LOS DESFILES DE MI TIEMPO. PERCY ZAPATA MENDO.
LOS DESFILES DE MI TIEMPO
Tuve la fortuna que al estar cursando el Primer Año de Educación Secundaria
en mi Colegio “Jorge Chávez”, ingresó como auxiliar un Ex militar de quien se
decía había recibido preparación especial como soldado por unos agentes
extranjeros…y ello no era raro, pues en el Perú de la década de los 70 y 80 se
encontraba en plena vigencia el Servicio Militar Obligatorio, mi
generación había crecido bajo un
Gobierno Militar y la democracia aún asomaba incipiente. La hipótesis de una
guerra con el país sureño estaba vigente y las escaramuzas con el vecino del
norte eran casi un acontecer frecuente. La preparación militarizada se
profundizó aún más debido a la aparición de
los terroristas en la parte central del Perú. Así que este auxiliar, que
por modestia omitiré mencionar su nombre y apellidos – que no por temor o
sentimiento de culpa por parte de él – se propuso formarnos a nuestros 12 años de
edad como reclutas siendo aún unos púberes adolescentes civiles.
La preparación era diaria, antes de ingresar a las aulas para iniciar con
las horas de clase, se dedicaba 10 a 15 minutos a realizar una serie de
ejercicios marciales (“planchas”, “ranas”, “polichinelas, “canguros”, etc.). Y
dos veces por semana, en las horas de Educación Física o del curso de Orientación en Bienestar del Educando, cuatro
horas académicas semanales, se empleaba el tiempo para prepararnos en marchas y
prácticas de ejercicio de orden cerrado, siendo estos últimos durísimos, donde
los castigos físicos no estaban exentos y se administraban con profusión como
si ante el menor asomo de cansancio o de equivocación en los pasos marciales, o
si al elevar la pierna no lo hacíamos a la altura de la cintura formando un
ángulo recto con el cuerpo o los brazos no estaban perfectamente extendidos y
llegaban a la altura de los hombros del compañero de que estaba delante.
Cuando finalmente consiguió un automatismo perfecto y respondimos a las diversas
órdenes sin pensar – ¡A la izquierda, izquierda! ¡Sobre la marcha, a la
derecha, derecha!; ¡Media vuelta marcando tiempos…yaaaa!; ¡Oblicua derecha,
derecha!; ¡De frenteeee…paso redoblado…marcheeeen!; ¡De frente paso de camino…yaaaaa!;
¡De frente paso de desfile…maaarcheeennn! -, nuestro auxiliar intercalaba un
hombre-una mujer entre las diferentes secciones, su objetivo era que tanto el
personal femenino como masculino alzaran las piernas a la misma altura, y quien
flaqueaba, independiente de su sexo, recibía unos sonoros y dolorosos
palmetazos en la cintura con una vara de madera de treinta centímetros rematada
en una cabeza de forma circular veteada de agujeros, que cuando se aplicaba con
la destreza que había adquirido nuestro guía, dejaba unos verdugones redondos en
nuestras posaderas con puntos violáceos-sanguinolentos…eso en el mejor de los
casos, pues a lo que más temíamos, era al bastón de mando de madera, que
aplicado con fuerza sobre la parte posterior de nuestros muslos nos provocaba
unos dolores inenarrables parecidos a alfilerazos, más cuando chocaban en la
unión del muslo a la cadera, o una sensación de quemazón que permanecía por
espacio de varias horas y se irradiaba hasta los talones. ¿Era esto una acción
salvaje o irracional? ¿Una actitud antipedagógica? ¿Una clara vulneración de
los derechos del adolescente o los fundamentales de la persona? Sí, pero visto
con la óptica actual. En aquellos tiempo, era lo usual, y más aún, estaba
plenamente apoyado por los padres, quienes querían de esa manera inculcar una
disciplina en nosotros, sus hijos – y mirándolo bien, ninguno de nosotros, de
los que he visto o mantenido contacto en la actualidad, tiene un comportamiento
que sea motivo de queja o que no se lleve con soltura en cualquier reunión o
evento social dentro de los parámetros correctos establecidos por los
protocolos de una sociedad de bien – y muchos de ellos, añoraba en su prole una
carrera militar en el futuro.
