DE CÓMO UNA ESCULTURA DIO LA MUERTE AL ESCULTOR
DE CÓMO UNA ESCULTURA DIO LA MUERTE AL ESCULTOR
“Los padres agustinianos sacaban, hasta poco después de 1824,
la célebre procesión de Jueves Santo, que concluía, pasada la media noche, con
no poco barullo, alharaca de viejas y escapatoria de muchachas. Más de veinte
eran las andas que componían la procesión, y en la primera de ellas iba una
perfecta imagen de la muerte con su guadaña y demás menesteres, obra soberbia
del artista Baltasar Gavilán.
El día en que Gavilán dio la última mano al esqueleto fueron
a su taller los religiosos y muchos personajes del país, mereciendo entusiasta
y unánime aprobación el buen desempeño del trabajo. El artista alcanzaba un
nuevo triunfo.
Baltasar, desde los tiempos en que vivió asilado en San
Francisco, se había entregado con pasión al culto de Baco, y es fama que labró sus
mejores efigies en completo estado de embriaguez.
Hace poco leí un magnífico artículo sobre Edgardo Poe y
Alfredo de Musset, titulado El alcoholismo en literatura. Baltasar puede dar
tema para otro escrito que titularíamos El alcoholismo en las Bellas Artes.
El alcohol retemplaba el espíritu y el cuerpo de nuestro
artista; era su ninfa Egeria, por decirlo así. Idea y fuerza, sentimiento y
verdad, todo lo hallaba Baltasar en el fondo de una copa.
Para celebrar el buen término de la obra que le encomendaron
los agustinos, fuese Baltasar con sus amigos a la casa de bochas y se tomó una turca soberana. Agarrándose de las
paredes, pudo a las diez de la noche volver a su taller, cogió pedernal,
eslabón y pajuela, y encendiendo una vela de sebo se arrojó vestido sobre la
cama.
A media noche despertó. La mortecina luz despedía un extraño
reflejo sobre el esqueleto colocado a los pies del lecho. La guadaña de la
Parca parecía levantada sobre Baltasar.
Espantado y bajo la influencia embrutecedora del alcohol,
desconoció la obra de sus manos. Dio horribles gritos, y acudiendo los vecinos
comprendieron por la incoherencia de sus palabras la alucinación de que era
víctima.
El gran escultor peruano murió loco el mismo día en que
terminó el esqueleto, de cuyo mérito artístico hablan aún con mucho aprecio las
personas que en los primeros años de la independencia asistieron a la procesión
de Jueves Santo”.
Autor: Ricardo Palma, en “Tradiciones
Peruanas”.
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