¡“VOYME” PANCOCO! Trujillo, Perú, Julio de 1932
¡“VOYME” PANCOCO!
Trujillo, Perú,
Julio de 1932
El bombardeo había terminado hacía
tres horas, sin embargo, aún sentía agudos pitidos en ambos oídos en tanto que
en su cerebro habían quedado grabados el ruido de las granadas cayendo en la
cercanía de su trinchera o el silbido de la muerte de los obuses disparados
incomprensiblemente por los barcos de la armada peruana, comprados para
defenderlos de amenazas externas y no para masacrar a su propia gente. Las
sienes le ardían horriblemente mientras su corazón latía desbocadamente y tenía la sensación de querer atorársele en
la garganta. Cerró los ojos y se recostó así, acuclillado como estaba sobre la
pequeña loma de tierra que le servía de defensa en uno de esos tupidos
cañaverales. Una brisa tímida que no supo identificar de dónde venía le
refrescó el rostro y le imprimió nuevos bríos. Abrió los párpados y dejó caer
los brazos con energía a los lados del
cuerpo para desentumecerlos; el rifle con el cañón recalentado seguía encima de
sus muslos. El índice de su mano derecha lo tenía medio agarrotado y el hombro
homolateral le dolía como si fuera a descoyuntársele. Retiró hacia un costado
la solapa de su saco y se desabotonó la camisa para apreciar mejor la zona que
le molestaba; se percató que todos los alrededores de la axila estaban
moreteados por los culatazos que le imprimió el viejo rifle en cada descarga.
Llevaba combatiendo ya tres días y no había dormido en todo ese tiempo. La barba
ligeramente crecida, negra muy tupida a pesar de los pocos días transcurridos,
propia de los Zapata de Piura, ya le comenzaba a picar. Rascóse frenéticamente
la barbilla y las mejillas encontrando cierto alivio. Miró su terno dominguero
y apreció que en varias partes éste
lucía hecho jirones. Recordó que él y otros veinte compañeros más de su sector,
al igual que los otros cientos, o tal vez miles de militantes apristas
levantados en armas en Trujillo contra el régimen de Sánchez Cerro, habían
acordado caer defendiendo sus ideales vestidos con sus mejores ropas. Los zapatos
que otrora fueran de charol lucían con
las punteras peladas y uno de ellos tenía la suela abierta hasta casi la mitad
de la planta del zapato.
La sed volvió a quemarle la garganta, el ardor del estómago
por ausencia de alimentos era atroz. Las compañeras que se encargaban de traer
los ranchos no habían aparecido desde hace dos días. Al incorporarse para
apreciar mejor un poco más allá del reducto donde estaba, se percató que varias
de ellas habían caído abatidas por las ráfagas de las ametralladoras de las
fuerzas leales del gobierno; en tanto que otras, según se enteró después,
habían perecido aplastadas bajo el peso
del techo producto del feroz bombardeo aéreo y de la escuadra de guerra, cuando
estaban preparando las pailas para los combatientes.
Un jovencito llego zigzagueando a su trinchera trayéndole un
zurrón de agua. Le pregunto al “charango”(1) cómo estaba la resistencia. El
joven apresurado e impaciente le respondió:
-El reducto del
Mansiche ya está por caer, ya no quedan casi compañeros que lo defiendan, se
han quedado sin munición y los soldados de caballería al darse cuenta de ello
se aprovecharon de la situación y cargaron contra los pocos compañeros que
quedaban con vida…vi cómo los pobres compañeros trataban de defenderse a
culatazos, pero casi todos murieron al degollarlos como a reses a punta de
sablazos y otros quedaron tasajeados los brazos por defender su cara y cabeza,
después fueron rematados a bayonetazos por los soldados que venían tras ellos.
Pero de la nada aparecieron más compañeros
del Valle Chicama gritando con sus machetes en alto e hicieron retroceder a los
soldados. Pero no creo que duren mucho, están viniendo más camiones del
ejército por el sur y por el norte y
están apostando varios cañones nuevecitos frente a los sacos de arena que los
compañeros están apilando para protegerse. Y la aviación y la marina no dejan
de bombardear…a propósito, el compañero jefe de zona le envía estos tres
cartuchos para su máuser, y dice que reserve uno…para usted.
Tras paladear con fruición el agua, Alfredo Zapata devolvió
el latón al mozalbete y le vio perderse en la oscuridad.
