musas a Hesíodo; era casi inevitable que Tifeo «llegara a reinar sobre mortales e inmortales». Pero Zeus se percató rápidamente del peligro y no perdió tiempo en atacarle.

Tuvo lugar una serie de batallas, no menos impresionantes que las de los dioses con los Titanes, pues el Dios-Serpiente Tifón disponía de alas y podía volar, al igual que Zeus.

«Zeus tronó fuerte y poderosamente, y la tierra alrededor se estremeció terriblemente, al igual que el cielo arriba, y el mar y los ríos, hasta lo más profundo de la Tierra».

Las Armas Divinas se volvieron a emplear -por parte de ambos contendientes:
A causa de ambos,  a causa del trueno y el relámpago, el calor devoró los mares azul oscuro;
Y a causa del fuego del Monstruo,
Y de los abrasadores vientos y el encendido Rayo, toda la Tierra hirvió, y el cielo y el mar.

Grandes olas arremetieron con violencia en las playas...
Y hubo una sacudida interminable.

En el Mundo Inferior, «Hades temblaba en sus dominios»; temblaban los Titanes, encarcelados en los confines de la tierra. Mientras se perseguían uno a otro por el cielo y por la tierra, Zeus se las ingenió para ser el primero en conseguir un golpe directo con su «espeluznante Rayo».

El rayo «abrasó todas las cabezas maravillosas del monstruo, todo lo que había a su alrededor»; y Tifeo se estrelló en tierra en su maravilloso artilugio:
Cuando Zeus lo hubo vencido
Y azotado con sus golpes,
Tifeo fue arrojado como un guiñapo mutilado.

La inmensa tierra crujió.

Una llama brotó del doblegado señor
En el sombrío,
Escabroso y apartado valle del Monte,
Cuando fue herido.

Gran parte de la tierra quedó abrasada
Por el terrible vapor
Fundiéndose como el estaño cuando se calienta por arte del hombre...

En el fulgor de un fuego abrasador
La tierra se fundió.

A pesar de la colisión y del tremendo impacto del vehículo de Tifón, el dios siguió vivo. Según la Teogonía, Zeus lo arrojó, también, «al ancho Tártaro». Con esta victoria, su remado estaba seguro; y se entregó de nuevo a sus importantes asuntos de procreación, teniendo hijos tanto de esposas como de concubinas.

Aunque la Teogonía sólo habla de una batalla entre Zeus y Tifón, otros escritos griegos afirman que ésta fue la última batalla, que vino precedida por otras varias en las cuales Zeus fue el primero en resultar herido. En un principio, Zeus luchó con Tifón de cerca, utilizando la hoz especial que su madre le había dado para la «mala acción», pues su objetivo era el mismo, castrar a Tifón. Pero Tifón enredó a Zeus en su red, le arrebató la hoz, y con ella le cortó al dios olímpico los tendones de manos y pies. Y, luego, dejó al indefenso Zeus, sus tendones y sus armas en una cueva.

Pero los dioses Egipán y Hermes encontraron la cueva, resucitaron a Zeus recomponiéndole los tendones, y le devolvieron sus armas. Entonces, Zeus escapó y volvió «en una Carro Alado» hasta el Olimpo, en donde se aprovisionó con más rayos para su Atronador. Volvió para atacar a Tifón, llevándole al Monte Nisa, donde las Parcas lograron con engaños que comiera el alimento de los mortales, tras lo cual se sintió débil en lugar de revigorizado.


El combate se reanudó en los cielos, sobre el Monte Hemo, en Tracia; continuó sobre el Monte Etna, en Sicilia; y terminó sobre el Monte Casio, en la costa asiática del Mediterráneo oriental. Allí, Zeus, utilizando su Rayo, derribó a Tifón de los cielos.

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