La preparación durante esos cinco años, que fue alternada con las visitas
al Cuartel del Ejército los días domingos como parte del Servicio Militar No
Acuartelado - donde éramos el blanco de los reclutas regulares, de los
sub-oficiales, oficiales y demás estamentos de tropa, quienes nos infringían
una serie de castigos físicos, hoy vistos como humillantes, pero que era usual
en aquellos tiempos - nos convirtieron
en una más que perfecta máquina castrense-civil. Los premios ganados a nivel
distrital, provincial, departamental e interdepartamental no se hicieron
esperar. Un Colegio Nacional local, para siquiera poder ganarnos un desfile,
influenciaba en las autoridades de nuestro medio, que eran ex alumnos de esa
institución, y programaban dos desfiles en un mismo día en dos lugares
distantes entre sí – como Chocope y Ascope- , con el objeto que mi colegio no
asistiera a uno de ellos y obtener el premio respectivo. Pero no contaban con
que nosotros estábamos preparados para estos casos, pues se contaba con dos
escoltas igual de eficientes cada una, y el batallón, podía ser dividido en dos
compañías y poder concurrir a los dos desfiles simultáneamente…lo siento por
mis ex rivales de desfiles…por cinco años que duró nuestra educación
secundaria, los tuvimos como se dice, de “chupes”.
Cuando llegaba un día de marcha, 6:45 am estábamos ya en el colegio, a las
7:00 am, a la orden “¡Seccioneees…doble distancia, doble intervalooooo…en
columna cubrirseeeee!”, se originaba una zarabanda donde cada uno buscaba su
ubicación acostumbrada, y lo cual era sencillo, pues a fuerza de participar
casi semanalmente en diferentes lugares o ensayar de manera constante, todos
sabíamos exactamente nuestra ubicación, y tomábamos la distancia de 1,5 metros
del compañero de delante y otros tantos de los que estaba a los lados. Nuestros
ojos debían de mirar la nuca del alumno de delante para alinearse perfectamente
manteniendo una columna, y con el rabillo del ojo mirábamos a la derecha para
alinearnos en fila con el otro estudiante, y procurábamos mantener esta
disposición en todo el momento que duraba el desfile. Una vez alineados, nos
dirigíamos por secciones para formar las compañías de varones y mujeres, y ambas
para formar finalmente el batallón, desplegándonos por escuadrones en uno de
los costados de la Plaza Principal acordada, a las 7:30 am, aun cuando los
demás colegios formaran a las 9 am y los desfiles se iniciaran a las 11 am.
Causaba siempre gran revuelo nuestra aparición en los desfiles, pues como
escolta que era con otros de mis amigos, innovamos por primera vez con alegoría
marciales antes de ingresar al Estrado Oficial, movimientos que nunca habían
sido vistos en nuestros medios y que imitamos a la usanza de los cadetes de
West Point de Estados Unidos; además, fuimos igualmente los primeros que
mantuvimos el monopolio de contar con un Uniforme de Parada, para
diferenciarnos de la clásica camisa blanca, pantalón gris y cordones azules,
que era universal en todo el alumnado a nivel nacional y que fue dictaminado
como obligatorio por el Gobierno Militar y mantenido por los Gobiernos
Democráticos siguientes. Nuestra indumentaria constaba de una boina azul
oscuro, ladeada hacia la izquierda, en la parte plana de ella, lucia
ostensiblemente un escudo del colegio. Un pañuelo de seda celeste cubría
nuestro cuello y se escondía tras el cuello de la camisa. Un cordón de triple
hebra intercalado con los colores dorados y blancos circunscribía nuestro
hombro derecho, se remataba en el pecho del cual pendían dos borlas blancas con
hebras doradas. Los guantes de algodón blanco resaltaban sobre la chompa negra.
El pantalón gris contrastaba por la parte inferior con los escarpines de cuero
blanco, firmemente cerrados con tiras de dril del mismo color y sujetos con
correajes por la parte inferior de la suela del zapato, en la cavidad formada
con el taco; los broches y los ojales de metal resaltaban ostensiblemente en
este adminículo de protección de la basta de los pantalones.
Al momento de ser anunciado el izamiento de la bandera, las manos con los
índices alineados firmemente con la costura lateral del pantalón se relajaban
ligeramente. Al inicio de el izamiento, la mano derecha se desprendía de su
posición con energía y brusquedad hacia afuera, formando un ángulo de 30 grados
con la vertical del cuerpo, tras lo cual era llevado con fuerza hacia la
cabeza, formando entre brazo y antebrazo un ángulo de 45 grados, de tal manera
que la palma de la mano con los dedos y pulgar firmemente unidos mirando hacia
abajo, se alineaban con la ceja derecha. Tras el izamiento, se repetía los
mismos pasos pero en sentido inverso.
