El motivo del ajusticiamiento del inca Atabalipa (Atahualpa). Destino de su descendencia.
El
motivo del ajusticiamiento del inca Atabalipa (Atahualpa). Destino de su
descendencia.
Los
cargos que se mencionan como causales para el ajusticiamiento del inca
Atabalipa y que llegó a nosotros por la pluma de Garcilaso de la Vega (el que
no se puede considerar como un cronista muy confiable que digamos, puesto que tenía
la tendencia a idealizar a sus ancestros), como el “ser idolatra, incestuoso” y
“usurpador del trono de su hermano Cusi Huallpa (Huáscar) y asesino del mismo”,
fueron sólo unos adicionales al verdadero motivo, siendo el real que el Inca
pensaba rebelarse y acabar con los conquistadores apenas fuera puesto en
libertad tras haber pagado su rescate.
El
cargo de idolatría no tenía en sí mucho sustento, puesto que cuando los españoles
emprendían una exploración de nuevos territorios y la ulterior conquista, lo
hacían con el fin de expandir el imperio español, y de llevar “la civilización
y el cristianismo a los pueblos paganos”. Los españoles sabían de antemano que
los lugares por los que discurría un europeo en las “indias” por primera vez,
eran territorios vírgenes en cuestiones de espiritualidad cristiana, estaban al
corriente de ello porque llevaban consigo décadas de experiencia, ya antes se
habían topado con estas realidades culturales en México y Panamá.
Sobre
el cargo de incesto, no era extraño para los españoles esta forma de mantenimiento
de la “pureza de la sangre” y poder, estaban al tanto de estas prácticas en
ciertas monarquías europeas y africanas. Para ellos era un pecado venial
horrendo, pero no era causal de muerte, no al menos para un emperador.
Sobre
el cargo de “usurpador” y “fratricida”, es probable que sí influyera en sus
ánimos de buscar “justicia”, pues estando familiarizados con una prolongada
forma de gobierno monárquico y dinástico, nada les indignaba más que la
deslealtad y las luchas intestinas que sabían de antemano se producían con ello,
sólo dilatarían sus deseos de someter al estado cuyo eje estaba en las panacas
que radicaban en la capital, Cuzco.
El
último de los "cargos" fue el verdadero detonante para que la suerte
de Atabalipa estuviera echada: El inca, asumiendo que su libertad estaba
próxima tras pagar el rescate prometido a Pizarro, urde un plan para
contactarse con sus principales generales (Quizquiz, Calcochimac y Rumiñahui),
concentrar su ejército disperso que se encontraba exterminando a los sobrevivientes
huascaristas, y emprender una campaña bélica que le permitiese expulsar o
aniquilar a los castellanos. Y dado que le fue permitido administrar su imperio
desde su celda, encargó a sus curacas que transmitieran estas órdenes a sus
generales y demás capitanes, pero un curaca cajamarquino le delató:
“Hágote saber -dijo a Pizarro-, que
después que Atabalipa fue preso, envió a Quito, su tierra, y por todas las
otras provincias, a hacer junta de guerra para venir sobre los españoles a
matarlos a todos".
Esta
versión consta en la crónica de Francisco de Xerez, mientras que Pedro Sancho
de la Hoz anota que "muchos caciques... sin temor, tormento ni amenaza,
voluntariamente dijeron y confesaron esta conjuración".
Miguel
de Estete, refiere que "todos a una dijeron que era verdad que él mandaba
venir sobre nosotros para que le salvasen y nos matasen".
Atabalipa
fue condenado a morir quemado en la hoguera. La sentencia se dio al terminar el
juicio y su ejecución se programó para ese mismo día. Atabalipa, que no
entendía de qué lo acusaban, solicitó hablar en privado con Pizarro, pero este
se negó.
El
historiador José Antonio del Busto considera que Pizarro se vio presionado por
las circunstancias para firmar la sentencia de muerte y cita el testimonio del
cronista Pedro Pizarro (sobrino y paje del conquistador), que en su crónica
dice: “yo vi llorar al marqués [Francisco Pizarro] de pesar de no poderle dar
la vida”.
Sobre la descendencia de
Atabalipa
Muchas
leyendas negras se han tejido sobre los conquistadores españoles, y una de
ellas es el que trataban despóticamente a los indios despojándoles de toda
forma de gobierno, autoridad o reconocimiento de su linaje. Que había españoles
que abusaban del poder, lo había, tanto que Fray Antonio Montesinos y Bartolomé
de Las Casas, ambos clérigos que abogaron por la libertad y la justicia de los
indios ante el Rey de España, quien se interesó por el asunto y convocó a una gran
reunión en el año 1512, en la ciudad de Burgos. En dicha reunión se proclamó el
principio de los Derechos de los Indios, y se instaba bajo severas penas, en
reducir un poco la carga en el horario laboral, atención médica, bautizo,
enseñarles a leer y a escribir, las mujeres casadas no podían trabajar en las
minas y, por último, a los menores de 14 años no se les podía imponer una faena
dura. En 1514, el Rey otorga permiso para que los españoles se pudieran casar
con las indias, y al hacerlo, los “mestizos” tenían derechos a la heredabilidad.