Se paró en toda su extensión, sacudió las adormecidas piernas
y casi al instante, sintió el ruido de un disparo y el zumbido de una bala que
pasó rozando su cabeza. Se maldijo por haberse olvidado de tomar precauciones
tan elementales como el protegerse de la fusilería contraria, y agachándose se
fue a la carrera hacia el reducto principal mientras veía en el trayecto a los
cuerpos inertes de decenas de sus compañeros, muchos de ellos conocidos apenas
tres días atrás, evocó esos momentos en que llegaron jubilosos, montando
caballos percherones(2) y otros, caballos de paso(3) arrebatados a los
hacendados azucareros; todos con el
machete en la cintura y algunos con una escopeta de perdigones en bandolera.
Los cuerpos parecían sólo estar durmiendo, una sonrisa beatifica se dibujaba en
muchos de aquellos rostros curtidos por el sol en los campos norteños,
adolescentes, jóvenes, hombres maduros y hasta ancianos, todos confundidos y
hermanados en la muerte… y no pocos lucían con el cráneo destrozado o las
gargantas abiertas en canal…el suelo negruzco y resbaladizo por la sangre de
los defensores le hizo perder el equilibrio en varias ocasiones.
A pocos metros de las trincheras de vanguardia, se había
formado un pequeño corrillo de defensores que tenían además la responsabilidad
de dirigir al resto del personal. Se acercó a escuchar lo que los compañeros
dirigentes discutían:
-“¿De todas maneras piensan matar a Víctor Raúl (4)?”
-“¡Quién sabe!, lo que me jode es que no hubo coordinación para hacer un
levantamiento simultaneo, el Búfalo y su gente se adelantó, ahora está allí,
muerto y cosido a balazos, los gendarmes han usado balas Dum Dum(5)”
-“¿Cómo sabes eso?”
-“¡Pues todos nuestros muertos tienen el orificio de entrada pequeño pero
la salida es del tamaño de un mamey (6)!”
-“¿Qué pasó con el resto de compañeros de las haciendas azucareras? ¡Ya
deberían estar aquí!”
-“No vendrán, nos mandaron avisar hace media hora que dos trenes
provenientes de las haciendas azucareras llenas con compañeros fueron
interceptados por el mayor “X” que llegó ayer con tropas de Lima, y éste
descargo sus seis Krupp sobre los trenes despedazando a todos los vagones, y
luego ametrallaron a los sobrevivientes…y si quedaron algunos…sería milagro...”
-“¿Y aquí como andamos de personal? Quiero un reporte de activos y
bajas…”
-“No le va a agradar compañero jefe…las bajas son enormes…no tenemos
armas y peleamos con las que le quitamos a los soldados…a ojo
de buen cubero, ya tenemos sólo en este sector más de 80 muertos y unos 300
heridos…”
-“Diablos, diablos, diablos…!”
Alfredo se retiró a hacia otro corrillo de combatientes…uno
de ellos estaba cantando yaravíes (7) de su tierra…se acercó y uno de ellos sin
decir palabras le acerco una taza de mate de coca, el cual bebió con desgano.
Dejó su rifle recostado sobre una pequeña loma y se tendió en el suelo cubierto
por gramalote, recostado como estaba, pudo mirar las estrellas que ahora
parecían haber duplicado su tamaño…sentía que los ojos tenían arena por dentro,
cerro sus parpados y ni bien hizo esto cuando rememoró a su hijo con menos de
un mes de nacido…¿Entenderá el pequeño algún día por qué estaba haciendo
esto?¿Se dejaría llevar por la propaganda gobiernista quien los tachó de
sediciosos a todo un departamento, siempre dócil con los gobiernos de
turno?¿Cedería el gobierno en el reclamo de mejoras salariales, mejores
horarios de trabajo, implementos necesarios y adecuados para cada faena laboral?,¿Realizaría
el gobierno una investigación y pondría tras las rejas a los soldados que
ingresaron al local del Partido Aprista de Trujillo el pasado 24 de diciembre
de 1931, ametrallando y matando a mujeres y niños que departían la tradicional
chocolatada por Nochebuena?,¿Darían la amnistía al compañero Jefe Víctor Raúl,
a quien amenazaban fusilarlo en el Panóptico(8) de Lima donde estaba preso, y
que el dictadorzuelo, mocho de un dedo, no quería dejar en libertad a pesar que
presidentes de Europa, literatos de todo el mundo, y hasta el mismo Albert
Einstein habían abogado por su vida?, las preguntas lentamente se fueron
disipando de su mente y comenzó a ponerse en blanco, en tanto que un sopor se
apoderó de todo el y se abandonó al cansancio de varias noches en vela y de
tensión producto de estar defendiendo su vida y sus convicciones.