Al momento de marchar, a la orden de “Pase la escolta en columna de tres”
que profería el auxiliar que estaba ubicado frente al estrado, todas las
secciones gritábamos “Presente”, mientras que el Brigadier General simultáneamente
levantaba su bastón apuntando al cielo, en tanto que todos nosotros, escoltas y
el batallón en pleno, inclinábamos el
cuerpo ligeramente a la derecha, con el objeto que al empezar a marcar el paso,
el primero de ellos saliera con fuerza y que se escuchara un sonido fuerte y
unísono al golpear el suelo para posteriormente marcar el paso adaptándose a la
cadencia de la banda según el ritmo o música militar que tocaba al momento.
Al iniciar la marcha, empezábamos Marcando el Paso sobre nuestro sitio y
elevando la rodilla a la altura de la cadera; posteriormente al lograr la
cadencia, pasábamos al Paso Redoblado, en el que se elevaba la pierna a una
altura de 40 centímetros sobre el suelo, en este paso suave, nos preparábamos
para los encoger con fuerza los dedos de los pies sobre la plantilla del
calzado, para que al extender la pierna en el Paso de Desfile, la suela no sea
mostrada al público y el empeine se alinee con la pierna y muslo en una casi
horizontal perfecta, evitando formar una grotesca “L” como suelen mostrar hoy
los escolares y colegiales, y por ende, enseñar la parte baja de los zapatos.
La cadencia, era en promedio de 70 a 80 pasos por minuto (en una ocasión, una
banda de músicos rival nos jugó una treta, tocó la marcha “Tacna” como el vals
original, lo cual dio por resultado una cadencia de 120 pasos por minutos,
nuestro paso por el estrado duró escasos segundos y mantener la extremidad
inferior a la altura de la cintura, nos costó un esfuerzo supremo, aún con
nuestra preparación de años…siempre recordaremos los que vivimos ello, esta
mala jugada de los Ascopanos, pues no sólo marchamos como el correcaminos de la
caricatura, sino que además levantamos una polvareda tal, que enturbió todo
hasta la altura de nuestra cintura, impidiendo ver nuestra marcialidad por
parte del público y el jurado).
Iniciábamos el Paso de Desfile 20 metros antes de llegar al estrado, pues a
decir de nuestro auxiliar, nos debíamos igualmente al público, y terminábamos con
este paso marcial en nuestro colegio, distante unos 60 metros más adelante, lo
cual hacía un recorrido total de 100 a 120 metros, que los marchábamos con
holgura y sin el menor asomo de cansancio.
Llegados al colegio, esperábamos el resultado del jurado cuando se
disputaba algún premio a la gallardía. Cuando nos daban la noticia del triunfo,
aparte del grito de júbilo general, el auxiliar, parándose sobre uno los pisos
superiores del parque del Colegio, celebraba con un “¡Jorge Chávez…hiií...!,
repitiéndolo tres veces, a cada uno de los cuales uno respondía alternadamente
con: “Haaa”, “haaa, haaaa”, “haaa, haaaa, haaaaaa”.
Como añoro aquellos días, queridos amigos y amigas…repitiendo a Jorge
Manrique: “Cualquier tiempo pasado fue mejor…”.
UNA PEQUEÑA ACLARACIÓN A LOS MAESTROS DE CEREMONIA EN LOS
DESFILES CIVICO-MILITARES.
Es frecuente escuchar a los Maestros de Ceremonia referirse indistintamente
a los diferentes estamentos de alumnos o soldados, como “Batallones”, lo cual
es un craso error, tanto como que a un Médico le digan Curandero, y a un Agente
de Protocolo se refieran a él como un Pregonero.
El número determina el nombre, en la mayor parte de países está establecido
lo siguiente:
Un pelotón lo conforman 12
miembros.
Tres pelotones, forman una Sección 36
miembros.
Seis secciones, una Compañía 216
miembros.
Dos compañías, un Batallón 432
miembros.
Cuatro batallones, un Regimiento 1728
miembros.
Dos regimientos, una Brigada 3456
miembros.
Dos brigadas, una División 6912
miembros.
Dos divisiones, un Cuerpo 13824
miembros.
Como pueden apreciar, y sin ánimo de incordiar, no pueden estar llamando a
“en este momento se está acercando el batallón de escolta del colegio tal…”, o
“viene el primer batallón de mujeres de la institución tal…”.
En nuestro distrito, a lo mucho, los que desfilan son una Sección de Varones
y una Sección de Mujeres, con sus respectivas Escoltas de Honor y Estado Mayor.
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