Como
prueba que los castellanos respetaron esto, está en la descendencia del mismo
inca Atabalipa. Según documentos de la época colonial, Atabalipa tuvo numerosos
hijos, tanto de sus esposas como de sus concubinas, pero solo se han podido
identificarse a algunos. El cronista Juan de Velasco afirma que su primera
mujer fue Mama Cori Duchicela, que era su hermana, con la que tuvo a su
primogénito Huallpa Cápac. Según el mismo cronista, Huallpa Cápac, sucedió a
su padre en el trono de Quito siendo un niño. El general inca Rumiñahui, que
fue general de Atabalipa, usurpó el trono y mató a algunos hijos del que fue su
emperador.
Varias
de las mujeres de Atabalipa y once de sus hijos se refugiaron en la región de
los Yumbos, al oeste de Quito, donde los descubrió Sebastián de Benalcázar, el
conquistador de Quito, quien los tomó bajo su protección. Según el historiador
Federico González Suárez, Diego de Almagro rescató a tres hijos varones de
Atahualpa de manos del cacique de Chillo.
Pizarro
prometió a Atahualpa que velaría por sus hijos, que aún eran niños. En
cumplimiento de esa promesa el convento de Santo Domingo del Cuzco acogió a un
grupo de ellos; otro grupo fue al convento de San Francisco de Quito. Tres de
los que estuvieron en el convento cuzqueño fueron Diego Ilaquita, Francisco
Ninancoro y Juan Quispe Túpac; tres de los que estuvieron en el convento
quiteño fueron Carlos, Felipe y Francisco Túpac Atauchi. Dos hijas, María e
Isabel, acompañaron a sus hermanos en el Cuzco, pero fuera del convento.
En
abril de 1555 Diego Ilaquita, Francisco Ninancoro y Juan Quispe Túpac se
presentaron ante la Real Audiencia de Lima, afirmaron ser hijos de Atahualpa y
de las ñustas Chuqui Suyo (Chuquesuyo), Chumbi Carhua (Chumbicarua) y Nance
Coca (Nançe Cuca) respectivamente, y solicitaron que se les reconociera esta
filiación. Lograron el reconocimiento de su legitimidad gracias a la
intermediación de fray Domingo de Santo Tomás, que viajó hasta la corte para
informar al rey. El virrey Marqués de Cañete estableció dos pensiones de 600
pesos para Diego Ilaquita y Francisco Ninancoro, pues Juan Quispe Túpac había
fallecido antes. Los frailes franciscanos de Quito también lograron rentas a
cuenta de las cajas reales para Carlos y Francisco Túpac Atauchi. No se sabe
qué ocurrió con Felipe.
Francisco
Túpac Atauchi llegó a ser un hombre acaudalado, poseedor de muchas propiedades
en Quito que le daban pingües rentas. Tuvo dos hijos: Juana y Carlos. Carlos
viajó a Madrid para intentar mejorar su fortuna por favor del rey, pero llevó
una vida disipada y falleció en 1589 en una cárcel pública a la que había ido a
parar debido a sus deudas. El cronista Martín de Murúa cuenta que una de las
hijas de Atabalipa, quizá María, se casó con el español Blas Gómez.
Fuentes:
1.
BUSTO Duthurburu,
José Antonio del (2001). Pizarro 2 (1.ª edición). Lima: Ediciones COPÉ. ISBN
9972-606-20-1.
2.
BETANZOS, Juan de
(1987). María del Carmen Rubio, ed. Suma y Narración de los Incas.
Madrid-España: Ediciones Atlas. p. 194.
3.
GARCILASO DE VEGA,
Inca (1976 [1609]). Aurelio Miro Quesada, ed. Comentarios reales de los incas
(Libro 9; Cap. II)
4.
JEREZ, Francisco
de. 1968 (1534) Verdadera relación de la conquista del Perú y provincia del
Cuzco llamada la nueva castilla: conquistada por el magnífico y esforzado
caballero Francisco Pizuro. En: Biblioteca Peruana, El Perú a través de los
siglos. la. serie, Tomo 1. Lima, pp. 193-272.
5.
ESTETE, Miguel
de. 1838 (1535) Noticia del Perú. (De los papeles del Arca de Santa Cruz). En:
Los cronistas de la Conquista. Selección, prólogo, notas y concordancias de Horacio
H. Urteaga. Biblioteca de Cultura l'eruana. Primera Serie No. 2_ DescJée de
Brower. París.
6.
SARMIENTO DE
GAMBOA, Pedro (1965). Historia de los Incas (Segunda parte de la Historia
General llamada Índica) 135. Madrid-España: Ediciones Atlas / Biblioteca de
Autores Españoles. p. 151 (71).
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