AMÉRICA NO FUE DESCUBIERTA.
AMÉRICA NO FUE DESCUBIERTA
“Desde un punto de vista rigurosamente histórico, no ocurrió
nada el 12 de octubre de 1492 que pudiera llamarse, con alguna propiedad, el
Descubrimiento de América y que, por ello mismo, ha constituido por siglos una
fuente constante de errores de apreciación y de falsa interpretación de la
historia.
Muchos fueron los equívocos y las deformaciones en que
incurrieron los europeos del Renacimiento cuando toparon con un continente
desconocido y se empeñaron en asimilarlo superficialmente a las nociones,
creencias y concepciones que traían de su propia experiencia histórica. Algunos
de esos errores tuvieron que desvanecerse con el tiempo, como el de la
existencia de las Amazonas, del Paraíso Terrenal o de la Fuente de la Eterna
Juventud pero, en cambio, el gran equívoco fundamental de la designación de la
fecha ha persistido hasta nuestros días y está en el fondo mismo de las
polémicas que la conmemoración del V Centenario ha suscitado.
En efecto, todos los manuales de historia repiten la frase,
casi sacramental, de que ´el 12 de octubre de 1492 Colón y sus compañeros de
viaje descubrieron a América´. Como afirmación irracional y absurdo lógico sólo
podría compararse a la afirmación de que, el año de 1609, el navegante inglés
Henry Hudson descubrió a Nueva York, lo que, para descargo de los historiadores
norteamericanos, no lo ha afirmado nunca nadie.
En el hecho americano se producen, desde el primer momento,
dos procesos paralelos e íntimamente unidos, como son el del reconocimiento de
unas nuevas tierras y sus habitantes y el simultáneo de la creación de una
nueva sociedad y de una nueva situación cultural. Colón y los primeros
navegantes no conocieron el nombre de América, que vino a aparecer por primera
vez en 1507 por el capricho retórico de un cartógrafo de la Lorena. Por largo
tiempo creyeron haber llegado a algunas islas del continente asiático, y es
sólo más tarde, después de que topan con la costa de la actual Venezuela,
cuando adquieren la noción de una Tierra Firme, que no se convierte en
verdadera certidumbre del hallazgo de un
nuevo continente sino después del descubrimiento del Pacífico. Toda la
documentación de la época no refleja otra cosa que la sorpresa de haber hallado
nuevas tierras y nuevos hombres y el afán de insertar esas novedades en el
conjunto de los conocimientos geográficos e históricos de los humanistas de la
época.
Descubrimiento y creación marcharon juntos no sólo por las
formas imaginativas en que se trataron de asimilar los nuevos hechos, sino
porque de inmediato, desde los días mismos de la Hispaniola, comenzó el proceso
de creación de una nueva realidad por el encuentro de la mentalidad de los
europeos del siglo XV con las primeras muestras de la tierra y de los hombres
del continente americano. Tampoco se le da el debido reconocimiento al papel
que desempeñó en la formación de esa nueva circunstancia la presencia de los
africanos. Todavía, en las conmemoraciones oficiales, se habla del «Encuentro
de dos mundos», cuando en realidad lo que ocurrió fue el encuentro de tres situaciones
humanas y culturales distintas: la de los españoles, la de los indígenas, que
fue variando en la medida en que se entró en contacto con las grandes
civilizaciones americanas, y la de los africanos, que fue numerosa, continua y
de inmensa influencia en el gran proceso de mestizaje cultural, que es la
característica mayor de la creación del Nuevo Mundo.
En el encuentro todos cambiaron, los indios dejaron de ser lo
que habían sido para entrar en un juego de valores distintos, con grandes
dificultades de asimilación que abarcaban desde la lengua española y la
religión cristiana hasta un nuevo concepto de la sociedad, del hombre y de la
vida. Los negros, a su vez, que, después de los indígenas, constituyeron el más
numeroso aflujo poblacional, trajeron con el aporte de su fuerza de trabajo
muchas formas vivientes de culturas africanas, que penetraron y se expandieron
con mucha fuerza y permanencia en el nuevo hecho americano.
En rigor, lo que Colón y sus compañeros de viaje encontraron
no fue sino una parte, importante pero limitada, de lo que más tarde vino a
constituir el hecho americano, como fueron la realidad geográfica y natural y
la presencia del indígena. A diferencia de lo que fueron las colonizaciones
europeas en Asia y en África en el siglo XIX, el nuevo hecho histórico tomó de
inmediato un papel preponderante. Haber logrado que en no mucho más de medio
siglo las poblaciones indígenas y africanas se hicieran cristianas, hablaran
español y entraran a formar parte de una nueva realidad social es un hecho sin
paralelo en la historia moderna, que constituye el rasgo más importante y
original de la historia americana.
¿Cuándo empieza a haber una América? El nombre mismo no
aparece sino tardíamente y es lento en extenderse y ser aceptado. En rigor
podría decirse que, a pesar de que el geógrafo lorenés estampó el nombre
predestinado en el perfil geográfico de lo que hoy es el Brasil, la parte
española y portuguesa, que hasta el siglo XVIII constituyó la inmensa mayoría
de las tierras conocidas, empleó escasamente esa designación.
