EL BRINDIS POR EL MARINO QUE DEJÓ HUELLA. PERCY ZAPATA MENDO.
EL BRINDIS POR EL MARINO QUE DEJÓ HUELLA
(Publicada
por "El Heraldo" de Valparaíso el 25 de febrero de 1889).
"El cónsul argentino en Chile, ofreció una comida a la
oficialidad de la cañonera argentina, a la cual asistió el Comandante General
chileno.
En ella se gastaron las mismas cariñosas atenciones, la misma
franca cordialidad, la misma fraternidad abierta que siempre han encontrado
nuestros huéspedes desde que entraron por primera vez en aguas chilenas, al
fondear en Punta Arenas, y que han encontrado después en Talcahuano y en
Valparaíso. Cuando se retiraron de la mesa del Cónsul, uno de los presentes
propuso ir a vaciar la última copa de champaña al Club Valparaíso, el centro
social más escogido tal vez de nuestra ciudad.
Aceptada la invitación, todos se dirigieron al Club, donde
los marinos argentinos fueron presentados a los que allí estaban, y donde se
les atendió con la misma galantería, mientras se preparaba rápidamente la cena.
Una vez en el comedor, y llenadas las copas de champaña, el
caballero propuso vaciarlas en homenaje a un gran guerrero americano que
simbolizaba la fraternidad de Chile y la Argentina, y cuyo nombre glorioso, que
vivirá siempre en la historia y en el corazón de los dos pueblos, sería
perpetuo lazo de unión para ambos: en homenaje al General San Martín.
Como se ve, ningún recuerdo podía ser más cortés ni más
oportuno en aquellos momentos en que se festejaba a oficiales de guerra
argentinos. Se evocaba una gran figura de una epopeya común a Chile y aquella
república, y se colocaba así, en momentos de expansión y de afecto, a chilenos
y argentinos a la luz fraternal de una gloria común.
Levantóse para contestar el brindis uno de los marinos
argentinos, y pidió “una copa por otra
figura inmortal de la historia americana, por un héroe legendario, cuya gloria
bastaba por sí sola para dar honor a un continente, por un marino que debió
alumbrar al mismo océano en la reciente guerra del Pacífico, por uno de esos
guerreros sublimes, ante los cuales el sentimiento de la nacionalidad
desaparece para dejar sólo en el alma el sentimiento de la admiración”.
Todos veían ya brillar en los labios del marino argentino el
nombre de Prat, y con la copa levantada esperaban que fuese pronunciado ese
nombre augusto y querido, para dar expresión a los sentimientos generosos del
entusiasmo y la fraternidad.
“Por un héroe
eminentemente americano, continuó el marino argentino; por el inmortal marino a
quien todos los que seguimos la carrera del mar debemos tomar como ejemplo y
como modelo: por Miguel Grau”.
Difícil sería pintar la impresión que causaron estas
palabras; una bomba que hubiese estallado en medio de la sala no habría
producido un movimiento igual de estupor.
Las copas volvieron a caer llenas sobre la mesa, y pasado el
primer momento de asombro, que casi no había dejado lugar a indignación, circuló
naturalmente por los asientos un aire amenazador, duramente reprimido por el
hidalgo sentimiento de encontrarse los ofendidos dentro de su propia casa.
El mismo Comandante argentino quedó sorprendido de la
inesperada salida de su oficial, y notando la impresión desastrosa que sus
palabras habían producido trató de salvar aquella situación imposible:
“Señores, dijo, mi
compañero se ha equivocado sin duda; poco habituado a los nombres, ha
confundido seguramente el de Grau con el de Prat; su intención ha sido pedirnos
una copa por Arturo Prat”.
La explicación no era excesivamente aceptable; pero el autor
del brindis se encargó de poner en claro las cosas:
“No, señores, insistió;
he dicho Miguel Grau, y no me he equivocado; mi intención ha sido beber una
copa por Miguel Grau”.
Aquello pasó de los límites de lo posible. Con secas y breves
palabras de protesta, todos se retiraron de la sala. Era el único camino que
quedaba, si no quería darse a esa absurda escena un desenlace sangriento. La
cadena de la hospitalidad ató muchos brazos que en otras circunstancias, se
habrían levantado como el rayo en pos de la ofensa”.
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