Después de algún tiempo que no pudo precisar, se levantó
sobresaltado, seguía al lado de esos compañeros taciturnos, musitó una disculpa
torpe y se sintió sumamente avergonzado por haberse quedado dormido. Los demás
sólo emitieron un gruñido, tal vez de reprensión, tal vez de comprensión, pues
sabían que él venía de la vanguardia y que había peleado sin cesar por tres
días seguidos, y que las “brigadas” que con él estaban habían sido casi
aniquiladas en su totalidad, quedando sólo unos cuantos sobrevivientes que
ahora estaban replegados a lo que era la retaguardia.
Los pensamientos de uno y otros fueron bruscamente
interrumpidos, un obús estalló cerca haciendo volar en pedazos una ranchería
donde estaban algunas mujeres afanosas preparando el shane (9). No hubo tiempo
para ver si había o no sobrevivientes. Los que llevaban la voz de mando
gritaron pidiendo que todos volvieran a los reductos. Alfredo se incorporó pero
un vahído le hizo trastabillar…una mano áspera y fuerte le asió por sobre los
hombros y le ayudó a mantener la bipedestación. Era un mochero (10) de corta
estatura, anchísimo de hombros, con una amplia faja en la cintura del cual
pendía un descomunal machete…o tal vez parecía serlo en ese pequeño pero macizo
cuerpo.
-Gracias compañero…-musitó Alfredo.
-¡Hummm!, ¡vamos!, ¡poco a poco!, ¡apoyase bien maestrito!…está débil…ya
después de esto le invitaré una canchita serrana que me preparó el otro día mi
mujercita.
Llegaron a los parapetos…o lo que quedaban de ellos…lo que
otrora había sido una nutrida fila de defensores con escopetas, espingardas (11)
y rifles, ahora lucían raleadas en hombres. Una mujer laredina estaba más halla
animando a sus paisanos, llevaba una ametralladora la cual descargaba sobre las
filas de las tropas de asalto, aunque sin causar víctimas, ya sea por su mala
puntería, o tal vez porque veía en esos soldaditos bisoños el rostro de algunos
de sus hijos o el de sus coterráneos que habían llegado con ella. Ante la
férrea defensa de esa mujer, las tropas retrocedían hacia sus bases mientras
que sus oficiales, sables y pistolas en mano, les amenazaban con dispararles si
retrocedían.
En lo más álgido de la batalla, Alfredo vio que varios de sus
compañeros desataban los nudos de sus ojotas y amarraban con ella el muslo a la
pierna…el mochero que le sirvió de apoyo le miró, y adivinando en el rostro
inquisitivo de Alfredo le saco de esa curiosidad.
-Es para evitar la
tentación de huir compañerito, por eso…así mis antepasados le resistieron a los
incas por varios meses, los flecheros se amarraban la pierna para seguir en su
puesto y no abandonarlo…
Ni bien terminó de escuchar la explicación del mochero,
cuando un griterío de las tropas leales al gobierno atronó el ambiente…no hubo
ya casi disparos por parte de los defensores, puesto que las municiones estaban
casi agotadas. El choque entre los hombres de ambos bandos fue terrible.
Ninguno de los grupos se daba cuartel. Si los unos que atacaban no hubieran
estado uniformados de caqui, fácilmente hubieranse confundido con los otros que
defendían y estaban vestidos de overol o de bayal…peruanos contra peruanos,
hermanos contra hermanos, y muy probablemente, parientes contra parientes. Las
imprecaciones, los gritos de dolor, las vivas al Perú por un lado y por el otro al Perú igualmente y a Víctor
Raúl, se sucedían unos tras otros… hasta que poco a poco el silencio fue
apoderándose del campo de batalla.
Alfredo, herido de bala en su hombro izquierdo, en la sien
derecha por una esquirla y con un larguísimo corte de sable en el muslo hasta
la pierna, fue sacado por otros escasos supervivientes, y mientras se alejaba,
vio al mochero que le había ayudado no hace mucho, ser rodeado por tres
soldados quienes clavaron sus bayonetas en su cuerpo una y otra vez… escena que
se repitió a lo largo de esos reductos superados.