Los portugueses no hablaron nunca sino de «el Brasil» y los
españoles, hasta el final del imperio, se mantuvieron tenazmente fieles al
absurdo apelativo de «las Indias Occidentales». El nombre de América parece
haber predominado en las colonias inglesas de la parte norte y haber cobrado
particular aceptación y predominio a partir de la Independencia de los Estados
Unidos y de las grandes novedades políticas que este hecho ofrece a los
pensadores europeos de la Ilustración.
Buena parte de la polémica que se ha suscitado en torno a la
interpretación del gran hecho proviene del malhadado problema semántico que
inevitablemente suscita la idea, anti-histórica, de que América, lo que hemos
llegado a llamar América al través de cinco siglos, era algo que en lo esencial
existía antes de la llegada de los españoles, cuando la realidad es que lo que
Colón y sus compañeros hallaron no fue sino una pequeña parte geográfica y
humana del inmenso fenómeno histórico y cultural que hoy abarcamos con el
nombre de América.
Lo que hoy llamamos América no existió sino muy parcialmente
el 12 de octubre. Lo que allí se inició es un gran hecho nuevo que poco tiene
que ver con la realidad humana del continente antes de la fecha y que tampoco
es, ni siquiera parcialmente, una continuidad exótica de una cultura europea
traída por unos invasores. La realidad americana que se inició inmediatamente
después de la llegada de los españoles no va a ser ni trasplante europeo, ni
continuidad de lo indígena, sino un hecho nuevo en continuo proceso de
crecimiento y complejidad, provocado por el estrecho contacto de europeos,
indígenas y africanos, en una nueva circunstancia, para una nueva historia.
La idea misma del Descubrimiento pone al continente americano
en una perspectiva europea. Es la noticia de los navegantes mal o bien
asimilada y traducida por los que no vinieron, para los que era noticia y no
experiencia; los que vinieron de paso y primer contacto como el primer Colón,
y, desde luego, Vespucci. Todo es noticia veraz o deformada que dar. Los que
vinieron a entrar en la aventura de la nueva experiencia y la nueva vida
empezaron inmediatamente a ser otra cosa. Ya la idea misma de Descubrimiento no
podía tener validez para ellos. No era descubrimiento de novedades más o menos
insólitas, sino comienzo y transformación de vida nueva.
Podría pensarse que desde el primer momento se crean dos
situaciones diferentes con respecto al nuevo continente. La muy numerosa e
importante de los que reciben la noticia desde Europa, Tomás Moro o Montaigne,
pongamos por caso, y la de los que vinieron a iniciar la nueva experiencia.
Buena parte del equívoco que acompaña desde el inicio la
formación del concepto de las Indias obedece a esa mezcla y confusión
inevitable.
Los que recibieron la noticia desde Europa experimentaron
grandes perplejidades y curiosidades intelectuales. Los que vinieron comenzaron
una nueva experiencia vital, empezaron a ser otros. No sólo ellos, los que
vinieron a quedarse y los que más tarde nacieron en la nueva tierra, sino
también los indígenas que los recibieron con todas las consecuencias de un
inmenso choque cultural. Los indios sometidos ya no fueron nunca más lo que
habían sido y comenzaron a ser otra cosa. Como también comenzaron a serla los
esclavos africanos que no tardaron en ser incorporados.
Allí comienza el verdadero proceso de creación de una nueva
situación humana y cultural, que cada vez tendrá menos que ver con lo que
pensaban los europeos desde Europa del gran acontecimiento y con lo que habían
sido los indígenas.
El concepto europeo de ´descubrimiento´ es por esencia extraña
y ajena a lo que empieza a ocurrir en la nueva tierra a partir de 1492. Es una
visión de segunda mano, forzosamente deformada, cuyo tema principal es la novedad.
El ejemplo más claro lo da el humanista italiano de la Corte de los Reyes
Católicos, Pedro Mártir de Anglería, que desde allí recibe y divulga las
insólitas noticias en cartas y publicaciones que alimentaron la curiosidad de
los humanistas. Pedro Mártir dice, con reveladora fruición: « ¡Qué manjar más
delicioso que estas nuevas podría presentarse a un claro entendimiento! ¡Qué
felicidad de espíritu no siento yo al conversar con las gentes de saber venidas
de aquellas regiones! Es como el hallazgo de un tesoro que se presenta
deslumbrador a la vista de un novato. El ánimo se engrandece al contemplar
sucesos tan gloriosos».
De hecho, desde ese momento y con las más extraordinarias
consecuencias va a haber dos concepciones del Nuevo Mundo. El Nuevo Mundo de
los humanistas visto desde Europa, que personifica Pedro Mártir, y el Nuevo
Mundo real poco conocido en Europa, que es el que viven y hacen los que
vinieron a las nuevas tierras para la gran empresa histórica. Esa dualidad
nunca cesó y dio origen a dos visiones o a dos concepciones simultáneas y
distintas de la realidad americana que han durado hasta hoy.
