LA MALDICIÓN DE SÍSIFO
LA
MALDICIÓN DE SÍSIFO
Sin
duda alguna, uno de los mitos más impresionantes de todos los que nos dejaron
los antiguos griegos es el de Sísifo, y por alguna razón, uno de lo que más nos
involucra íntimamente. El mitólogo francés Pierre Grimal dice que Sísifo era el
más astuto y el menos escrupuloso de los mortales. En efecto, cada episodio,
cada relato acerca de él es la historia de una trampa y de un engaño.
Quien
mejor echa el cuento de Sísifo es Homero en la Odisea. Cuenta el poeta que
Sísifo fue el fundador de Corinto, ciudad situada en el estrecho del mismo
nombre que domina el paso entre la península del Peloponeso y el resto de
Grecia. Sísifo, que como ya dijimos no era ningún tonto, sabía que fundar una
ciudad en un lugar tan estratégico tarde o temprano le reportaría ventajas, y
ese día en efecto llegó, aunque irónicamente fuera el comienzo de su perdición.
Un día Zeus, el máximo dios del Olimpo, en una de sus típicas aventuras extramaritales,
se enamoró de Egina, la hermosa hija del dios Asopo (dios Río, hijo de Océano y
Tetis), y la raptó. La leyenda dice que Zeus, cuando se llevaba a la doncella,
tuvo que pasar por la ciudad de Corinto, y parece que Sísifo los vio. Cuando
llegó Asopo a preguntar por su muchacha, aquél no tuvo la menor vergüenza en
proponerle un pequeño trato a cambio de la información. Sísifo pidió a Asopo
que hiciera brotar una fuente de agua dulce en medio de su ciudad, y a cambio
le diría quién se había llevado a Egina. Asopo accedió y Sísifo no tardó en
delatar al padre de los dioses.
Por
supuesto que Zeus montó en cólera al verse descubierto por culpa de un mortal,
y como castigo le envió a Tánato, el dios de la muerte, para que lo matara y lo
llevara de una vez a los infiernos. Pero Sísifo, que se olía la cosa,
sorprendió a Tánato y lo encadenó, con lo que ninguna persona pudo morir por
algún tiempo. Zeus, alarmado, envió a Ares, el dios de la guerra, para que lo
liberara y que así Tánato pudiera seguir cumpliendo con su oficio, que era
llevarse las almas de los muertos al infierno. Y al primerito que se llevó fue,
desde luego, a Sísifo, pero éste tenía de nuevo su plan. Le pidió a su esposa
que no le hiciera honras fúnebres, de modo que cuando se presentó ante Hades,
el dios de los infiernos, y éste le preguntó por qué llegaba de esa forma tan
irregular, Sísifo le respondió que era porque su mujer no le había hecho las
correspondientes honras. Pidió entonces que le permitiera subir al mundo de los
vivos a castigarla, a lo que, cómo no, Hades accedió, con la condición de que,
una vez que la hubiera castigado como se debe, regresara sin falta. Sísifo se
lo prometió, pero está clarísimo que no tenía la menor intención de cumplir con
el trato, y fue así como pudo burlar de nuevo a la muerte.
Sísifo
vivió durante mucho tiempo, y durante todo ese tiempo se cuidó mucho de
exponerse al riesgo de morir. Pero era humano, y la justicia divina tarde o
temprano llega. Una vez en los infiernos, Hades le impuso un castigo terrible
para que no pudiera volver a escapar: tendría que empujar eternamente una
enorme roca hasta lo alto de una pendiente, pero una vez que la llevara hasta
la cumbre, ésta volvería a caer y Sísifo tendría que volver a comenzar desde
abajo, y así para siempre, hasta el final de los tiempos.
El
mito de Sísifo y de su terrible castigo ha impresionado desde siempre a
filósofos y artistas de todas las épocas. Pero ¿qué es lo que nos inquieta
tanto de esta historia? ¿Qué es lo que nos perturba en la leyenda de aquel
hombre condenado por no haber querido morir nunca? En lo que a mí respecta, si
un mito es una fábula capaz de transmitirnos verdades profundas que se
mantienen vigentes en cualquier lugar y en cualquier momento, no puedo evitar
recordar la leyenda de Sísifo cuando veo a mi pobre país sumido en sus ruinas futuras.
Porque si un mito puede decirnos mucho de la realidad íntima de cada individuo,
puede también hablarnos de lo que en verdad somos como colectivo. Y cada vez
que veo el trazo enmontado de una carretera que comenzó a construirse pero
nunca se terminó, las paredes y columnas ruinosas de una escuela, de un
hospital que nunca se inauguró, las faraónicas obras de infraestructura que se
anunciaron y se presupuestaron pero nunca se ejecutaron, las profundas
reformas, los dispendiosos proyectos, los grandes planes que nunca se
concretaron, pienso en un país que pretende engañar a la historia queriendo
escribirla en futuro, de lo poco que puede mostrar de su presente.
Al
igual que el mortal Sísifo, que un día soñó con burlar a la muerte, hay
personas demasiado confiadas en su astucia que pretenden ser más de lo que en
realidad son, olvidando su propia naturaleza. Así como el soberbio Sísifo, que
creyó que podría vivir para siempre y que su ciclo nunca se cerraría, hay
personas que se creen dioses y juraron que la historia comienza y termina con
ellos, despreciando lo que otros pudieron haber construido antes. Cuando pienso
en la terrible maldición de Sísifo en los infiernos, arrastrando para siempre
una roca que nunca llegará a su destino, se me viene a la mente mi pobre país,
que siempre comienza y nunca culmina.
Fuente:
eluniversal.com
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