Casi a rastras fue conducido a las casas que estaban en la
periferia del centro de Trujillo. En una casita de caña brava y barro fueron
acogidos por una anciana matriarca, quien sin mediar palabra, hirvió agua y
acompañada de su nieta, se puso a limpiar las heridas lo mejor que pudo a los
siete hombres que habían buscado refugio en su casa.
Era ya medio día, se escuchaban disparos raleados en toda la
ciudad. Aun se peleaba casa por casa. Alfredo y los que le acompañaban hicieron
un repaso de su parqué: dos balas para máuser, un cartucho para escopeta, una
bolsa casi a terminar de perdigones para las espingardas. No, con ello no sería
suficiente ni para suicidarse. Estaban discutiendo en lo que iban a hacer
cuando escucharon toques en la puerta de la vivienda. Todos se miraron tensos…
fue la anciana que con aplomo se levantó del horcón(12) donde estaba sentada,
abrió de golpe la puerta y se encontró con un hombrecito pequeño, de rostro
casi aceitunado, mirada vivaracha y taimada y que hacía demasiados aspavientos
con las manos las manos al momento de hablar. Sus ojillos no paraban de mirar
por encima del hombro de la anciana mientras le inquiría si tenía está un
poquito de azúcar para endulzar le leche de su hijita. La abuela refunfuñando
le negó y de manera abrupta le cerró la puerta casi en sus narices.
-Es Pancoco, este gusarapo (13) es un traidor, estos dos últimos días se
la ha pasado delatando a todos los compañeros a cambio de unos cuanto soles. Él
les avisa a los guardias civiles o a los soldados y éstos vienen y se llevan a
los compañeros delatados por esa rata miserable.
-¿Si nos habrá visto ese tipo, señora?... Tal vez debamos dejar ya su
casa, no vaya a ser que los soldados se la emprendan contra usted y su familia.
Se han portado ustedes de maravilla, le estaremos eternamente agradecidos.
-No tienen porqué…perdí a mis tres hijos peleando el primer día en el
Mansiche…hasta la fecha no he podido irme a recuperar sus cadáveres, no por
temor a que me maten a mí, sino porque mi nieta está sola, y no tiene a nadie
más que a mí en este mundo…
-Señora, nosotros nos ofrecemos ir al Mansiche y…
Alfredo no pudo continuar con su diálogo pues la puerta fue
abierta violentamente de una patada e ingresaron en tropel varios soldados que
a punta de culatazos doblegaron a unos, y remataron a tiros a dos de los
heridos que no obedecieron sus órdenes de levantarse del suelo donde estaban,
no porque se negaran, sino porque sus lesiones se agravaron y les impidieron
obedecer.
Cuando salieron, vieron la sonrisa sarcástica de Pancoco,
quien frotándose las manos les insultaba mientras eran subidos uno a uno en los
varios camiones donde se apilan las decenas de prisioneros apristas, mucho de
ellos heridos, en tanto que otros, estaban desangrándose recostados en la base
de las tolvas de los camiones.
Todos los “insurgentes” fueron declarados culpables en menos
de un día por un coronel enviado desde Lima, quien al llegar a Trujillo fue
recibido por la alta sociedad local en un conocido ambiente de “grandes
eventos”. Le calificaron de “Emisario del Orden”, “Supremo Benefactor de la
Ciudad”, “Mártir de la Democracia” (¿?)…entre otros elogiosos calificativos…y
este ensoberbecido militar, vestido a la usanza de los oficiales franceses,
levantó la copa de licor con le habían agasajado y les dijo a la “gente de
bien”:
-¡Damas, Caballeros,
los revoltosos insurgentes ya no serán un problema para Trujillo! ¡Les prometo
que en menos de una semana, ellos dejarán de serlo de manera definitiva, tanto
para ustedes, como para sus generaciones futuras… se los garantizo!
Desde esa noche, los soldados de refresco que habían llegado
con ese oficial vestido a la francesa
formaron varios pelotones de fusilamiento que se alternaban cuando los
cañones de sus rifles se recalentaban. Habían probado inicialmente con las
ametralladoras Glating para acelerar los fusilamientos de las decenas, centenas
y miles de los insurrectos, pero la fina arena que era traída por los vientos
de Huanchaco hacia que las municiones de la ametralladora se encasquetaran
dentro de las cámaras e impidieran seguir disparando.
