UNIFORMADOS DEL AYER. PERCY ZAPATA MENDO.
UNIFORMADOS DEL AYER
Cuando aún era adolescente a mediados de la década de los
ochenta, el Perú vivía en medio del terror y la convulsión social provocada por
las huestes terroristas de Abimael Guzmán Reynoso, alias “Camarada Gonzalo”. Y
cada año, ciento cincuenta mil jóvenes como el que esto suscribe, eran
reclutados de manera obligatoria para servir en nuestras fuerzas armadas y de
esta manera, enfrentar el accionar demencial de los partidarios del Partido
Comunista “Sendero Luminoso”, nombre tan premonitorio y contradictorio, pues
las únicas luminosidades que trajo a nuestro país fueron las derivadas de las
explosiones de la mezcla de dinamita y anfo, dejando sumidas en las tinieblas a
determinados sectores de la población, y en no pocas ocasiones, a todo un
departamento por la voladura de torres de alta tensión.
Este accionar caótico y quimérico inicialmente se focalizó en
las zonas más pobres y empobrecidas de la sierra central, para posteriormente
salpicar tenebrosamente a las urbes de la costa peruana y tomar por asalto a las
universidades públicas, concientizando erróneamente a algunos jóvenes que caían
enfebrecidos por postulados trasnochados que en los países donde se originaron,
estaban cayendo paulatinamente porque a la larga, se demostró lamentablemente
con la práctica, que el comunismo fue uno de los sistemas económicos más
funestos para el desarrollo de un país.
Según el Informe de la Comisión de la Verdad, cuyas
conclusiones fueron tremendamente sesgadas debido a la simpatía obvia de sus
integrantes que mayoritariamente profesaban la filosofía
izquierdista-comunista, achacaron a las Fuerzas Policiales y Armadas como las
responsables de la mayor parte de víctimas que generó la lucha contra este
grupo fanáticos extremistas, incluso le confirieron a estos vándalos el título
de “insurgentes”, para darles el Status de Combatientes y tener las
prerrogativas que les confiere la Convención de Ginebra a todos los soldados
regulares. Y no he visto aún en la actualidad, en estas cuatro décadas de vida
que llevo a cuestas, a ninguna ONG que luche por los derechos humanos de todos
los que lucharon por esta nación y su estado de derecho, como lo han hecho por
los delincuentes terroristas, apelando incluso hasta instancias internacionales
para sus defensas y resarcimientos económicos y políticos.
Si eres un joven que en la actualidad aún despunta en los 18
años de edad, no podrás imaginarte el terror que vivió nuestra población por
aquellos años: coches bomba estallando en las esquinas o edificios públicos,
dinamitazos a hogares para amedrentar a la “burguesía”, asesinatos “selectivos”
de autoridades, sacerdotes, de representantes de juntas vecinales, campesinos,
o de cualquier ciudadano que no compartiera su pensar delictivo y demencial. Y
ni los animales se salvaron del actuar sangriento de las hordas del Camarada
Gonzalo, pues más de veinte millones de cabezas de ganado e incontables aves, fueron
victimados para evitar que se abasteciera a las ciudades y con ello, presionar
al gobierno a claudicar debido al descontento popular generado por el
desabastecimiento de los productos derivados del ganado y aves de corral. Según
el pensamiento del “Camarada Presidente”, para fundar un nuevo Perú, aparte de
implantar el anacrónico e impracticable modelo comunista-maoísta-pensamiento
Gonzalo, se debía de refundar el país enviando al paredón a todos los que no le
eran afines a sus principios de la muerte, a toda esa “clase media aburguesada” cómplice con los gobiernos de turno, a
todos los profesionales que sólo vivieron para sí sin compartir sus riquezas
equitativamente “con el pueblo”… y curiosamente,
el pueblo al que ellos aseguraban defender, sufrió con mayores rigores sus
ataques.