Cuando Vespucci, a partir de 1500, comienza a enviar aquellas
cartas, que van a convertirse en el testimonio más válido y poderoso de los
nuevos descubrimientos para los europeos, conserva el acento y el punto de
vista europeo y es visible el esfuerzo continuo que hace para asimilar la
novedad encontrada al marco de las viejas concepciones europeas. Cuando
contempla las constelaciones del cielo austral escribe, muy significativamente:
No advertí estrella que tuviese menos de diez grados de
movimiento sobre su órbita, de modo que no quedé satisfecho conmigo mismo de
nombrar ninguna que señalase el Polo Sur a causa del gran círculo que hacían
alrededor del Firmamento: y mientras que en esto andaba, me acordé de un dicho
de nuestro poeta Dante, del cual hace mención
en el primer capítulo del Purgatorio, cuando finge salir de este
hemisferio, y encontrarse en el otro.
Para los que vinieron y se quedaron, los conquistadores y sus
descendientes, la visión y la noción misma de su situación tenía que ser
profundamente distinta. Aquel no podía ser ya un mundo nuevo visto desde lejos
y por referencias, sino la condición misma inmediata de su propia existencia y
de su empresa vital. Aquel era su mundo, cada vez más peculiar y propio y cada
vez más diferente del muy lejano de la corte y del mundo europeo en general.
Los propios conquistadores desde el primer momento dejaron de sentirse los
representantes de un poder foráneo, para actuar y pensar como los creadores de
una situación nueva. Las sucesivas tentativas de insurrección para sustraerse
del dominio de la Corona lo demuestran de manera indudable. Lo que pasó en el
Perú con el largo alzamiento de los Pizarro es un ejemplo. Acaso su expresión
más conmovedora y patética esté en la carta que Lope de Aguirre le dirigió a
Felipe II desde las soledades del Amazonas para repudiar la autoridad real y
proclamar el derecho señorial de los conquistadores.
El cambio no sólo ocurre en los españoles y sus
descendientes, que lo van a sentir de manera más evidente, sino también en los
indígenas. Para ellos, igualmente, de manera poderosa y conflictiva, se plantea
la nueva circunstancia. Su mundo tradicional había dejado de existir para dar
comienzo a uno nuevo y distinto, en el que todo parecía haber cambiado
desfavorablemente para ellos. La inmensa y continua inmigración africana traída
por la institución de la esclavitud creó una situación igual en los negros, que
súbitamente fueron trasplantados a una nueva cultura, con todas sus
consecuencias.
No hay que olvidar la conmovedora gestión que el obispo Vasco
de Quiroga hace ante Carlos V para plantearle la asombrosa posibilidad de
sustraer el Nuevo Mundo de la influencia europea y dedicarlo por entero a la
realización de los ideales sociales de la utopía de Moro. El gran proceso
fundamental que se inició en tierra americana con la presencia de los tres
actores culturales fundamentales es el hecho que define la peculiaridad del
Nuevo Mundo. Para los que formaban parte de él no era otra cosa que su mundo
verdadero, con todos sus conflictivos componentes, en el cual se planteaba la
aventura de sus vidas particulares.
La idea de celebrar el Descubrimiento como cosa particular y
significativa es relativamente reciente. Con mucho sentido histórico, durante
muchos años el 12 de octubre se celebró como la «Fiesta de la Raza», lo que no
significaba otra cosa que la conmemoración del gran hecho de la nueva situación
humana y cultural de la que formaban parte todos los nacidos en las nuevas
tierras. Resultaba así una conmemoración del presente y el futuro y no de un
hecho aislado del remoto pasado.
La forma en que se desarrolló la guerra de Independencia de
las antiguas colonias españolas se parece muy poco a los procesos de
descolonización de los modernos imperios coloniales en África y en Asia. Los
hombres que concibieron y realizaron la Independencia no se proponían expulsar
a un invasor extraño, y mucho menos retrotraer los países nativos a alguna
forma mítica del pasado. Lo que se proponían no era una ruptura histórica sino
un cambio político. Bolívar lo expresó muchas veces de manera clarividente,
sobre todo en su Carta de Jamaica de 1815 y en su Discurso ante el Congreso de
Angostura en 1819. Se propone crear una nueva situación política sin perder de
vista la realidad cultural y social que la historia ha creado. No se propone
regresar a ningún mítico antecedente sino partir del presente pleno a lo que le
parecía la forma ineludible y deseable de la modernidad.
Es en este sentido, como lo demuestra la extensa y a veces
insensata polémica que ha suscitado la conmemoración del 12 de octubre, que hay
que entender el hecho americano como un proceso continuo de creación de una
realidad nueva por medio de un inmenso proceso de mestizaje cultural que sigue
vivo.
La verdad es que lo que llamamos América no fue algo que se
descubrió un día de 1492, sino una nueva realidad histórica y cultural que
comienza a formarse a partir de ese día y que todavía no conocemos cabalmente”.
FUENTE:
Del Cerro de Plata a los caminos extraviados. Ed. cit., pp.
29-37.
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