Eran ya casi las cinco de la tarde del décimo día del inicio
de la revolución trujillana, cuando Alfredo y otros cuatro más fueron
conducidos hacia el paredón. Al llegar, vio una largo foso cavado cerca a las
ruinas pre incas de Chan Chan, dentro de ella habían no menos de treinta
cadáveres, y en otros lugares, cercanos y distantes, se veían idénticos
espectáculos dantescos en fosas similares a la que él estaba destinado caer.
Un oficial de contextura delgada, piel extremadamente pálida,
ojos azules claros, pelo ligeramente rubio y ensortijado, con bien recortados
bigotes de igual tonalidad, nariz respingada y con la cara levantada hacia
atrás, manos largas, nervudas y con las venas bien definidas que le surcaban el
dorso, miró con desdén acercarse al grupo de condenados:
-¡Apristas de mierda…montonera
de cholos (14)…no hay cuándo se acaben…ojalá y pudiera tenerlos a todos en un
solo puño y aplastarlos a todos de una sola vez!
Les empujaron al borde de la fosa y el oficial figurín ordeno
formarse a los siete soldados.
-¡Condenados, digan sus
oraciones si saben…!
Pero todos los prisioneros no le estaban escuchando, sus
atenciones estaban centradas en uno de los ángulos de los muros de barro, pues
allí estaba Pancoco, quien estaba trabajando ahora como chofer de los camiones
militares. Se había parado allí a mirar los fusilamientos, el rostro del Judas
esbozaba una sonrisa burlona. Les hizo mordazmente señas de despedida con la
mano, y los condenados respondieron de la misma forma, pero sin odio ni
reprobación:
-¡Voyme Pancoco,
voyme…dile a mi mujer que la amo, y diles a mis niños que los adoro!… ¡no te
olvides Pancoco!… ¡Pancoco, tengo unos reales en mi bolsillo de este saco, los
sacas después y le das a mi mujer para que compren unas ceras15 para mi velorio
o una misas Pancoco!… ¡Pancoco, que mi mujer le ponga mi nombre a mi hijo…!
Y pedidos similares le fueron diciendo al pérfido.
-¡Pelotón…preparen!-clamó
el oficial-¡apunten…!
Alfredo sintió como si las tripas se le hicieran un nudo, el
corazón se le aceleró y la vejiga casi vacía por la deshidratación aun quiso
relajársele al último momento…miró de frente a los soldados, y como si se
hubieran puesto de acuerdo - o tal vez fue así, previos a su fusilamientos -
los cinco condenados levantaron el brazo izquierdo gritando con todas las
fuerzas que les quedaban:
-¡Viva el Apra!
-¡Fueeeeeeeegooooooooooo…!
Pancoco siguió realizando sus deleznables actividades por
algunos días más. Provisto al fin de una nutrida bolsa de dinero, se mudó a la
capital peruana. Allí, el cuantioso dinero manchado de sangre se le hizo humo
en un santiamén, producto de la vida desenfrenada que llevó, las visitas a los
prostíbulos, el consumo de opio y sobre todo, de alcohol.
El motivo de tales excesos radicaban en que Pancoco procuraba
no dormir, pues le aterraba la noche…manifestaba a todos aquellos que estaba
prestos a escucharle, que cuando ya eran
las seis de la tarde, los huesos le
dolían como si estuvieran congelados, aun si el día rebozara de calor con un
sol pletórico, el seguía teniendo frío, sentía como si la médula de ellos
estuviera repleto de agua helada, mientras que sudores gélidos perlaban su
frente. Pero lo que más le aterraba era cuando por el cansancio, tenía que
cerrar los parpados… los ayees de dolor de los fusilados, los encargos para sus
familiares gritados por los condenados que nunca fueron cumplidos a pesar que
junto con los soldados hurgaron y esquilmaron las pertenencias de los
asesinados.
Así anduvo un buen tiempo Pancoco, hasta que embrutecido por
el alcohol y el remordimiento, fue despedazado por el tranvía al tratar de cruzar
su vía.