El estado respondió con los medios que le daba la democracia:
enviando inicialmente a sus fuerzas policiales, y cuando éstas fueron
sobrepasadas, a sus soldados. Un soldado, en su sentido más general, es una
persona que se ha alistado en cumplimiento de un servicio militar obligatorio,
en las fuerzas armadas de un país soberano, recibiendo entrenamiento y equipo
para defender ha dicho país y sus intereses. Se me enseñó que un soldado es un
hombre que renuncia a sí mismo, que se condiciona para formar parte de un todo;
es un hombre que no agacha la cara y que cumple sin preguntar, porque para eso
es soldado; es un hombre que puede amar con mucho amor, pero también puede
matar sin ningún odio; es un hombre que sin perder su condición antepone, ante
todo su deber, porque para eso se es hombre - y no me refiero al género, pues
las mujeres enlistadas demostraron igual bravura - ; es un hombre que sin ser
el último, cumplirá los deberes terribles de lo último; es un individuo que
como hombre recibió el milagro de la vida para cuidar la vida, pero como
soldado, también cumple con el deber de quitarla cuando alguien pretende
vulnerar el territorio y el estado de derecho de sus ciudadanos.
En resumen, a los soldados se nos preparó para matar, pero
nuestro Monitor (instructor) del ejército, un noble sargento “mochero”, pequeño
de estatura pero grande de corazón, de cuerpo recio y macizo envestido en esa
piel aceitunada fraguada bajo el sol y las marchas de campaña, de mandíbula
cuadrada y prominente, de pómulos preponderantes que empequeñecían aún más a
sus ya pequeños ojillos cobayescos enmarcados en cejas pobladas y enhiestas
como crines de caballo; a menudo nos envolvía con una mirada tierna y cálida al
final del adiestramiento diario, y nos repetía constantemente como una letanía:
“Cuando llegue la hora de la verdad –
se refería a un combate - , tengan
siempre ´Sentido Común´, pues cuando se dispongan a defenderse de los tucos (así
le llamábamos a los terroristas) y éstos
llegaran a salir muertos en el zafarrancho, piensen que algún día un político o
un picapleitos (abogados) con grandes
ambiciones de ascender al poder o que le tenga mucho amor al dinero, les harán
pagar por ello aun cuando ustedes defendían los derechos del mismo que desea
meterles a la cárcel…¡Tengan sentido común mis niños!, pues de nada les valdrá
la frase ´seguíamos órdenes de nuestros superiores´”. Una bala artera acabó
con su vida de “Papá Maco” seis meses después, ingresándole por la nuca y saliéndole
por el rostro, destrozándolo por completo, dejándole completamente irreconocible,
en segundos su vida era nada, la soledad del alma, la vacuidad de un cuerpo… ¡no
fue el final que ese pequeño titán de noble corazón se merecía! El mejor epílogo
al que pudo aspirar, fue el ser cargado por dos días en brazos de quienes
entrenó y se supo ganar su cariño y respeto.
Perdí en esos años a algunos de mis “hermanos” que cayeron
emboscados igualmente y muertos por los disparos de aquellos a los que sí se
les reconocían derechos por parte de una justicia timorata y arrinconada por la
aquiescencia y complicidad de las ONG pro senderistas; y muchos de los compañeros
de armas que sobrevivieron, quedaron seriamente afectados psicológicamente,
tanto que aún después de casi dos décadas de haber pasado estos episodios,
siguen recordando vívidamente aquellos episodios traumáticos de desvarío
dogmático a los que nos sumieron los “tucos”.
De no haber tenido “Sentido Común” en el uso responsable de
las armas que la nación nos dio para su defensa de enemigos externos e internos
(creo que así reza nuestra Constitución Política) y seguido “Al pie de la
letra” las órdenes de los superiores, en este momento sería muchos de mis
hermanos los que estaría sentado en el banquillo de los acusados, increpados acre
y airadamente por tinterillos auspiciados por mecenas extranjeros.
Todos los peruanos de aquellos años se merecen un reconocimiento
especial, pues con su ayuda se pudo derrotar a este flagelo que por poco
hubiera tomado el poder por medio de la fuerza e instaurado una de las más
sangrientas dictaduras como sus predecesoras en otros países que siguieron ese
mismo derrotero.
Y mi declaración especial de admiración, a todos los
uniformados de aquellas década de los 80 y 90, pueblo uniformado que defendió
el estado de derecho haciendo sacrificios más allá del deber, y quiero por este
escrito, rendir una deferencia merecida a mis conocidos, Humberto Zelada Cachi,
los cuatro hermanos Leiva Cárdenas, David Ocas Aceijas, Enma Vásquez Quispe, y
todos mis amigos y hermanos cuyos nombres se me escapan debido a mi cada vez
más frágil memoria.
A todos mis compañeros uniformados del ayer… ¡Subordinación y
Valor!... ¡Viva el Perú!
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