¡CÓMO ODIO CIERTOS MOMENTOS!

¡CÓMO ODIO CIERTOS MOMENTOS!

Llevo dos décadas ejerciendo la profesión médica y aun me cuesta tanto como la primera vez, el dar un mal pronóstico sobre el desenlace de una enfermedad a un paciente y su familia; al primero, porque ansioso busca en mi mirada un gesto que les haga abrigar una esperanza de curación, y a los últimos, porque serán ellos los que igualmente sufrirán amarga y silentemente el ver a su ser querido deteriorarse inexorablemente hasta la triste consumación.

El dar una infausta noticia me hace sentir que encarno el papel de la parca, del Ángel de la Muerte, del barquero Caronte que en su perpetuo trabajo traslada hacia las profundidades del Orco a las almas de los otrora vivos…

Dar esa noticia indeseada hasta me hace adoptar instintiva y solidariamente una postura abatida, mis labios se tensan y se pierden casi de mi rostro,  son casi una línea débilmente perceptibles, como si fueran tan sólo un tajo horizontal debajo de mi apéndice nasal, adoptando una palidez inadvertida y acorde con la dolorosa solemnidad del momento.

Hacer de notificador de la muerte me vuelve a los ojos de la familia en un leproso, en un apestado, en un gato negro al que deben de evitar a toda costa por temor a que sea su vez repita el nefasto papel que ya hice con sus parientes…si hubiéramos estado en la antigua Grecia, de seguro me hubieran cortado la cabeza por ser el portador de malas noticias…


¡Como odio esos momentos…escasos, pero son!

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