VOCABULARIO:
1.- CHARANGO: Instrumento musical de cuerda, usado especialmente en
la zona andina, parecido a una pequeña guitarra de cinco cuerdas dobles. En
ciertas zonas del Perú, se les conoce familiarmente a los niños o jóvenes, por
la comparación entre el pequeño instrumento de cuerda y el mayor que sería la
guitarra.
2.- PERCHERÓN: Dicho de un caballo o de una yegua: Perteneciente a
una raza que por su fuerza y corpulencia es muy a propósito para arrastrar
grandes pesos.
3.- CABALLO DE PASO PERUANO: Descendiente del Caballo Árabe, actualmente se le
considera como una raza más propia del Perú. Se caracteriza levantar sus patas
delanteras doblándolas casi en ángulo de 90 grados a cada paso que da,
brindándole gracilidad y suavidad en el
trote.
4.- VICTOR RAÚL: Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), pensador y
político peruano. Nació en Trujillo. Líder estudiantil enfrentado a la
dictadura del presidente Augusto Bernardino Leguía (1908-1912; 1919-1930), tuvo
que exiliarse en Panamá, Cuba y, finalmente, en México, donde en 1924 fundó la
Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA). De nuevo en Perú tras la
destitución de Leguía (1930), defendió una política indígenoamericanista,
antiimperialista y reformista; perdió las elecciones de 1931 frente a Luis
Sánchez Cerro, fue encarcelado en 1932 y su partido resultó ilegalizado (1936).
En 1945, el movimiento aprista fundó el Partido del Pueblo y apoyó al candidato
José Luis Bustamante y Rivero, que ganó las elecciones presidenciales. Aunque
Haya le solicitó la aprobación de las medidas de reforma que preconizaba, el
presidente fue incapaz de llevarlas a cabo, debido a la presión de los
conservadores. Tras el golpe de Estado del general Manuel Arturo Odría (1948),
se asiló en la embajada colombiana hasta 1954, en que pudo salir del país para
exiliarse en México una vez más. Regresó a Perú en 1956.
En
las elecciones presidenciales de 1962, aunque obtuvo la mayoría de los votos,
no llegó al tercio necesario que le hiciera vencedor absoluto de las mismas, y,
cuando el Congreso debatía la situación, un golpe militar obligó a la
repetición de los comicios al año siguiente, en los cuales Haya de la Torre
perdió frente a Fernando Belaúnde Terry. Fue presidente del Congreso Constituyente
de 1979. Autor de obras como Por la emancipación de América Latina (1927),
¿Adónde va Indoamérica? (1935) y El antiimperialismo y el APRA (1936), falleció
en 1979 en Lima.
5.- DUM-DUM: Una de las primeras balas consideradas como
explosivas, inventada por la fábrica Dum Dum, en la India, cuando era colonia
del Imperio Inglés, su uso se difundió globalmente, hasta que fue prohibida
durante las guerras mundiales por el enorme destrucción que producía en los
tejidos donde impactaba. El daño que provocaba en los organismos radicaba en
que la punta del proyectil estaba cortada en cruz, el cual al impactar en el
cuerpo, producía una fragmentación mayor y por ende, en una mayor lesión.
6.- MAMEY: Árbol americano de la familia de las Gutíferas, que
crece hasta quince metros de altura, con tronco recto y copa frondosa, hojas
elípticas, persistentes, obtusas, lustrosas y coriáceas, flores blancas,
olorosas, y fruto casi redondo, de unos quince centímetros de diámetro, de
corteza pardusca, correosa y delgada, que se quita con facilidad, pulpa
amarilla, aromática, sabrosa, y una o dos semillas del tamaño y forma de un
riñón de carnero.
7.- YARAVÍ: Melodía dulce y melancólica de origen incaico, que se
canta o se interpreta con quena.
8.- PANÓPTICO: Cárcel, Penitenciaría.
9.- SHANE: Comida sobrante vuelta a calentar.
10.- MOCHERO: Natural de Moche, distrito aledaño de la ciudad de
Trujillo.
11.- ESPINGARDA: Arma de fuego alargada que se cargaba por delante.
12.- HORCÓN: Maderos dispuestos de tal manera que sirve de asiento
a las personas o como columna para sostener el techo de una vivienda rústica.
13.- GUSARAPO: Una de las fases evolutivas de los batracios, de
hábitat exclusivamente acuático.
14.- CHOLO: Del Yunga “Chulu”: niño, joven. También se le usa
como término despectivo.
15.- CERAS: Velas, cirios.
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