ECOS DEL PASADO. PERCY ZAPATA MENDO.
ECOS DEL PASADO
Estaba sentado en la sala de recepción de mi consultorio, cerca
de la ventana cuyas hojas se encontraban abiertas de par en par, posición que me facilitaba la lectura de los
textos de ocasión que me sirven de entretenimiento y para incrementar mi aún
incipiente bagaje cultural, cuando una fresca brisa atravesó por la oquedad artificial
y acarició de manera agradable e intempestiva mi rostro…y como por ensalmo,
afloraron recuerdos de mi ya lejana infancia:
Me vi sentado en el antiguo “Parque-Bosque” que estaba
ubicado justo donde ahora domina la Plazoleta de mi urbanización. Numerosos y
altísimos pinos y cipreses estaban perfectamente distribuidos por toda la arboleda,
intercaladamente aderezados con primorosos y bien cuidados jardines de las más
variadas flores del medio, que por trechos eran interrumpidos por juegos
mecánicos como los “sube y baja”, toboganes, columpios y “trompos” que eran la
delicia de nosotros los niños de aquel entonces, y también por macizos bancos
de madera ruda en las cuales los visitantes como quien les habla, descansaban
sus cuerpos y se dejaban llevar de la molicie naturaleza.
Esa brisa me retrotrajo imágenes vívidas de mi abuela
materna, mi mamá Rosalina, quien con su sempiterno hábito morado del Señor de
los Milagros, me hacía hacerla acompañar después de haber terminado con mis
deberes escolares…y más que acompañarla, ahora me doy cuenta con tardanza, que
no lo hacía por ella, sino por mí, para darme un respiro de la cotidianeidad de
los quehaceres de la escuela. Caminaba dando grandes trancos tomándome siempre
de la mano, y llegado al extremo este del parque, se sentaba con resolución en una
de las bancas, cogía su bordado o libro de oraciones, según el día, acabalgaba
una pierna sobre la otra, y con sólo mirarme y emitir un ligero gruñido, me
hacía sentar a mi vez, al lado suyo, ni tan cerca como para estorbarla de sus
quehaceres, ni tan lejos como para que se rompa el vínculo familiar. Mi
vestimenta que recuerdo, estaba compuesta por una “chompa” de lana azulada, una
camisa celeste, un pantalón marrón atigrado, y remataban mis pies, unos zapatos
negros siempre limpios y lustrosos, cuyas punteras habían sido cortadas para
dejar salir a mis dedos, dado que el calzado ya no era de mi talla hacía
semanas o meses atrás.
Recostaba entonces mi cabeza sobre el respaldo, entornaba mis
ojos hacia la cúpula ardorada que dejaba pasar a duras penas, los escasos y titilantes
rayos vespertinos. Esos haces de luz, cuando entrecerraba más los párpados, me
permitían ver las más variadas figuras geométricas según impactasen sobre las partículas
de polvo suspendidas y cercanas a mis córneas. Elevaba mis manecitas para
querer coger esas imaginarias siluetas que luego se trastocaban, en extrañas formas
imprecisas…entonces divagaba que mis manos empujaban a esas pelusas aéreas, las
cuales a su vez impactaban en el polvillo del aire, y así sucesivamente, cuerpo
tras cuerpo descollando uno con otros, cada vez más grandes los bólidos conforme se sucedían los impactos, hasta que
finalmente, tenía la sensación que con sólo mover un dedo, planetas y galaxias
se estremecían por los eventos progresivos anteriormente descritos…sensaciones
de paz y poder se posesionaban de mi pecho, y hacían que mi respiración se
acompasara y aquietara cada vez más…hasta finalmente, ser casi imperceptibles
los movimientos en mi pecho que hacían que ingresara y exhalara el vital gas…y
todo ello tenía su fin, cuando un enérgico ¡Vamos ya, tenemos que comprar el
pan de la calle Pachitea!, me hacía volver a la realidad…miraba a mi menuda
abuelita y presuroso, trataba de seguirle su ágil paso a pesar de su edad.
¡Qué recuerdos me trajo esa brisa! Aún siento la mirada de
reojo de mi abuelita posada en mí, cuando con suma delectación yo comía en pan
de la calle Pachitea untado con mantequilla cajamarquina, el cual humedecía con
sorbos de espumante leche hervida…
¡Te agradezco céfiro del oeste por tan bellas remembranzas!
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